Xole Aramendi
Udate

Andoin, el último farero de la isla

Santa Clara es la isla de los donostiarras. Preside, en medio de los montes Urgull e Igeldo, la bahía de la Concha. Está relativamente cerca de la ciudad, casi a una milla, pero al mismo tiempo, es desconocida para gran parte de los vecinos. Un documental quiere acercar la figura del último farero que la habitó, José Manuel Andoin, protagonista de un final trágico. Asimismo pretende que la gente mire con otros ojos la propia isla. «Nosotros ya lo estamos haciendo», afirman sus autores, Jesús Mari Palacios e Iñigo Jiménez.

Este año cumpliría cien años. Pero José Manuel Andoin decidió poner fin a su vida a la edad de 60 años. No había podido hacer frente a su traslado al faro de Igeldo, ni a la posterior muerte de su madre, con la que había vivido toda su vida. Se había ido el último habitante del faro de la isla Santa Clara.

Cuando Iñigo Jiménez (Donostia, 1980) escuchó la trágica historia de Andoin algo se removió en su interior. Se lo comentó a su amigo Jesús Mari Palacios (Donostia, 1980). No dudaron en embarcarse en la aventura de realizar un documental con el farero -en aquellos años eran conocidos como torreros o técnicos de señales marítimas- como protagonista. «Me impactó el tema de la soledad, cómo te relacionas con el medio. También es curioso que vivas con tu madre prácticamente toda tu vida. Fue el farero que más años estuvo en la isla y fue el último antes de que llegase la modernidad para que las máquinas sustituyeran al hombre», explica Iñigo Jiménez. «A mí me llamó la atención cómo un hombre que ha vivido en la isla, que se supone que está acostumbrado a la soledad, un ser supuestamente solitario, no consigue hacerle frente tras la muerte de su madre», agrega Jesús Mari Palacios.

No dudan de que el fallecimiento de su madre, conocida como la señora María entre los vecinos del puerto, fue un factor determinante. «Se ahorcó en Igeldo. Eso sucedió a los seis meses exactos después de la muerte de su madre. Es bastante evidente. Según los testimonios recabados, la relación entre ellos era estrecha. Dedicó su vida a cuidar de ella», señalan.

Dos décadas en la isla

Era el 1 de enero de 1944. Ese día llegaban a la isla José Manuel Andoin y su madre, María Torralva, naturales de Santoña. Permanecieron en ella 20 años. Con la automatización del faro de la isla terminó la estancia de madre e hijo. Era el año 1968. Se trasladaron a Igeldo. Ambos fallecieron en 1974.

Fueron dos décadas en las que vivieron en la isla tuvieron que hacer frente a condiciones de vida muy duras, «sobre todo hasta la instalación del teléfono», según destaca Txillardegi en la publicación «Santa Klara, gure uharte ezezaguna», que ha servido de punto de partida a Palacios y Jiménez.

Contaban con la Fuente Vieja para coger agua, aunque con mal tiempo y marejada era prácticamente imposible bajar hasta ella. Más eficaz, pero mucho más primitivo era aprovechar el agua de lluvia en una pozadera, sistema por el que optaron.

Igual de problemático era el abastecimiento de comida. «Pipo Ikatzategi, botero personal de Andoin, muchas veces no podía atracar en la isla y se veía obligado a lanzarlos, como decía irónicamente, por correo aéreo», según se puede leer en su libro.

En la misma publicación, Txillardegi califica el faro de «residencia inhóspita, un destierro real, tal y como lo documentó el historiador L. Murugarren. De hecho -cuenta-, cuando las autoridades enviaban a la isla a presuntos malhechores, estos permanecían en ella `asta que la muerte' se hiciera cargo de ellos», afirma.

Hijo de militar, Andoin, Manolo para sus amigos, comenzó la carrera militar a los 15 años. De su padre también heredó la afición al tiro con fusil. Todo hace indicar que era un gran tirador, ya que participó en las Olimpiadas de Londres (1948), Roma (1960), Tokio (1964) y México (1968). Las liebres, que en 1962 proliferaron tanto que se hicieron dueñas de la isla y a quienes perseguía sin tregua, sabían bien de la puntería del torrero. Les apuntaba desde las ventanas del faro.

La historia cuenta que presidía la isla una ermita construida en 1392. Txillardegi sugiere que la propuesta de su construcción pudo partir de San Francisco de Asís en la visita que realizó en 1220, estancia durante la que se alojó en el Monasterio del Antiguo.

La ermita era lazareto. Llevaban allí a los enfermos de peste para la cuarentena. «Supervisaban los barcos que llegaban a la bahía y si encontraban el brote eran trasladados a la isla», cuenta Jiménez. Aunque varios cronistas indicaron que tras los incendios de 1719 y 1813 no había rastro alguno de la ermita, lo cierto es que todavía quedan vestigios de la antigua edificación.

El faro fue construido en 1864, nueve años más tarde que el de Igeldo. «No hemos logrado ningún documento referente al periodo comprendido entre 1864 y 1900. Es a partir de ahí», explican. Santa Clara sigue siendo visitada por los donostiarras y turistas, pero no tan masivamente como en las anteriores décadas, en las que la afluencia de visitantes era alta en verano. En verano de 1975, por ejemplo, funcionaban 8 motoras durante todo el día.

«Iban un millar de personas al día -afirma Txillardegi-. Las mesas de madera dispersadas, estaban todas abarrotadas. Ir de excusión a la isla estaba de moda. Había más libertad que en las playas donostiarras».

Anjel Isturitz es miembro de la saga de barqueros que durante años se han dedicado a llevar a la gente a la isla. «Hablamos con él y nos dijo que en los años 40 y 50 iban 60.000 personas en verano. Con su nevera, a pasar el día... Ahora van solo 20.000. Nos hemos dado cuenta de que mucha gente no ha ido nunca, gente de Donostia mismo», subrayan Palacios y Jiménez.

