Mikel INSAUSTI
CON LA MAGIA EN LOS ZAPATOS

Una comedia fantástica muy supeditada a la comicidad estelar de Adam Sandler

Hasta ahora Tom McCarthy llevaba una carrera muy interesante, desde que debutó hace doce años con “The Station Agent”, una ópera prima premiada en Sundance y Donostia. Luego realizó “The Visitor” (2007) y “Win Win” (2011), que mantenían un nivel satisfactorio. En, cambio su cuarto largometraje, “The Cobbler”, supone un paso en falso, debido a un planteamiento que, a tenor de las malas críticas y de la espantada del público, ha resultado ser fallido.

McCarthy se ha metido en un terreno cenagoso al escribir una película pensando en Adam Sandler. Es un humorista venido a menos, pero cuya comedia basura aún sigue dando dinero en el mercado estadounidense, motivo por el que de vez en cuando, y para reconciliarse con el público internacional, participa en algún proyecto de autor. Lo malo de “The Cobbler” es que no es ni una cosa ni otra, y se queda en medio de la nada. Es posible que por esta vez no nominen a Sandler para los antipremios Razzie, pero hasta ahí alcanza su radio de acción.

Como comedia fantástica “The Cobbler” es únicamente original en su punto de partida, ya que su desarrollo está muy visto. Al final McCarthy trata de arreglarlo con un giro inesperado, pero ya es demasiado tarde para intentar sorprender al público. Pretende inspirarse en el realismo mágico o en el cine de Frank Capra, y acaba siendo una película de corte similar a “Click” (2006), en la que Adam Sandler fue dirigido por su habitual colaborador Frank Coraci. Si en aquella era el mando a distancia el que alteraba o controlaba la realidad, en esta lo es otro objeto doméstico como un par de zapatos.

En el prólogo McCarthy intenta crear una leyenda alrededor de la figura del zapatero judío, pero no es precisamente Spielberg, y la anécdota no pasa de servir como mero transmisor generacional. La cuestión en resumidas cuentas es que el protagonista hereda de sus antepasados una máquina de coser mágica, cuyos poderes los descubre cuando se le estropea la actual y ha de recurrir a esa reliquia olvidada en el viejo almacén de su tienda familiar.

Los remiendos de la máquina materializan el dicho de que no conoces a una persona hasta que te calzas sus zapatos y caminas con ellos un trecho. Así que cuando el zapatero remendón se pone los zapatos de sus clientes se transforma en ellos. Lástima que se pierda buena parte del metraje en hacer tonterías aprovechando el cambio de identidad, reconocible siempre para el espectador porque nuestro hombre lleva un abrigo y una bufanda característicos que conserva cuando se convierte en otro. En última instancia dedica su don para hacer el bien y enfrentarse a los mafiosos y especuladores del barrio.