Anjel Ordóñez
Periodista
JO PUNTUA

Mercadillo en París

Fiscales «antiterroristas» de 34 países de varios continentes se reunieron la semana pasada en París para debatir sobre «política antiterrorista». El cónclave judicial tenía como objetivo consolidar la cooperación entre estados y delimitar el papel del poder judicial en el ámbito de los conflictos armados. Sin duda, la elección de la capital francesa como sede de la reunión no fue casual ni tampoco inocente. La Asamblea Nacional francesa tiene previsto votar mañana el polémico Proyecto de Ley sobre los Servicios de Información, cuyo articulado contempla que las redes sociales, los motores de búsqueda en internet o las empresas que alojan bases de datos estén obligados a comunicar a los servicios secretos las actividades de usuarios sospechosos con actividades terroristas o de espionaje. Además, se les permitirá utilizar las más diversas prácticas de espionaje tecnológico, sin autorización judicial previa. Lo vistan como lo vistan, es un ataque sin precedentes a las libertades fundamentales.

Para no perder comba en una materia tan suya, el fiscal jefe de la Audiencia Nacional española, Javier Zaragoza, puso sobre la mesa de París su valiosa contribución a la cruzada internacional contra el yihadismo: la dispersión. Zaragoza aseguró que «los presos yihadistas en España son individuos que proceden de zonas cuyas comunidades musulmanas son más numerosas, como Catalunya, Ceuta y Melilla y se les desplaza a centros penitenciarios alejados de esos lugares».

Ayer, en Iruñea, Etxerat celebró su decimocuarta asamblea nacional y habló de la dispersión que defiende Zaragoza. De las 16 personas muertas en las carreteras mientras se dirigían a visitar a un ser querido en una cárcel muy distante de su lugar de residencia. De la sangría económica, del sufrimiento añadido y gratuito, de la constante vulneración de derechos humanos, de las citaciones judiciales masivas a familiares, de los continuos obstáculos a la defensa legal... de la criminalización de la solidaridad. Esas son las bondades de la dispersión que vendía Javier Zaragoza en ese infame mercadillo internacional de la vulneración de las libertades.