Raimundo Fitero
DE REOJO

Jaurías

Aunque debería estar acostumbrado por la reiteración de situaciones muy parecidas en diferentes lugares del mundo televisado que se nos suceden en la escaleta de los noticiarios, cada vez que veo a unos ciudadanos insultando a un detenido, a un presunto asesino, en este caso el parricida de Moraña en Pontevedra, me entra miedo. Esas actitudes vengativas, esas jaurías que se montan aparentemente de manera espontánea, que son de una violencia extrema me da la sensación que esconden algo más que la indignación por el acto en sí, que en cuanto aparecen niños, muerte violenta de los mismos y en este caso la filiación directa, se entra en una suerte de encadenado de emociones que pueden ocasionar actos extremos.

Siempre que existe la muerte violenta de niños, se remueven espacios de la mentalidad individual, producto de la educación recibida y se activan resortes del imaginario colectivo que responden a una concepción del mundo en donde se protege, por lógico, a los niños por considerarlos vulnerables y estos casos descolocan, hieren la sensibilidad de muchos. Por lo tanto, cuando un padre, al parecer en este caso mata a sus hijas con violencia desmesurada utilizando una sierra radial, despierta los más bajos instintos de sus vecinos.

Parece evidente que para realizar un acto de esta gravedad, este individuo debe estar pasando un proceso mental que seguramente entra de la consideración de enfermedad, aunque sea transitoria, pero se nos muestra como un monstruo, sin matices. Una duda: ¿tal como se presentan ahora en televisión incitan a las masas a mutarse en jaurías? Pueden ayudar a una sobreexcitación colectiva, se ven a los presuntos sin ningún tipo de protección ni visual ni retórica, por lo que se les pone en el disparadero. La histeria colectiva es peligrosa.