Juan Ibarrondo
Escritor
KOLABORAZIOA

El 18 de abril, un Eguna en Gasteiz

Pregunté a Zuriñe, «¿qué tal va lo del 18 de abril?». Bien, me contestó con una sonrisa cómplice, «vamos a montar un Eguna». Utilizó una frase mestiza con la que se refería al día de la fiesta y la reivindicación colectiva. De alguna manera, mi amiga enriquecía así una frase en castellano con un término en euskara, que había mutado su significado (de día común a día señalado) al añadirle un nuevo significante surgido de experiencias pasadas.

De la misma forma que las lenguas, las sociedades, las personas y los pueblos se enriquecen en el contacto con los diferentes. Siempre, claro está, que exista encuentro entre iguales y no encontronazo entre dominador y dominado. Y precisamente esto es lo que se reivindica el 18 de abril. Y por eso íbamos a montar un Eguna. No se trata de algo nuevo, más bien estamos hablando de una tradición «revolucionaria» vasca. Una tradición relativamente reciente, que tiene su origen en las reivindicaciones en defensa del euskara de los años 60 ó 70 del siglo pasado, y que luego se ha venido utilizando en otros contextos y otras reivindicaciones con gran éxito y popularidad. Me vienen a la cabeza ejemplos gloriosos como el Insumiso Eguna, o el Gaztetxe Eguna, por situarme en mi entorno más cercano y familiar.

Es cierto que en todas partes se celebran los días internacionales de tal o cual cosa, el día de la patria, la fiesta nacional… Pero los «Egunas» a los que me refiero tienen características propias, que los diferencian de estos eventos normalmente muy institucionalizados o ritualizados. El «Eguna» del que hablo se parece al potlach en su acepción festiva, a la TAZ (zona temporalmente autónoma), si lo consideramos desde una perspectiva espacio temporal, y al concepto gramsciano de hegemonía si atendemos a su significación política.

Empezando por esta última acepción, según Gramsci, las voluntades colectivas se forman en luchas sociales concretas, formando en ellas una hegemonía social que articula sectores diversos. Esto es, ni más ni menos, lo que se produce en un «Eguna»: se constituye una hegemonía social que se opone al discurso del poder y trata de sustituirlo por otro que se quiere hegemónico.

En el caso del 18 de abril, frente al discurso racista y xenófobo del Partido Popular, se constituye un discurso –que trata de ser hegemónico– que promueve la defensa de la diversidad y los derechos sociales para todas y todos. Para conseguirlo, la multitud –en el sentido de Spinoza– se articula por sí misma, y se organiza en base a unos mínimos comunes, en la defensa de ciertas líneas rojas que no está dispuesta a que el poder, o mejor dicho, los poderosos, traspasen a su costa. En este caso, la defensa de los derechos sociales, civiles y políticos de todas las personas; que se ven atacados desde los poderes dominantes, o desde ciertos sectores de éstos. Se trata de la espontaneidad organizada, en base a círculos concéntricos de participación creciente, cuando cada cual asume de forma voluntaria diferentes grados de compromiso y participación autogestionada.

Obviamente, la preparación del Eguna exige una gran cantidad de trabajo y conocimientos. Pero, sobre todo, exige experiencia en el trabajo colectivo para conseguir articular, de forma coherente y organizada, vectores sociales de habitual dispersos. Es un acto contingente y temporal, pero que ocasiona consecuencias perdurables en el tiempo. Si las provoca es precisamente porque consigue instaurar cierta hegemonía social, porque demarca líneas rojas que a las élites dominantes les resulta difícil de traspasar sin poner en evidencia su retórica de la representación y el interés general. Pues, tras el Eguna, ese interés general se ha mostrado ya contrario a los intereses de unas élites que ya no hablan por nosotros, por lo menos en lo que se refiere al tema que se pone en cuestión.

Un «Eguna» supone también la reapropiación del espacio público. Cuando una parte de la ciudad abandona, por un tiempo, sus funciones habituales ligadas al consumo, el trabajo y el tránsito para convertirse en agora: el lugar donde se constituye un sentido común colectivo que se opone al dominante; el lugar de la política, que abandona por un tiempo los despachos y baja a la calle…

Por eso se asemeja a la idea de zona temporalmente autónoma, pues se produce una ocupación temporal del espacio urbano. En ese sentido, se trataría de crear un acontecimiento –o una situación– distinta a la rutina de consumo/ trabajo/ descanso, para conformar algo nuevo; salirse del espacio/ tiempo del sistema social dominante para transformarlo. Ese salirse de la rutina se logra –sobre todo– en la fiesta, cuando tiramos la casa por la ventana, quemamos las naves y disfrutamos a tope, sin que el coste nos importe demasiado.

Por ello tiene algo de potlach, de fiesta grande, de catarsis… Pues en él sentimos la intensa emoción –la felicidad– de quien es capaz de llevar a cabo su potencia, como diría Deleuze. Una potencia que se convierte en acto, que siempre es acto contra el poder, y es siempre también acto en común. Es ese movimiento el que nos embriaga de tal forma que consigue cambiarnos juntos, de una forma que tiene algo de mágico, de lúdico, de preformativo…

El 18 de abril, moras y cristianos, trabajadores y paradas, lesbianas y curas, loqueras y locos, jóvenes y viejas, pobres y no tan pobres…, por un tiempo y en un espacio dado, seremos común. Y después, ya nada será igual. Gora Gasteiz.