Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Superpoli en Las Vegas»

La vertiente doméstica de la parodia policial se agota

En origen el planteamiento de la franquicia “Paul Blart” podía haber estado bien, porque buscaba simplemente la vertiente más doméstica o cercana de la parodia policial. A Kevin James y a su coguionista Nick Bakay se les había ocurrido crear un personaje proclive al humor costumbrista, al no tratarse del patrullero uniformado que vigila las calles y utiliza la violencia como arma represiva, sino de un inofensivo vigilante de centro comercial. Tanto era así que el sobrepeso del actor encajaba dentro de la escasa exigencia de condiciones físicas para un tipo de agente tan pasivo, dedicado sobre todo a dar paseos por las galerías de las grandes superficies.

Pero “Superpoli de centro comercial” era una comedia infantiloide, con una comicidad burda y nada desarrollada que solo funcionó en los Estados Unidos. En el resto del mundo pasó desapercibida muy merecidamente, aunque los 146 millones recaudados en el mercado de Hollywood resultaron rentables, al haber costado alrededor de 25 millones de dólares. La secuela estaba más que cantada, por más que fuera de su país de procedencia tampoco vaya a despertar ningún interés.

“Superpoli en Las Vegas” es la demostración de que el producto se agotó ya de salida, y que no podía dar para más, ni siquiera para una continuación. De hecho, Kevin James y Nick Bakay han tardado seis años en dar con el argumento para la segunda parte, y después de tanto tiempo se han decidido finalmente por un mero cambio de escenario, volviendo sobre lo mismo pero con unas localizaciones y decorados distintos.

Las Vegas suele ser el destino ocioso que todas las comedias estadounidenses buscan, toda vez que permite introducir tramas sobre robos en el casino o el hotel de turno. Como quiera que el productor y padrino de Kevin James no es otro que Adam Sandler, da igual verlos juntos o por separado, porque son tal para cual.