Dabid LAZKANOITURBURU
ELECCIONES BRITÁNICAS

El bipartidismo apela a la historia ahora que ha pasado a ser historia

Nerviosos ante unos sondeos que confirman la crisis estructural del bipartidismo británico tradicional, conservadores y laboristas insistían en que las de hoy son unas elecciones históricas. Lo serán si se confirman los sondeos que apuntan a un Gobierno sin mayoría y en el que las minorías, acaso los escoceses, tendrían mucho que decir.

El primer ministro y candidato conservador a la reelección, David Cameron, y su rival laborista, Ed Miliband, apuraron hasta la medianoche para intentar dar la vuelta a los sondeos, que prevén unos resultados tan reñidos y exiguos para las dos tradicionales formaciones políticas británicas que la composición de un futuro Gobierno se antoja una labor ardua, cuando no simplemente imposible.

Más de 3.900 candidatos para las 650 circunscripciones que elegirán a otros tantos diputados de Westminster se prodigaban en declaraciones sobre las consecuencias de una votación que marcará el futuro de Gran Bretaña para los próximos decenios. Y, por lo menos esta vez, no es un tópico al uso.

No solo se trata de certificar la muerte segura, si no eterna sí para largo, del tradicional bipartidismo británico. Si los conservadores logran mantener el Gobierno, han prometido que convocarán en 2017 un referéndum sobre la eventual salida de Gran Bretaña de la UE. Del mismo modo, la presagiada victoria de largo de los soberanistas escoceses del SNP en su tierra podría legitimarles para reivindicar la convocatoria de un nuevo referéndum de independencia tras su derrota in extremis en setiembre pasado.

Las elecciones de toda una vida

«Los británicos afrontan (hoy) la decisión más importante para una generación», alertó Cameron en sus últimas horas de campaña en el norte de Inglaterra y en Gales.

«Tienen en sus manos la decisión política más importante de sus vidas», advirtió igual de alarmado Nick Clegg, el líder de los liberal-demócratas que ha gobernado en coalición con los tories estos cinco años.

Ambos tienen evidentemente mucho, o todo, que perder. Y la prensa conservadora lo sabe. El diario “The Daily Telegraph” titulaba su edición con un elocuente «Pesadilla en Downing Street», ilustrado con una imagen de la líder escocesa, Nicola Sturgeon, a punto de franquear una puerta roja con el número 10, en clara alusión a la residencia del premier británico.

El candidato a primer ministro laborista, Ed Miliband, insistió en que no aceptará la oferta del SNP pra formar Gobierno, aunque seguía sin excluir la posibilidad de que el partido escocés decida apoyar desde el Parlamento un Ejecutivo laborista en minoría.

Nada impedía ayer a los candidatos hacer campaña incluso durante la jornada electoral (que se celebra un jueves por vez primera desde 1935). Solo los medios de comunicación tienen prohibido mostrar sus preferencias el día de la votación.

No parecía fácil que Cameron y Miliband pudieran dar la vuelta en las últimas horas a una campaña poco entusiasmante y en la que no han podido invertir unas encuestas que confirmar un contexto político de desconfianza y desafección hacia los grandes partidos.

Eterno empate técnico

Según una encuesta de última hora del tabloide “The Sun”, laboristas y tories empatarían con en torno al 33% de los votos, la misma predicción que auguran los sondeos desde principios de año. En términos de escaños. esos se traduciría en una decena más para los conservadores, en todo caso insuficiente para lograr la mayoría de 326 repitiendo la alianza con unos liberal-demócratas en horas bajas.

De ahí la urgencia, y las prisas, de los principales candidatos, para intentar siquiera arañar unos pocos escaños que les permitan, en su caso, poder negociar con otras pequeñas formaciones un nuevo Gobierno.

El objetivo, el presumible 20% de indecisos que podría inclinar a un lado u otro una balanza cada vez más roñosa.

Desde Birmingham (centro), Miliband fue también contundente al señalar que «Gran Bretaña afronta una elección evidente el jueves (por hoy): entre un Ejecutivo laborista que pondrá a los trabajadores en primer lugar y un Gobierno conservador que trabajará solo para los privilegiados».

NHS: Tocada joya de la corona

El candidato laborista criticó las «promesas incumplidas» de los conservadores sobre el NHS, el sistema de salud pública tan querido por los británicos y «en grave peligro», alertó, tras cinco años de Gobierno de Cameron.

No en vano el NHS, y la amenaza de su privatización, es la principal preocupación de los británicos en las encuestas, por encima de la situación económica y de la inmigración.

