Jesús Valencia
Internacionalista
KOLABORAZIOA

Internacionalismo, el fuego que no se apaga

Han pasado 30 años y el tiempo, con sus avatares y rutinas, amenaza con borrar el recuerdo de aquel militante solidario. Fue el 24 de mayo de 1986 cuando ocurrió el crimen en aquella carreterucha polvorienta de San José de Bocay. Eran los años de la Nicaragua querendona cuya revolución era defendida por patriotas, apoyada por internacionalistas y ataca por el imperialismo disfrazado de «contra».

Ambrosio había nacido en un pueblecito de la provincia de Cuenca y, exigencias de la vida, emigró a la zona minera de Bizkaia. Buscaba trabajo y encontró un pueblo en el sentido más amplio de la palabra. Ortuella, Gallarta, La Arboleda se le ofrecieron como escenarios nuevos donde descubrió la pulsión de una colectividad que aspiraba a ser independiente y socialista. La simbiosis entre sus raíces conquenses, las reivindicaciones mineras y las vibraciones vascas gestaron el nuevo Ambrosio; uno de los muchos emigrantes que se hicieron paisanos trabajando en cualquier tajo de nuestra tierra. Mogorrón emergió de las minas con una depurada conciencia de clase, una profunda sensibilidad nacional y una arraigada vocación internacionalista. Si se había identificado con un pueblo que promovía cambios radicales, ¿por qué no hacerlo con otro que ya los había logrado y los defendía? Metió en su mochila el título recién conseguido de ATS y viajó a Nicaragua.

Siguiendo directrices ajenas y corazonadas propias, se instaló en San José de Bocay, pueblecito remoto y de difícil acceso. Sus pobladores eran campesinos humildes que disputaban a la selva pequeñas parcelas donde hacer sus sembríos y a los perros, gallinas y cerdos, el tráfico no regulado de la calle principal. Inmerso en aquel universo de gentes pobres y, motivado por un intenso sentido solidario, desarrolló destrezas sanitarias muy superiores a lo que su titulación refrendaba. Las gentes del centro urbano y de las remotas aldeas le concedieron el título de «doctor». Con la lectura continuada de textos médicos y la praxis de cada día fue adquiriendo sorprendentes y nuevas habilidades sanitarias. Constató los estragos que producía la conocida como «lepra de montaña» y desarrolló un trabajo de investigación que le mereció el reconocimiento oficial del Gobierno Sandinista. La discreta humildad de Ambrosio no consiguió encubrir la eficacia de su trabajo. Y fue precisamente la «contra» la que divulgó el aporte de aquel brigadista a la revolución nicara- güense. Radio 15 de Setiembre, voz del imperialismo más beligerante, lo puso en el punto de mira reiterando contra él amenazas de muerte. Las advertencias se cumplieron en aquel soleado 24 de mayo. Viajaba Am- brosio a un caserío donde le esperaba una paciente imposible de movilizar, cuando una potente bomba activada por la «Contra» estalló en el ribazo que bordeaba la carretera. El vehículo y todos sus ocupantes saltaron por los aires. Varios de ellos, incluido el «doctor», murieron en el acto.

Treinta años más tarde, son muchas las cosas que han cambiado pero hay algunas que siguen vigentes. No ha decaído ni un ápice la ciega brutalidad imperialista y su afán por apropiarse del mundo. Ha sembrado Oriente Medio de guerras y semejantes escabechinas han generado el dramático flujo de millones de refugiados a los que Europa repudia. África continúa atravesada por dolorosos conflictos bélicos, hambrunas provocadas y miserias sufridas. La Centroamérica que nos sedujo no se libra de los zarpazos de la bestia; en la misma Honduras que dio cobijo a «la contra», el capitalismo sigue matando indígenas lempas, ya sean anónimos o conocidos como Berta Cáceres. La emergente Latinoamérica continúa siendo el patio trasero de la Metrópoli; ahora, como en tiempos de Gaitán, Arbenz, el Che, Allende o Bishop… el Gran Caimán arrincona a líderes que promueven cambios y amordaza a pueblos que sueñan utopías. Por suerte, también el fermento internacionalista sigue vivo. Por lo que toca a Euskal Herria, son muchos los compañeros y compañeras que sienten la comezón de una solidaridad comprometida. Quienes nos precedieron en esta arriesgada tarea abrieron paso a quienes les relevado en el escenario antiimperialista.

No hace mucho, visitamos la humilde lápida que recuerda a Mogorrón en un rinconcillo de las Encartaciones. Era su estilo; aquella proverbial discreción con la que desplegaba solidaridades y desde la que sobrevive al paso del tiempo. Unos días más tarde, un amigo nos hizo llegar fotografías recién tomadas en San José de Bocay; los vecinos de aquel pueblecito nicaragüense siguen cuidando con esmero la tumba del «doctor Ambrosio». Dos símbolos funerarios cargados de vida; dos evidencias de que el internacionalismo continúa provocando generosidades y alumbrando horizontes de futuro.