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KATMANDÚ

El rescate y la asistencia centran los esfuerzos entre las ruinas de Nepal

Mientras el balance de víctimas seguía aumentando y la tierra continuaba temblando tras el devastador seísmo del sábado, los equipos de rescate trabajaban contrarreloj en la búsqueda de supervivientes bajo los escombros y la comunidad internacional multiplicaba sus esfuerzos de ayuda. Los muertos son ya más de 2.430.

El último balance oficial del terremoto más mortífero de los últimos 81 años en Nepal cifraba ayer en más de 2.430 los muertos en el país, cerca de un millar en su capital, donde muchas casas son viejas, de precaria construcción y están apiñadas unas junto a otras, por lo que cayeron como castillos de naipes. Al menos otras 81 personas fallecieron en el norte de India (62), en Tíbet (17) y en Bangladesh (4). Además, la cifra de heridos se sitúa por encima de los 6.000 –en India, 269–. Las autoridades recuperaron 22 cuerpos en la ruta de acceso al Everest, donde al menos 217 personas se encontraban desaparecidas.

Mientras los cuerpos se apilaban en el densamente poblado valle de Katmandú tras el devastador terremoto del sábado, los equipos de rescate seguían excavando con sus propias manos entre los escombros para tratar de encontrar supervivientes. En las estrechas callejuelas de la ciudad vieja de Katmandú los rescatadores tuvieron que optar po usar picos para abrirse camino ante la imposibilidad de emplear excavadoras. Algunos, con mascarillas para protegerse del polvo, removían montañas de madera hecha astillas y ladrillos rotos con la esperanza de encontrar supervivientes.

Uno de los emblemáticos edificios históricos completamente derruidos por el seísmo, la torre Dharahara, sepultó a unas 200 personas, muchas de las cuales pudieron ser socorridas.

«Nuestra prioridad en estos momentos es la de sacar a los que todavía siguen atrapados dentro de los edificios derruidos», señaló el portavoz de la Policía, Kamal, Singh Ban.

En Katmandú, que tiene un millón de habitantes y ayer seguía sin electricidad, cientos de edificios quedaron arrasados. Miles de personas seguían vagando a la intemperie, a pesar de las frías temperaturas y de la lluvia, atemorizadas por las fuertes réplicas de hasta 6,7 grados de intensidad, que provocaron más avalanchas en el Himalaya. «No hemos dormido. El suelo no dejaba de temblar«, decían.

Y muchos pacientes eran tratados en las calles ante el peligro de mantenerse dentro de los centros hospitalarios que, por otro lado, estaban desbordados y escaseaban los suministros médicos.

En Nepal la mayor parte de su población tiene generadores individuales, por lo que las colas en las gasolineras de los cientos de personas en busca de combustible eran ayer kilométricas.

Las agencias humanitarias sobre el terreno certificaban la dificultad de evaluar la magnitud de la tragedia y las necesidades generadas. Algunos expertos, citados por “The Guardian”, destacaron que la devastación fue mayor debido a la poca profundidad en la que se situó el epicentro (11 kilómetros bajo la superficie), aunque pudo ser mayor si no se hubiera producido en una zona de roca sólida.

«Está claro que ahora mismo hay urgencia de refugios temporales y alimentos, ya que muchos residentes se vieron obligados a pasar la noche fuera de sus casas», destacó una portavoz de la ONG Christian Aid.

El Gobierno de Nepal se ha visto sobrepasado por la tragedia y si bien India, Pakistán y China fueron los primeros en reaccionar y enviar suministros médicos, alimentos y equipos de rescate, las ofertas de ayuda se multiplicaron. No obstante, su envío se está viendo dificultado por los daños en vías de comunicación e infraestructuras.

Varias ONG reiteraron la importancia de una movilización rápida de equipos de rescate y ayuda humanitaria y una coordinación adecuada entre autoridades y agencias humanitarias, e incidieron en la prioridad de enviar agua potable y alimentos, asistencia médica y ayuda de cobijo y refugio.

El Everest «no quiere más alpinistas»

George Foulsham no volverá tras haber sobrevivido al gigantesco alud que arrasó el campamento base del Everest, a unos 5.500 metros sobre el nivel del mar, a consecuencia del seísmo. Para él, esta última catástrofe es una señal: el techo del mundo no quiere ver más alpinistas.

Cuando la montaña tembló había unos 1.000 escaladores y sherpas en diversas zonas del Everest. Muchos probaban suerte de nuevo después de que la temporada fuera cancelada por la muerte de 16 sherpas en el que hasta ahora era el accidente más grave ocurrido allí.

«Corrí y corrí, pero la ola, como un edificio blanco de 50 pisos, me aplastó. No podía respirar, pensé que estaba muerto. Cuando me puse de pie, no podía creer que hubiera pasado por encima de mí y estuviera ileso», indicó Foulsham, biólogo de Singapur de 38 años. Había llegado al campo base para una segunda tentativa tras la cancelación del año pasado. «He ahorrado durante años para ascender el Everest, pero parece que la montaña nos está diciendo que no quiere que subamos por ahora. Es más que una coincidencia ver esto dos años seguidos», dijo.GARA