Adolfo Muñoz «Txiki»
Secretario General de ELA
GAURKOA

¡Abandonad cualquier esperanza!

El pasado año un sindicalista inglés nos dijo: «tardamos 20 años en concluir en qué consistía el proyecto de Margaret Thatcher: un plan sistemático de destrucción de derechos y de identidades colectivas». El contexto en que vivimos es similar al que capitaneó Thatcher. Capitalismo sin bridas con gobiernos que no intervienen en defensa de las personas débiles. ¡Vaya cóctel! Cada día aparecen nuevos ejemplos. La patronal exige otra reforma laboral «para salvar los obstáculos judiciales que han torpedeado su aplicación». Otra reforma, bloqueo en la negociación colectiva para bajar salarios y vía legal para eliminar a ELA y LAB. Esta patronal cuenta con el apoyo del Gobierno Vasco. Larry Fink dirige BlackRock, la mayor gestora de Fondos de Inversión del mundo. Visitó en marzo al Gobierno español, y la prensa se refería a él como «el hombre más poderoso del mercado». Decía sin rubor alguno: «ayudo a los gobiernos a adoptar las políticas adecuadas… siempre pensando en el interés de nuestros clientes». Es el reino de acreedores, multinacionales y bancos que disfrutan empobreciéndonos, precarizando nuestras vidas, para acumular capital y poder.

Los gobiernos y la política. Los primeros, cómodos hasta el suicidio político, obedecen y estigmatizan a quienes nos oponemos a sus políticas. La socialdemocracia ha convivido con el neoliberalismo institucionalizado. La UE ha permitido al poder económico arrebatar democracia y soberanía a ciudadanos y naciones; la han construido para que al capital le resulte indiferente quién gobierna. Para eso se hizo el Tratado Europeo y, para reforzarlo, preparan el TTIP.

El objetivo es disciplinar toda la política. ¡Solo hay una alternativa! Que renuncie a pensar y asuma ser mediocre para dejarse llevar. No caben prácticas alternativas y el debate político se debe desarrollar en los parámetros que interesan al capital, abandonando referentes esenciales. Estorba incluso la más elemental pedagogía política. Casi sin percibirlo, el debate es solo electoral: ¡Elija entre neoliberalismo y neoliberalismo! No hablamos de promesas electorales, sino de qué se hace al llegar a las instituciones.

Los partidos sistémicos, además, están atrapados en una tela de araña, unas veces legal y otras corrupta (pero siempre perversa e injusta) que los mantiene subordinados a grandes empresas y poder financiero. Un partido que tiene colocados a ex altos cargos en Iberdrola… ¿puede tomar decisiones contra esa empresa? ¿Qué explica la «pérdida» de un expediente en el cambio de gobierno de Zapatero a Rajoy en el que se exigía a las eléctricas la devolución –por cobros indebidos– de 3.000 millones de euros? Es imposible que se dirijan de tú a tú al poder económico.

Lo que sucede en Grecia es muy importante. Necesitamos Gobiernos que digan «no voy a sacrificar a mi pueblo para dar satisfacción a acreedores ilegítimos». Lo necesitamos, de la misma manera que la Troika, para sus intereses, necesita que Syriza claudique.

La democracia huele a podrido. En esta globalización mandan personas a las que no votamos. La izquierda, en nuestra opinión, si quiere ser transformadora, debe hacer un debate muy serio sobre los límites institucionales. Si no, cuando llegue a gobernar, se encontrará con el mismo dilema que hoy tiene Tsipras. Si ese debate no se hace y la izquierda forma parte de gobiernos, podría suceder que el problema lo representemos quienes exigimos prioridad para las políticas sociales.

No es una cuestión semántica. El Lehendakari prefiere llamar «rigor» a la austeridad. Buscan nombres para ocultar el contenido antisocial de sus políticas y para que les ayude a eludir sus responsabilidades. El Gobierno Vasco saca nota aplicando ajustes y renunciando a realizar una reforma fiscal que revierta la descapitalización de las cuentas públicas llevada a cabo durante años. La que aprobaron PNV, PSE-EE y PP ha sido irrelevante en términos de recaudación.

Mientras, la opacidad fiscal es total. ¿Por qué se permite que cargos de la patronal pasen a dirigir las haciendas o, el viaje inverso, de dirigir las haciendas a ser alto cargo en la patronal? Sufrimos políticas fiscales basadas en la gran mentira neoliberal de que bajando impuestos al capital se recauda más. El debate fiscal sigue secuestrado. Es inaceptable que el Gobierno nos diga que no puede «hacer nada». Esta política fiscal es causa de mucho sufrimiento social.

El mantra del crecimiento. Crecimiento sin más, sin planeta que salvar de un sistema económico que desprecia el calentamiento global y sin intervención pública para impedir que las desigualdades sociales aumenten. Las reformas se han hecho para que, también con crecimiento, las desigualdades aumenten. Si el crecimiento se consolida (basado en factores externos como el petróleo, los tipos de interés y un euro más débil), lo será con más desigualdad. Hoy, con vista a elecciones, en vez de debatir sobre políticas para paliar la desigualdad, asistimos a una pugna por ver quién anuncia un PIB más alto y por atribuirse que el crecimiento se debe a su acción de gobierno, lo cual es mentira. Los gobiernos, todos, han colaborado en ahogar la economía real.

El sindicalismo, o es contrapoder o no es nada. ¿De verdad es ELA maximalista? ¿Cuántas decisiones tomadas por los gobiernos estos últimos años lo han sido tras dialogar y negociar? Ninguna. Todo unilateral. Con el fin de ser eficaz en el contrapoder, ELA defiende para el sindicalismo la autonomía financiera y política que le permita decidir estrategias y acciones; alejarse de mesas inútiles que otorgan al sindicalismo un papel burocrático; consolidar organización sindical desde los centros de trabajo; formar cuadros y militantes y, en la medida de lo posible, apostar por alianzas sindicales y sociales que compartan praxis y objetivos (sumar entre distintos que tenemos enemigos comunes). Optar por el contrapoder sin organización no es posible. El reto –difícil– no admite lenguajes ambiguos que nadie entiende. Para ser un referente alternativo, se debe ser claro. En lo sindical, ante una realidad mucho más precaria, para decirle a nuestra gente que el sindicato nos hace fuertes. En lo social, para exigir a la política, a toda, que no acepte los límites estrechos que impone el neoliberalismo. La izquierda, en nuestra opinión, reproducirá el papel de la socialdemocracia si defiende que sindicatos y movimientos sociales debemos ser masa de maniobra partidaria. Si la izquierda tiene un programa transformador, además de explicarlo, debe innovar con respecto a la vieja relación partido-sindicato. Es a partir de la autonomía sindical desde donde debemos buscar una dialéctica con la política, por otro lado imprescindible. Y en lo político –político es todo– para dar centralidad al modelo de sociedad en el debate por la soberanía. No como el fin de un camino, sino como eje central del propio recorrido soberanista.

Hay quien quiere que el sindicalismo abandone el referente de la lucha de clases (es cosa del pasado, dicen). Es curioso, a algunos de ellos les basta hablar de un «modelo propio» para Euskal Herria para sentar cátedra antisindical. Es gente que se basta sola y que no tolera ningún tipo de defensa colectiva organizada. ¿Qué papel juegan los sindicatos en ese «modelo propio»? Otros simplemente exigen que abandonemos la esperanza. No lo vamos a hacer. Los referentes no existen si no se trabajan. A quienes compartan estos objetivos, ELA les invita a hacer juntos el camino. Una tarea apasionante.