Félix Placer
Teólogo
GAURKOA

Grito de la tierra, clamor de los pobres

En su reciente «encíclica» o carta de su magisterio social, sobre «el cuidado de la casa común», el Papa Francisco afronta con claridad y contundencia la urgente y también denunciada por muchos colectivos, degradación ecológica. Quiere que sea un mensaje para toda la humanidad, en diálogo con otras creencias y formas de pensar, donde sintetiza la preocupante situación de una tierra a la que una economía sin ética, sólo preocupada por su beneficio financiero, nos ha llevado. Analiza sus causas, basadas en un egoísmo antropocéntrico globalizado para el que tan sólo cuenta el enriquecimiento a costa de inequidad económica y social. «El sistema capitalista ha planificado y realizado una casa sólo para ricos y poderosos, rodeada de jardines artificiales y elitistas para disfrute de unos pocos y empobrecimiento de la mayoría a la que se impide entrar para no molestar su cómoda tranquilidad». Podemos decir que este sistema ha «inmatriculado» la tierra a su nombre y con sus siglas (FMI, BM, OMC…) donde las todavía importantes reservas de la bioesfera, recuerda el Papa, se dedican a alimentar el desarrollo de los países ricos con la poderosa ayuda de una tecnología que ha instrumentalizado la naturaleza para explotarla, contaminarla y destruirla.

En definitiva, «…los poderes económicos justifican el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas. Y esta radical injusticia sólo puede abocar a la guerra en una «espiral de autodestrucción» donde los seres más amenazados son los pobres en sus pueblos, en sus culturas, en su hábitat.

La alarmante situación del planeta es un clamor del 80% de la humanidad pobre contra la manipulación y apropiación del capital y su mercado al servicio egoísta, utilitario y excluyente de unos pocos cuya riqueza continúa creciendo en un mercado neoliberal sin límites.

Sin embargo hay soluciones que, más allá del catastrofismo, propone el Papa Francisco y ya han sido pedidas y reclamadas por numerosos grupos ecologistas y declaraciones de colectivos y países como, por ejemplo, en la “Carta de la Tierra”. No se trata de soluciones parciales, sino integrales a las que la encíclica dedica su cuarto capítulo: «No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza». La respuesta auténtica debe ser, por tanto, totalizadora, pero también local: desde las personas, sus familias, las instituciones; también la cultura.

Sobre este punto, recuerda el Papa, que «la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas». El pensamiento único impone una manera de pensar, una visión consumista del ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada; tiende a homogeneizar y a debilitar la inmensa variedad cultural, obligando al ser humano a «aceptar los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo, actuar con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado». En definitiva, la falsa cultura única aboca a la pobreza más radical, pues suprime las aspiraciones, motivaciones más humanas y reduce la libertad al puro consumo de los productos ofrecidos por el mercado, donde, por tanto, quien no puede consumir no tiene libertad.

Las respuestas, en consecuencia, deben ser múltiples y coordinadas en lo global y en lo más cercano e inmediato. En concreto, subraya esta carta, la importancia de una conciencia identitaria que se exprese en un ambiente, reflejo de su vida, de su sentir y actuar. Por tanto reclamar el derecho a decidir el modelo y forma de sociedad que responda a la identidad de un pueblo, en nuestro caso de Euskal Herria y de otros pueblos de la tierra, es un derecho ecológico para construir la casa común que deseamos habitar desde una política guidada por los derechos individuales y colectivos y no de la economía del mercado neoliberal y del corrupto capital financiero y sus gobiernos.

En este sentido son directamente aplicables a nuestra situación estas afirmaciones: «La política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia… La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación».

Denunciando que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana, aboga por aceptar «cierto decrecimiento» en algunas partes del mundo para aportar recursos a fin de crecer sanamente en otras partes. Contra la injusta inequidad, ante la que clama la mayoría pobre, es preciso lograr una equilibrio ecológico para la distribución de bienes en la tierra.

El hipócrita comportamiento y declaraciones de políticos y de la economía neoliberal tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente, afirma Francisco. «Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros se obsesionan sólo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles».

A la tierra, territorio conquistado por las multinacionales y dominado por los estados del G7, le han robado su identidad original, sus raíces creativas, su nombre; sólo es vista como lugar de explotación y consumo. Sin embargo la tierra en las culturas profundas de nuestros pueblos tiene muchos nombres: Gaia, Pachamama, Ama Lur… Encierran el sentido de una ecología que relaciona los organismos vivientes con el medio ambiente donde se desarrollan en una mutua interacción. Los humanos debemos dar nombre que reconozca y respete su existencia: «izena duen guztia omen da». Y donde la libertad se realice, contra todo sometimiento, en la soberanía solidaria de los pueblos para lograr, el «gozo y la paz», como lo expresó Bitoriano Gandiaga, poeta franciscano de Arantzazu: «Lur berri bat bakean/non bizi librerik/gozamena dastatuz, bereizpen baberik».