Gabirel Ezkurdia Arteaga
Politólogo y analista internacional
GAURKOA

Con una mentira suele irse muy lejos, pero...

Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver», dice un proverbio judío. Cuando leemos las declaraciones del Ministro de Transportes, Israel Katz ante Ban Ki-Moon «Prefiero que 1.000 madres palestinas lloren a que lo haga una madre judía», la conclusión es obvia: estamos ante un nazi. Por eso no es casualidad que el líder sionista de derecha Netanyahu difumine la responsabilidad del nazismo en el Holocausto, atribuyendo culpas a terceros, en este caso al Muftí de Jerusalén, Haj Amín al Huseini, «casualmente» tío del histórico líder Yasser Arafat.

Y es que este tipo de polémicas son el recurso victimista que Israel usa para neutralizar los impopulares efectos de sus «políticas palestinas» con cada vez más elocuentes similitudes con el nazismo. Pero estas similitudes, hoy evidentes en los hechos, están en el ADN ideológico del sionismo, algo desconocido para el gran público.

Ya en 1982 Amos Oz, en una polémica entrevista a altos mandos que participaron en las matanzas de Sabra y Chatilla, desbrozaba los «sentimientos» sobre el nazismo de los sionistas en el poder: «Un pueblo que se ha dejado aniquilar y masacrar, que ha permitido que se haga jabón con sus hijos y pantallas de lámpara con la piel de sus mujeres, ese pueblo es un criminal mayor que sus asesinos. Peor que los nazis».

Para los sionistas, los judíos asimilacionistas, yid peyorativamente, los que entienden el judaísmo solo como una religión y se consideran nacionales de sus respectivos países, son el enemigo que obstaculiza el agrupamiento de todos los judíos del mundo, «el pueblo elegido», en Eretz Israel –Del Canal a los pozos petrolíferos– («casualmente» donde se desarrolla la guerra). Fueron y son prescindibles.

Así es, pocos conocen que durante los años 30 y 40 el nazismo y el sionismo (5% de los judíos europeos, el 95% de los judíos eran asimilados) entraron en colusión con un fin común: La «solución» del «problema» judío.

El sionismo como lógica política artificiosa de la religión judía era un calco de la ideología nacionalista alemana basada en la noción del «Blut und Boden» (sangre y suelo). Por eso la derecha sionista, los revisionistas, (la mayoría de los futuros líderes de Israel), coincidía con los nazis en que los judíos nunca podrían ser verdaderos alemanes (ni polacos, ni rusos…).

En esa lógica, la política de los nazis consistió en favorecer a los judíos sionistas (de derecha) por encima de los no sionistas, y así decidieron que su estrategia sería apoyar a los miembros de la Organización Sionista Alemana OSA (poderosa aunque minoritaria respecto a la mayoría de los judíos alemanes «asimilados»).

Así, en 1933, tras la aprobación de las leyes raciales de Núremberg, Joachim Prinz, líder sionista, saludaba la segregación porque «clarificaba» el «problema» judío, en línea con la OSA, que envió un texto de apoyo al NSDAP subrayando la percepción sionista de que las tendencias asimilacionistas eran un deterioro en la pureza de los grupos judío y alemán, por lo que abogaban contra los matrimonios mixtos, y consideraban esperar ser capaces de colaborar incluso con un gobierno hostil a los judíos, porque «en la solución del problema judío no hay lugar para el sentimentalismo».

En esa línea otro líder Kareski, afirmaba sin tapujos que «la liquidación de la comunidad judía en Alemania era una realidad positiva, un elemento esencial del sionismo que debería ser recibido con entusiasmo por la comunidad judía» y en ese sentido fue el impulsor de la idea de que los judíos debían ser forzados a usar la estrella de David para identificarlos, y como herramienta para presionarlos a emigrar. Así en prensa sionista se animaba a «llevar con orgullo la insignia amarilla» porque al identificarse con ese símbolo de discriminación, los judíos no podrían asimilarse y finalmente terminarían aceptando la causa del sionismo.

De este modo la OSA no reducía su quehacer a una cooperación pasiva en la liquidación controlada del judaísmo alemán, sino que, al contrario, fue una activa colaboradora para lograr los objetivos perseguidos por los nazis.

En las mismas fechas de 1933 se firma un pacto secreto de cooperación nazi-sionista «Ha’avara» («transferencia» en hebreo) para ayudar a facilitar la emigración de los judíos alemanes a Palestina. Cada judío que emigrase a Palestina depositaría sus fondos en un fondo especial en Alemania que serían reembolsados, por valija diplomática, en Palestina, burlando así el control aduanero. Y la paradoja es que la Alemania nazi, con 1,7 billones de dólares (actualizado), fue el país que más aportó al futuro Israel.

En compensación, los dirigentes sionistas se ofrecieron para romper el boicot que habían organizado todas las organizaciones judías del mundo, lideradas por las poderosas asociaciones de EEUU y que estaba afectando muy directamente al naciente Reich.

Pero de 1933 a 1935, la Organización Sionista Mundial rehusó el visado a dos tercios de los judíos alemanes, porque primaba a los jóvenes y ricos antes que a los ancianos, abandonando así a su suerte a los judíos perseguidos, más adelante gaseados.

No era absurdo. En 1938 tras la «KristallNacht», Ben Gurión dijo ufano que «si yo supiera que es posible salvar a todos los niños de Alemania llevándolos a Inglaterra, y solo a la mitad de ellos trasladándolos a Eretz Israel, optaría por la segunda alternativa. Porque debemos sopesar no solo la vida de estos niños, sino también la historia del Pueblo de Israel».

En esa línea, el diario “Hapoel Hatzair” declaraba que la persecución de los judíos alemanes era un «castigo» a los que querían integrarse en una sociedad que no era la suya: «Los judíos alemanes no son perseguidos hoy por sus esfuerzos para crear su nación, sino por su falta de empeño en conseguirlo».

Por eso en 1935 la Organización Sionista Alemana y sus juventudes sionistas Betar fueron las únicas organizaciones autorizadas oficialmente para hacer ostentación pública, incluido el uniforme, con el fin de aumentar su «proselitismo entre los jóvenes judíos».

Incluso en 1941, mientras los einsatzgrüppen de las SS masacraban a dos millones de judíos soviéticos, el grupo terrorista revisionista Stern solicitaba apoyo al Reich en su lucha contra los británicos, diciendo que estos eran «el enemigo número uno del ideal sionista» y que «los enemigos de nuestros enemigos son nuestros amigos».

«La evacuación de las masas judías de Europa es una condición previa para resolver la cuestión judía; pero esto solo puede hacerse mediante el asentamiento de estas masas en el hogar del pueblo judío, Palestina».

Es cierto que el Muftí se refugió de la persecución británica en Berlín tras sobrevivir a la colonización ilegal y terrorista que el sionismo hizo de Palestina durante los años 30. Que apoyó las políticas nazis, erráticas a más no poder con los musulmanes, por cierto. Pero Netanyahu miente y calla porque la Shoa judía europea la acometieron los nazis, pero el sionismo que él representa tuvo su responsabilidad y su doble rasero moral.

Aquella colusión sionista con el nazismo es la esencia de la ideología que subyace en el Israel contemporáneo que Palestina sufre.