Itziar Pequeño Xabier Bañuelos
Santo Domingo

El vuelo infinito de las mariposas

«¡Qué pena tenemos por todos! Hay que anestesiar, sin embargo, todas esas espinas que tenemos clavadas en el corazón. ¿Qué sabes de nuestros hijos? Envíales besos… Pienso que no nos permitirán visita mañana». Palabras escritas desde la cárcel con trazo recio sobre un papel frágil y escaso. Minou Tavárez nos muestra el facsímil de la carta que Minerva Mirabal, su madre, escribió a su padre, Manolo Tavárez, no mucho antes de morir. «Su historia es tan terrible –nos dice mientras pliega de nuevo la cuartilla– que removió los cimientos de la dictadura».

Fue un 25 de noviembre de 1960. Minerva y María Teresa Mirabal, acompañadas de su hermana mayor, Patria, se dirigen a ver a sus maridos prisioneros del régimen. En el camino, el coche es emboscado por el Servicio de Inteligencia Militar, las secuestran y las matan a golpes junto a su chófer, arrojando después el coche a un barranco. Uno de los dictadores más sanguinarios que haya padecido Latinoamérica y que detentaba el poder en la República Dominicana desde 1930, Leónidas Trujillo, había cumplido su objetivo, acabar con la vida de las hermanas Mirabal, Las Mariposas, como eran conocidas en la clandestinidad.

Pero como apunta Luisa Peña, directora del Museo de la Resistencia, «la historia de las hermanas no terminó con su muerte. Del oscuro precipicio emergió la conciencia y seis meses después Trujillo fue ajusticiado cumpliéndose así las palabras de Minerva: «Si me matan, yo sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte».

Porque como escribió Pedro Mir, poeta dominicano, «hay columnas de mármol impetuoso no rendidas al tiempo y pirámides absolutas erigidas sobre las civilizaciones que no pueden resistir la muerte de ciertas mariposas».

Tres hermanas y la libertad

Las hermanas nacieron en los albores de la tiranía trujillista, hijas de una familia acomodada. Minerva fue la más precoz en su conciencia política. Desde muy joven fue consciente de la situación que se vivía en la República Dominicana. En la década de los 40 ya la vemos militando en Juventud Democrática. Pero fue en su etapa universitaria cuando su compromiso tomó forma. Allí se doctoró en Derecho y en aquellos años conoció a Manuel Tavárez. Junto a él, Minerva puso en juego su gran capacidad de liderazgo, fundando el Movimiento Revolucionario 14 de Junio. Según nos cuenta Minou Tavárez, «la atmósfera del país era irrespirable. Una mujer que amaba la libertad como ella lo hacía, que era tan vital y tan intensa, ¿qué iba a hacer frente a un Gobierno criminal? En una carta a mi papá, ella escribió: ‘Nada traduce la tempestad de mi alma’; esa era Minerva Mirabal, llevaba por dentro una tempestad, ¿cómo se controla una tempestad cuando no se quiere?, porque ella no quería dejar de ser quien era, por eso no se doblegó jamás, y por eso se rebeló».

María Teresa, la más joven, se licenció en Ingeniería Civil. Como dice Luisa Peña, «su hermana Minerva era para ella un ejemplo, por lo que su paso al activismo político fue inevitable». Ferviente antitrujillista nunca titubeó en su convicción incluso al poner su vida en juego, como expresa en su frase más conocida: «Quizá lo que tenemos más cerca es la muerte, pero esa idea no me amedrenta„ seguiremos luchando por la justicia». Patria ha sido considerada como la menos vinculada a la militancia. Pero en opinión de Luisa Peña, eso no se ajusta a la verdad. Mecanógrafa y artista por vocación, participó activamente no solo dando apoyo logístico –su casa fue el escenario de las reuniones que fraguaron el movimiento opositor–, sino que fue el pilar en el que se apoyaron sus hermanas en los momentos difíciles. «Era dulce –afirma Peña–, pero a la vez enérgica denunciando un régimen tirano y corrupto en el que, según sus palabras, no estaba dispuesta a que crecieran sus hijos».

Patria vio cómo su casa era destruida, sus bienes confiscados y su esposo y su hijo, Pedro y Nelson González, hechos prisioneros y torturados; igual que Leandro Guzmán –marido de María Teresa–, y Manolo Tavárez, quien murió tres años después de Minerva fusilado tras alzarse en armas contra el triunvirato neotrujillista que derrocó con un golpe de Estado al presidente electo, Juan Bosch. Minerva y María Teresa sufrieron cárcel y torturas los meses previos a su muerte. Su liberación fue solo un espejismo fruto de la presión internacional, porque la sentencia de las tres estaba dictada. Como expresa Pedro Mir, «dentro de los cañones había pavor» y «la pólvora tenía miedo», miedo de tres mujeres decididas a derrocar la dictadura.

Renacer como símbolo

Acude Minou a sus recuerdos y nos cuenta cómo tras sus ejecuciones «mucha gente llegaba a la casa como en peregrinaje». La muerte las transformó en símbolo y en referente ético en el país. La casa familiar en Salcedo se convirtió en un lugar de culto. Hasta 2014, año en que murió, fue cuidada con mimo por Dedé Mirabal, la única hermana superviviente.

Minou Tavárez, diputada en el Congreso, confiesa que pesa ser hija de Minerva porque todo el mundo pregunta «y Minou ¿cómo votó? Pero eso es bueno, porque quiere decir que la gente ama a unas figuras históricas que las siente como suyas y que quiere que yo también las cuide»; y apostilla: «La gente atesora esa memoria como uno de los momentos más altos de lo que somos como pueblo». Luisa Peña subraya que Las Mariposas «son divisa de esperanza por un mundo mejor con iguales oportunidades para todos y todas. Ellas representan lo más puro del alma de los y las dominicanas».

En 1981 el símbolo traspasa fronteras. El Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe celebrado en Bogotá decide proclamar el 25 de noviembre como Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres. La confirmación definitiva llega en 1999, cuando Naciones Unidas lo declara Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Luisa Peña opina que la lucha de las hermanas Mirabal y de otras mujeres revolucionarias como Tomasina Cabral, Dulce Tejeda, Violeta Ortega, Asela Morel o Miriam Morales de Valles no era estrictamente de género, «era una lucha por los derechos humanos y fueron asesinadas por ser activistas políticas, no tanto por ser mujeres». Sin embargo, no son pocas las voces que recuerdan cómo Trujillo jamás pudo perdonar los desplantes de Minerva Mirabal a quien intentó acercarse en varias ocasiones y que tuvo el atrevimiento, una mujer, de rechazarlo en público como persona y como gobernante.

La historia de Las Mariposas es, en palabras de Minou Tavárez, «una historia de dignidad, de amor, de lucha por los valores que han movido siempre a los seres humanos. La humanidad ha avanzado –enfatiza– porque ha habido siempre personas capaces de mirar más allá del momento y de la opresión, de superar el miedo y de hacer lo que era necesario. Ellas son una inspiración y un ejemplo de que la humanidad late para vivir; son un ejemplo de dignidad, de confianza en la libertad y en la democracia».