Iker Bizkarguenaga
el futuro del ascensor de begoña

Una joya singular tratada de forma particular

Bilbo lleva horas sumergida en la vorágine de la Aste Nagusia, vecinos y visitantes abarrotan calles y plazas, el Casco Viejo es un hervidero. Sin embargo, a pocos metros del cogollo festivo el Ascensor de Begoña pasa totalmente desapercibido, nadie repara en él. Es insólito que un tesoro arquitectónico sea velado en una ciudad que alardea de sus atractivos. No ocurre igual en otros lugares, donde exhiben con orgullo sus ascensores «singulares».

Es probable que si visita Salvador de Bahía, en algún momento acabe por utilizar, o al menos fotografiar, el Elevador Lacerda, pues se trata de uno de los principales puntos turísticos y símbolo de la ciudad brasileña. El ascensor público lleva más de una década protegido por el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional y desde lo alto de sus torres puede apreciarse en su esplendor la Bahía de Todos los Santos y el famoso Mercado Modelo. Del mismo modo, es improbable que si visita Salvador de Bahía logre encontrar algún vecino o vecina que nunca haya hecho uso de ese servicio público, pues desde su inauguración, hace más de un siglo, ha sido el principal medio de transporte entre las dos partes de la ciudad, la Ciudad Alta y la Ciudad Baja. Su uso por parte de los soteropolitanos –elegante gentilicio– es masivo, y llega a transportar a casi 900 mil pasajeros por mes o, lo que es igual, 28 mil personas al día en un recorrido de treinta segundos de duración.

El Elevador Lacerda, revisado por última vez en 1997, es llamado así en honor a su constructor, Augusto Frederico de Lacerda, y es un claro ejemplo de buena conservación, promoción y aprovechamiento comunitario de un monumento con vocación de servicio público, o de un equipamiento de carácter monumental, y es motivo de orgullo para sus usuarios y usuarias.

No puede decirse lo mismo del Ascensor de Begoña. Con toda seguridad muy pocos de los miles de visitantes que estos días pasean por una ciudad abarrotada en plena Aste Nagusia repararán en el llamativo perfil que se alza desde la calle Esperanza hasta el alto barrio bilbaino. Está en pleno Casco Viejo, punto de encuentro de lugareños y foráneos, pero... ¿quién conoce su existencia? La respuesta a esta pregunta, si se formulara, sería desoladora, como la propia imagen de una instalación que durante más de seis décadas hizo un primordial servicio a muchos bilbainos.

Tres años cerrado. «Ascensor de Begoña. Rafael Fontán. 1943-1949. Este inusual vehículo permite salvar con facilidad los 45 metros de desnivel entre El Arenal y Begoña». Este es el enunciado de la pequeña placa instalada en el número 6 de la calle Esperanza, contiguo a la entrada del elevador. Es la única referencia visible a este inmueble de estilo racionalista y construido en hormigón. Aunque visible quizá sea demasiado decir; hay que fijarse bien para hallarla, de hecho, hay que buscarla. La entrada aparece cerrada por una puerta metálica y dos gruesos tablones de madera. El ascensor dejó de prestar servicio el verano de 2014, tras funcionar durante 65 años, al echar el cierre la empresa que lo gestionaba, Ascensores a Begoña S.A, alegando falta de rentabilidad económica. Un año más tarde el Gobierno de Lakua anunció que iba a acometer una serie de labores de acondicionamiento de la instalación para ponerla en funcionamiento, sin fecha.

Es agosto de 2017 y solo hay indicios de actividad en el frontón adyacente. Los turistas pasan pero nadie se fija. Ni en la placa, ni en la entrada, ni en el «inusual vehículo» que se yergue en la parte trasera de la calle.

Es cierto que quien quiera subir desde las Siete Calles a Mallona (y al revés) puede hacerlo a través de la estación del metro, pues hay un elevador acondicionado a tal efecto, pero en Bilbo hay vecinos y vecinas preocupados por el porvenir de uno de los elementos simbólicos de su patrimonio. Uno de ellos es Javier Aguinaga. Fue usuario del ascensor de Begoña y hoy hace lo que está en su mano para preservarlo. Coincidiendo con el cierre, buscó y halló en internet una lista de ascensores singulares del mundo, en la que estaba, por supuesto, el Elevador Lacerda, y con el brasileño otros como los de Oregón (Estados Unidos), Izmir (Turquía), Bailong (China), Hammetschwand (Suiza) o el de Santa Justa, en Lisboa (Portugal). Algunos realmente espectaculares, todos ellos bellos en su singularidad; como el de Begoña. Pero éste no aparecía en aquel listado.

Petición al Ayuntamiento y a Lakua. Esa misma semana, Aguinaga remitió la lista al entonces alcalde de la villa, Ibon Areso, y a la consejera de Medio Ambiente y Política Territorial, Ana Oregi. Junto a ella, la solicitud de que el ascensor de Begoña fuera declarado Monumento Histórico, una petición que hacía extendible a su «hermano pequeño», el ascensor de Solokoetxe. «Quería hacer ver a los máximos responsables institucionales la importancia de este ascensor, el activo que supone para Bilbao un edificio singular como este», explica a 7K. El primer edil no tardó en responder, recordando el embrollo jurídico al que está sujeto el ascensor, pues la empresa concesionaria no ha renunciado a su titularidad y Lakua debe resolver esa cuestión antes de adoptar ninguna medida. Con todo, Areso aseguraba que tanto el Ejecutivo como el Consistorio tenían «la voluntad de conservar el Ascensor de Begoña tanto desde el punto de vista arquitectónico como de servicio», aunque no consideraba necesaria la declaración de Monumento Histórico.

El departamento de Oregi tardó algo más en responder, unos siete meses. En su nombre, el director de Patrimonio Cultural, Imanol Agote, señalaba que el ascensor estaba incluido en su base de datos y propuesto para ser protegido mediante su inclusión en el Inventario General de Patrimonio Cultural Vasco. Aguinaga, que lamenta «lo poco que valoramos lo que tenemos en casa», no cree que eso sea suficiente. «La única solución –expone– es que sea declarado Monumento Histórico. Solo así puede ser realmente protegido». Su temor es que «por unos o por otros, el ascensor se deteriorará irremisiblemente y al final alegarán que, ‘por seguridad’, es necesario derribarlo». De hecho, el deterioro ya es evidente, y los vecinos de los portales aledaños denunciaron hace meses sus riesgos y afecciones. La declaración de Monumento obligaría a la empresa concesionaria a mantenerlo en condiciones. EH Bildu hizo en octubre de 2014 una petición en este sentido, pero el Gobierno municipal da largas.

Aguinaga observa, y censura, cierta dejación institucional en este tema, e insiste en la necesidad de que se transfiera su gestión y propiedad al Ayuntamiento, que sea declarado Monumento Histórico y que, en ese caso, «su uso, al igual que el del resto de ascensores públicos de Bilbao, sea gratuito». Cree incluso que podría servir de eje para un recorrido turístico que uniera la Plaza Nueva y las Siete Calles, la Basílica de Begoña y las Calzadas de Mallona, y destaca que el elevador «es uno de los eslabones de la cadena del desarrollo industrial en torno a la Ría». Aunque desgraciadamente y por el momento sea el eslabón más débil.