La muerte del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, fue aprovechado por la oposición mexicana para tratar de armar un movimiento de rechazo al Gobierno de Claudia Sheinbaum, que apenas lleva un año en el poder. Bajo la plataforma «Generación Z México», que convocó una marcha el 15 de noviembre, esta iniciativa terminó por unir a los descontentos de siempre: integrantes del PRI y el PAN, seguidores del multimillonario Ricardo Salinas Pliego, que amaga con postularse como candidato, y sectores de la extrema derecha que sueñan con una intervención violenta de Donald Trump.

La violencia, que sigue golpeando a México, es una excusa para un sector minoritario pero muy activo cuyo único objetivo es desgastar la legitimidad de la presidenta.

Por el momento, el alcance es reducido. Pero no se puede obviar la importancia de la apuesta derechista en un país que se ha convertido en referente regional en clave progresista.

La primera clave es que la oposición se está aferrando a un problema que es real, la violencia. Las cifras de homicidios han bajado sensiblemente, un 37% en el último año, pasando de casi 90 homicidios diarios a poco más de 60. Es relevante, pero aún hay muchas muertes violentas.

Casos como el de Manzo recuerdan que hay territorios en los que el crimen organizado manda. Sin embargo, PRI y PAN no son vistos como alternativa, ya que son los responsables de la carnicería en la que se convirtió el país desde que Felipe Calderón declaró la «guerra al narcotráfico» en 2006.

La segunda clave es el intento de los opositores de camuflarse detrás de un supuesto movimiento nuevo. La estrategia fue presentarse como una generación de jóvenes «hartos de Morena» pero terminaron apareciendo las mismas caras de siempre en la protesta.

Algunos de los promotores han sido expuestos como cargos públicos del PAN o personas cercanas a Salinas Pliego. Quizás ahí el oficialismo pudo ahorrarse la exhibición pública, mostrando que gastan recursos públicos en vigilar la actividad política de una oposición raquítica.

La tercera clave es la legitimidad del oficialismo. Sheinbaum arrasó en las presidenciales de 2024 y mantiene un apoyo superior al 70%. Es cierto que en los últimos tiempos su Gobierno se ha visto salpicado por varios escándalos.

El primero, la trama de corrupción dentro de la Marina, con varios oficiales implicados en el contrabando de combustible. El segundo, la fortuna acumulada por Adán Augusto López, actual jefe de la bancada en el Senado y fiel aliado de Andrés Manuel López Obrador. El tercero podría ser la muerte de Manzo, aunque este obedece a lógicas propias de Michoacán, un estado gobernado por Morena en el que el poder político y el crimen organizado han estado unidos desde hace décadas.

Imagen irreal

A pesar de estas últimas crisis, la imagen de que hay un país que se rebela contra Sheinbaum es irreal. Corrupción y violencia son dos cuestiones que, por el momento, no penalizan a un gobierno que logró instalar la narrativa de que «cualquier tiempo pasado fue peor».

Las imágenes de violencia en el Zócalo que se vieron el pasado sábado fueron más una performance que el reflejo real de un hartazgo. También, un ensayo de una estrategia de desestabilización dirigida por las élites que no lograron reacomodarse con Morena.

Algunas, las más pragmáticas, comprendieron el cambio de ciclo y se sumaron entusiastas al nuevo Gobierno con López Obrador.

Otras, como Salinas Pliego, teatralizan su oposición, que tiene más que ver con sus deudas con Hacienda que con un interés político genuino.

A pesar de todo, no se puede perder de vista este movimiento. Experiencias como la de Javier Milei en Argentina o de Donald Trump en Estados Unidos recuerdan que la extrema derecha tiene capacidad de levantar a personajes de la nada en un contexto de ofensiva reaccionaria que le favorece.