El Ejecutivo británico saliente insiste una y otra vez en que nunca privatizará el servicio, aunque en realidad ha comenzado el proceso al transferir partes de la gestión sanitaria a empresas privadas, lo que unido a recortes en la prestación de servicios (las listas de espera son cada vez más largas) y el recorte en los salarios dibuja un panorama nada halagüeño para el último reducto del contrato social imperante en Gran Bretaña desde la II Guerra Mundial y que ni la mismísima Margareth Thatcher se atrevió a tocar –uno de sus ministros evocó que el NSH es lo más parecido que un inglés tiene a una religión».

Ocurre, sin embargo, que tampoco los laboristas de Miliband se muestran demasiado devotos a este sistema de salud y no han anunciado que invalidarán las subcontratas de servicios a empresas privadas. Lo más que han prometido es más dinero para la sanidad pública a través de los impuestos.

«Austeridad-despilfarro»

Al hilo de esto, Cameron aprovechó una entrevista a la agencia AP para reiterar la idea-fuerza de los conservadores contra los rivales laboristas: su presunta incapacidad en materia económica y su carácter derrochador.

Miliband «es muy antibusiness (traducible por antinegocios); yo creo que es muy peligroso para nuestro país», reiteró, en referencia además a un eventual apoyo del SNP a los laboristas para formar Ejecutivo. «Me preocupa que todo lo que no sea un Gobierno conservador se convierta en una receta para la incertidumbre, la inseguridad y el caos», añadió. En la misma línea, el ministro de Finanzas, George Osborne, alertaba de que una victoria laborista anularía en «cinco minutos» cinco años de reformas y recortes con los que los tories aseguran haber enderezado la economía. Una tesis que choca con la realidad de las desigualdades crecientes, los contratos de cero horas (la flexibilidad laboral en estado puro), e incluso con la tesis central conservadora de que la austeridad haya supuesto progreso económico alguno. Al contrario. En este sentido, sorprende que los laboristas y el propio Miliband sean tan cautos a la hora de arremeter contra la falsedad tory que reivindica una pericia económica de la que su Gobierno no ha dado muestra en los últimos cinco años.

No hay duda de que el laborismo sigue huyendo del estereotipo socialdemócrata como alma que persigue el diablo y no se atreve a defender políticas públicas, tanto a nivel impositivo como de impulso económico.

Los propios analistas económicos neoliberales ponen en duda que el retorno de los laboristas al poder pueda suponer un cambio real en materia económica. A no ser que sean espoleados por fuerzas políticas como los soberanistas escoceses y galeses y acaso los Verdes.

Y muchos de esos analistas recuerdan que son los conservadores y su promesa de celebrar un referéndum sobre la UE en 2017 los que más incertidumbre generan. No solo en la City. También en Escocia.

Nick Clegg, el tercer hombre asomado a la muerte política

El viceprimer ministro Nick Clegg, debilitado desde que hace cinco años decidiera participar en el Gobierno conservador de Cameron, espera limitar el desplome –que los sondeos anuncian severo– y volver a convertirse en el aliado minoritario pero indispensable de un Ejecutivo de coalición.

El líder de los liberal-demócratas ha marcado sus «líneas rojas» para la participación de su partido en una coalición con los conservadores o con los laboristas. Entre ellas, incrementar los salarios de los funcionarios en función de la inflación y la defensa del NHS.

Ocurre que Clegg ha incumplido durante los cinco años de Gobierno con Cameron, al que une unas estrecha amistad, todas las promesas que hizo en 2010, entre ellas la reforma del sistema electoral para introducir la proporcionalidad.

Tercer hombre de la política británica en 2010, Nick Clegg llevó triunfalmente a su partido al Ejecutivo por primera vez desde 1922 al lograr un acuerdo de coalición con los conservadores. En su circunscripción de Sheffield Hallam (norte), logró el 53,4% de los votos.

A horas de los comicios, las encuestas auguraban un 8% a los libdem y Clegg iba por detrás del candidato laborista. De ahí sus nervios. Unos nervios que le llevaron a pedir desesperadamente el voto a su partido para impedir un Gobierno en minoría que no incluiría a su partido. «Lo último que necesita Gran Bretaña son unas segundas elecciones antes de Navidad», alertó.

La última vez que el Estado conoció dos elecciones legislativas fue en 1974. Tras el empate entre conservadores y laboristas en febrero, estos últimos vencieron por una exigua mayoría en octubre.

Con todo, una victoria laborista en su circunscripción de Sheffield Hallam, la primera en 130 años, sería su tumba política.

Clegg supo hace cinco años lograr el voto de los menores de 35 años, de las mujeres y de los nuevos electores. Y estos últimos parecen haberle abandonado. Sobre todo después de que incumpliera su promesa de no incrementar las tasas universitarias. Una traición que le han repetido en campaña como un mantra. En un intento de sobrevivir, Clegg defiende a los liberaldemócratas como los moderadores tanto frente a la austeridad tory como ante el despilfarro laborista. Maureen COFFLARD (AFP)