Es un lugar frecuentado, pero desconocido. «Está ahí, en medio de la bahía, pero el hecho de que no se pueda ir por tierra hace que no puedas ir en invierno a no ser que tengas una barca. Y los que van tampoco se plantean lo que esconden las piedras». La isla ha sido objeto de varios proyectos, entre ellos una pasarela proyectada en 1900, con el objetivo de eliminar el concepto de isla. «Cuando hay marea baja se ve una especie de puente. No lo terminaron porque no era factible por la marea», indican.

En 1956 surgió la isla que conocemos ahora de la mano de la Asociación de Amigos de la Isla. Sus miembros consiguieron llevar agua potable, y con ello, se habilitaron los bares, las duchas, y las sombrillas, entre otras cosas.

Gracias al libro-inventario del faro cuentan con la lista de todos los fareros. «Es curiosa la vida de muchos de ellos. A. Ricarte y su mujer E. Garrido tuvieron ocho hijos, y vivían todos en la isla. No estaban escolarizados», cuentan. Tampoco el resto de niños que vivían en Santa Clara. Otro farero, F.A. Herrera, murió en la isla tras enfermar. Realizó señales con banderas al faro de Igeldo. No lo vieron y murió. Jiménez y Palacios no descartan publicar un libro que incluya la vida de los anteriores fareros a Andoin y curiosidades sobre la isla. La historia de la isla da para mucho.

Los autores del documental tienen especial interés en recuperar los objetos personales de Andoin. Para ello, tienen un email: palaciosjesusmaria@gmail.com. «Los familiares que residen aquí no saben qué pasó con sus trofeos, sus armas, sus fotografías... Sería increíble localizarlos», finalizan.

TXILLARDEGI, UHARTEZALE PORROKATUA

«Santa Klara, gure uharte ezezaguna» izenburu esanguratsua aukeratu zuen Jose Luis Alvarez Enparantza Txillardegik irlari 2004an eskaini zion liburuarentzat. Polita da argitalpenaren sarreran lehenengo aldiz irlara bere osaba Miguelek (tio Miguel) eraman zuenekoa nola kontatzen duen. 12 urteko mutikoa zen idazlea. «Txilarraz oroitzen naiz, eta haizeak makurtutako zuhaixkez, eta antxeten eta kaioen karrakez. Platapetik olatu orroa zetorkigun», idatzi zuen liburuan.

«Farolaren etxera iritsi ginen. Eta han bokata bana jan genuen, eta bertan saltzen zen sagardoa gogoz edan. Donostiar askok (nire amak berak barne) sekula gainditu ez duten `barradera' gainditua nuen jadanik. Nerabe nintzen mutil hura, gizonduta atxeman nuen neure artean», jarraitzen du. Eta gerora, urteak joan, urteak jin, uharte zale bihurtu nintzen, porrokatua», aitortu zuen. «Uhartezaleok maitemindu egiten gara zinez paraje hartaz. Han nahi genuke egunero egon. Maitemindutako nerabeak bere neskatila maitatuarekin egon nahi duen bezala. Hori dela bide, eta ahal izan dudan bitartean, txalupaz, piraguaz, pirautxoz, ehunka aldiz izana naiz han. Hantxe eman dut ordu pila. Eta, benetan, ez dut uste hango dolce far niente giro hartan baino ordu beteagorik eta atseginagorik beste inon dastatu dudanik», aitortu zuen argitalpenean.

Irla aisialdiaz gozatzeko bakarrik ez, lantoki ere bihurtu zuen antiguatarrak. «Donostiako paradisuari Santa Klara uhartea deritzo. Baina lan-leku ederra ere bada. Literatura orrialde mordoxka idatzia dut nik hango mahai zaharretan. Nire luma-uztaren parte bat uharteari datxekio. Eta oraintxe da une egokia aitortzeko», irakur daiteke liburuan. X.A.

Mirada poética hacia una isla vacÍa

«Ur Artean» -título provisional del documental- quiere ser una mirada poética hacia la isla. «Al principio se verá la isla vacía. Reflejaré la ausencia que han dejado estas personas, se verá la isla como un lugar que ya no está habitado», señala Jesús Mari Palacios.

Será un ejercicio de poesía entre lo que no vemos y lo que nos cuenta. «Pretendo que el espectador haga el ejercicio de imaginar a dos personas viviendo allí», cuenta.

A través de las imágenes de Santa Clara se mostrará el contraste que vive la isla en invierno y en la época estival.

En el documental también se llevará a cabo la reconstrucción de la historia protagonizada por José Manuel Andoin. Para ello, los autores han tenido acceso a diversos documentos que escribió el propio farero, con entrevistas de personas que lo conocieron.

El tema de la soledad preside la filmografía de Palacios. Su primer documental, «Figura amb paisatge», nos presentaba al último matrimonio residente en un pueblo pequeño del Pirineo. Su segundo trabajo, «Casa vacía», se adentraba en la abandonada casa-estudio que Jorge Oteiza y Néstor Basterretxea compartieron de jóvenes en Irun. «Todo me acaba llevando al mismo tema: es el vacío como metáfora de la ausencia de lo que hubo antes», afirma el realizador.

«Nosotros estamos acostumbrados a ver la isla desde la ciudad, pero queremos incluir también la vista de la ciudad desde Santa Clara. Queremos jugar con el contraplano de lo que vemos normalmente. Sabemos que él tenía un telescopio, se entretenía mirando a la gente desde la distancia», añade.

«¿Quién mira a quién? Nosotros miramos la isla, pero él a su vez es testigo de lo que sucede en la ciudad», señala Jiménez. X.A.