Amparo LASHERAS
Periodista

Diálogos otoñales

En una conversación reciente sobre esas cosas del vivir que tanto nos preocupan y nunca solucionamos, una compañera me dijo que yo era «prisionera de mis nostalgias políticas». Todavía no estoy segura de si fue un reproche o algo bueno. La cuestión es que la frase me sonó muy literaria y se me ocurrió que bien podía servir para escribir una columna. Más tarde lo comenté en otra conversación, reconociendo, un poco preocupada, que tal vez quien me lo dijo tenía razón. «Eso es la vida», me aseguró otro amigo. Pensé que ambos estaban en lo cierto y, a solas, llegué a la conclusión de que la nostalgia forma parte de la vida y que yo, quizás, estaba atravesando, además de la sistémica, una crisis y un conflicto existencial con mis ideas. Entonces recordé una tarde de octubre como la de hoy, un café y una agradable charla en la que salió a reducir la «inteligencia emocional». Se dijo que conocer las emociones y mostrarlas ayuda a comprender la realidad, a enfrentarse al sistema que deshumaniza la vida con la indiferencia. Dicen que la nostalgia es asunto de poetas, de otoños tristes y amores acabados; la nostalgia política puede que sea una emoción menor y con mala prensa, pero creo que evita el olvido y eso, en tiempos de tanto posibilismo, es mucho, aunque solo aparezca en diálogos y columnas otoñales que no van a ninguna parte.