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BILBO

Fallece en el Hospital de Cruces el exrefugiado Gaizka Sopelana

Gaizka Sopelana Aduriz, el exrefugiado que retornó el 12 de agosto a tierra vasca, no pudo cumplir con su promesa de caminar por sus añoradas Siete Calles y ha fallecido hoy en el Hospital de Cruces, según ha informado su familia. Una complicación en su delicado estado de salud se lo ha llevado después de despedirse de sus seres más queridos y de semanas de lucha contra la enfermedad.

Gaizka Sopelana, en la terraza del hospital de Gorliz el jueves pasado. (NAIZ)
Gaizka Sopelana, en la terraza del hospital de Gorliz el jueves pasado. (NAIZ)

Gaizka Sopelana Aduriz ha fallecido hoy en el Hospital de Cruces, a donde fue trasladado el domingo después de que se produjeran nuevas complicaciones en su precario estado de salud. En los tres últimos días, el exrefugiado ha tratado de superar la enésima crisis, con una nueva intervención quirúrgica, que finalmente se lo ha llevado.

«Pronto nos vemos», manifestó el jueves el propio Sopelana desde la terraza del Hospital de Gorliz, a donde había sido trasladado para continuar con su proceso de recuperación. Los dos últimos meses había mantenido un pulso con la vida que parecía haber ganado, aunque una nueva complicación ha desvanecido ese sueño. Era su primer mensaje público de agradecimiento a todos aquellos que le han apoyado desde que iniciase su viaje de regreso a Euskal Herria tras 35 años en el exilio.

Sopelana pisó tierra vasca el 12 de agosto, donde fue recibido en el aeropuerto de Loiu por familiares y amigos antes de ingresar de inmediato en el Hospital de Cruces para ser tratado de una grave enfermedad. El vecino del Casco Viejo bilbaino fue intervenido el 22 de agosto en el centro sanitario de Barakaldo para extirparle un tumor maligno.

Gracias al equipo médico que le atendió, logró salvar el pulmón en una intervención que se prolongó durante horas y donde se le extirpó un tumor de 9 kilos de peso. Luego, llegarían jornadas de incertidumbre. Durante 40 días luchó en la UCI de Cruces por superar las adversidades que se le fueron presentando. Llegó una lenta recuperación y el jueves pasado, Gaizka Sopelana fue trasladado a Gorliz para seguir con su proceso de recuperación, que se ha ido al traste cobrándose su vida.

Con una sonrisa en sus labios, mirando a la bahía de Plentzia, el exrefugiado mantenía su máxima de poder caminar por su añorado Casco Viejo y abrazarse a aquellos que habían hecho posible que retornase desde México y que fuera tratado con mimo en Cruces. Su compañera, familiares y allegados agradecen las muestras de solidaridad y cariño que han recibido en estas semanas.

El acto de despedida a Gaizka Sopelana será el viernes, a las 19.00, en el tanatorio de Servisa, detrás del Ayuntamiento de Bilbo.

Desde 1981 alejado de Bilbo

Sopelana, de 55 años de edad, permaneció siete lustros –desde 1981– alejado de Bilbo por su compromiso político. Muy vinculado al movimiento popular desde su juventud, fue profesor en la ya desaparecida gau eskola Gure Leku. A finales de los 70, fue arrestado en varios ocasiones por participar en manifestaciones proamnistía, además fue encarcelado y posteriormente canjeado, junto con otros presos políticos, por la liberación del dirigente de UCD Javier Rupérez.

Asimismo, es destacable su faceta como escritor, pues es el autor de dos libros publicados por la editorial Txalaparta, ‘Los ejércitos de Terracota’ (2013) y ‘Los contrabandistas del Bidasoa’ (2000).

Gaizka Sopelana Aduriz era hijo de Andoni Sopelana, uno de los resistentes vascos que volaron el monumento al general fascista Emilio Mola y que posteriormente fue encarcelado en la prisión de Larrinaga. Asimismo, era nieto de Manolo Sopelana, partícipe y organizador de la fuga del campo de concentración de Gurs, en el Estado francés; y de Hermógenes Aduriz, gudari del batallón Avellaneda en la guerra de 1936.

Denuncia de Sare

En un comunicado, la red ciudadana Sare ha remarcado que la condición de exiliado de Sopelana «le ha dificultado obtener la asistencia sanitaria necesaria».

Ha destacado, además, la «gran inseguridad» que rodea la situación de los exiliados.