Raimundo Fitero
DE REOJO

Europa

Es difícil asimilar lo que está sucediendo con el tráfico de personas por las carreteras europeas, esos traslados incesantes de miles de personas de costa a costa mediterránea. Empiezo a sentir una náusea fétida que me inunda toda mi capacidad de conmiseración y crece de manera salvaje mi parte misantrópica, como si cada noticia de hundimiento de una embarcación o esa criminalidad pasiva de dejar un camión cargado de personas hasta que fallezcan sean señales de un final de civilización, la desintegración humanista frente a la barbarie capitalista, ese manejo de los seres humanos como mercancías en el que vivimos y al que Europa, en su conjunto, solamente sirve de coartada.

Personas que recorren kilómetros huyendo y buscando una solución en una tierra que solamente conocen por la propaganda televisiva, por los cuentos europeos de la sociedad del bienestar. Una Europa post-colonialista que ha ejercido un influjo mediático hasta convertirse en un mito inexistente. Esa Europa de la opulencia, de los derechos civiles, sociales y humanos, es un recuerdo, una proclamación programática que unos pocos han ido convirtiendo en una especie de parque temático entre ruinas medievales por el que pasear a los turistas japoneses. Una Europa injusta con los europeos, abusadora de los extranjeros a los que quiere como mano de obra barata y sin derechos.

Nos fijamos en los bandidos que transportan a quienes necesitan llegar a algún destino, pero en esos destinos esperan unas manos con NIF que les alquilarán cuartos insalubres, los pondrán en la calle a vender productos falsificados, a ejercer la prostitución o en trabajos insanos. Esos también son culpables. Y los gobiernos que se masturban con el PIB y los rescates piratas de sus bancos. Europa se hunde con nosotros dentro.