Arantxa MANTEROLA

MUNDOS DIVERSOS AL ABORDAJE MASIVO DE LA CAPITAL LABORTANA

Estos días de fiesta decenas de miles de personas de todas las edades y procedencias inundan Baiona. Es un mundo o, más bien, muchos mundos que se entrecruzan con el mismo propósito: pasarlo bien. Eso sí, cada cual en su ambiente y a su manera.

Cada año la capital labortana resulta literalmente invadida durante los cinco días de fiesta. Miles de personas (alrededor de un millón calculan en total) llegan de todo el Estado francés, sobre todo el fin de semana, para «hacer las fiestas» según dicen, dispuestos a pasárselo en grande. Evidentemente ese es el objetivo.

En la recién estrenada Oficina de Turismo de la plaza de Los Vascos, la gran mayoría de la gente que se acerca lo hace para pedir información sobre las fiestas. «Suele haber algunos turistas que no están al corriente de qué son y lo descubren aquí mismo cuando se lo decimos, pero el 90% lo saben y entran precisamente para informarse sobre ellas» indica el responsable del organismo.

Eso sí, el perfil de los que piden información son familias, la mayoría de vacaciones en los alrededores –«a una hora de Baiona»– y se interesan por las actividades festivas diurnas. También entran algunos visitantes procedentes de Hego Euskal Herria pero, más que para las propias fiestas, lo hacen a principio de temporada para informarse sobre la oferta turística y los lugares «que hay que ver».

Este año tienen la impresión de que está viniendo más gente, pero creen que puede ser debido a que los renovados locales son más amplios y más visibles, lo que facilita la entrada. Preguntados sobre cuántas personas pasan estos días por Baiona, afirman no tener cifras precisas. «Se calcula que superan el millón. Evidentemente no todos los días son iguales. La afluencia más importante suele darse los viernes, sábado y domingo con picos de hasta 300.000 personas al día» subraya el responsable de la Oficina de Turismo.

A beberse el Errobi

Sean cuales sean las cifras, lo cierto es que las fiestas de Baiona son un fenómeno social que concentra un mundo de gente y muchos mundos en cuanto al modo de divertirse. Hay quienes vienen de bastante lejos. Son los típicos mochileros que, en principio, buscan su txoko en el camping dispuesto en Mousserolles. Cuenta con 1.500 emplazamientos y no se acepta a menores de 18 años. Las reglas son bastante estrictas: nada de alcohol, ni de animales, ni de hogueras. El forfait para seis días es de 72 euros por tienda para 1 ó 2 personas. El fin de semana, de viernes a domingo incluido, les costará 35 euros. Todos deberán desalojarlo antes de las 9.00 de la mañana del lunes.

Están también quienes llegan, sobre todo en tren, para uno o dos días –lo que aguanten el cuerpo y el bosillo– vestidos impecablemente de blanco y rojo (y que cuando retornan ni se adivina de qué color era el atuendo obligatorio ya para la fiesta). Dispuestos a beberse el Errobi o el Aturri cuando hayan terminado las «birras» y los chupitos de los bares. En general, este sector de festayres suele ser originario de los departamentos limítrofes o cercanos a Baiona (Gers, Gironda, Ariège, Landas...) Como no tienen intención de dormir, tampoco les preocupa el hospedaje y, a una mala, siempre les queda el tren... Solo que este año, con la huelga de los ferroviarios en protesta por la falta de seguridad en la línea, los transportes de noche han sido anulados y lo tienen más complicado.

Por último están los bestazales locales o los que viven o veranean en un radio de unos 50 ó 60 kilómetros. Estos vienen para el día o para el fin de semana. Normalmente se desplazan en tren o en autobús tanto los que vienen para los actos festivos del día como los que acuden a la parranda de la noche. Como los bares y peñas cierran a las 3.00 y, además, está prohibido vender o consumir alcohol en la vía pública hasta las 9.00, la afluencia a los autobuses nocturnos es máxima hacia las 4.00 de la mañana. Este año, debido a la huelga de trenes, la masificación está siendo excepcional, y los «cuadros» que se ven, también.

Suele decirse de los bareros, de los agentes de la limpieza e incluso de los del «orden», pero, desde luego, este año los conductores de los autobuses lo están teniendo realmente crudo.