Mikel ZUBIMENDI

Schengen, ¿cambios temporales que se tornarán permanentes?

Tras la conmoción por los atentados de París, corren malos tiempos para la libertad de movimiento de las personas y para la acogida de refugiados. Aumentan las voces que anuncian el final de Schengen.

El Acuerdo de Schengen estaba cuestionado antes de los trágicos atentados de París, mucho antes de las oleadas de refugiados que llegan de las tumultuosas guerras de Oriente Medio y de más allá. Los vascos, sin ir más lejos, podemos dar multitud de testimonios sobre operaciones de cierre de «fronteras». Pero estos días, y especialmente ciertos medios británicos y fuerzas reaccionarias xenófobas de varios estados europeos, incluido el francés, están haciendo sonar las campanadas de la muerte por el Acuerdo de Schengen. Los primeros, en una poca disimulada maniobra, sacan pecho y reivindican que la historia les ha dado la razón: «¡Veis cómo estábamos en lo cierto al no firmar el Acuerdo de Schengen!». Sostienen que aunque quizá no haya gobiernos dispuestos a admitirlo, la era de una Europa sin fronteras, donde uno podía coger el coche en Bilbo y plantarse en Varsovia sin tener que enseñar el pasaporte se evaporara. Por ahora, se imponen medidas «temporales» que estarán en vigor el tiempo que dure la «amenaza», pero muy pronto estas medidas se convertirán en permanentes.

El Acuerdo de Schengen cubre un arco que va desde Malta a Finlandia y engloba a 400 millones de personas. Entró en vigor en 1995 y suprimió los controles en las fronteras internas para trasladarlos a las externas. Estableció un espacio común por el que podía circular libremente toda persona que hubiera entrado regularmente por una frontera exterior o que residiera en uno de los estados que aplican el Convenio (26 estados, 22 de la UE más Noruega, Suiza, Islandia y Liechtenstein).

Schengen no solo ha sido, como proclama el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, «un símbolo único de integración europea». Su impacto en las exportaciones e importaciones o en el auge del turismo también ha sido notable.

Por desgracia, con un cinismo total, aunque no haya constancia de la más minúscula conexión entre los solicitantes de asilo y el yihadismo, en amplias capas de la sicología popular está echando raíces la idea de que el «terrorismo» y la inmigración son dos caras de la misma moneda, de que nuestras sociedades están siendo amenazadas desde esos dos frentes.

Esa perversa ecuación está siendo aprovechada por fuerzas y gobiernos ultranacionalistas y xenófobos convencidos de que ahora gozan de una atmósfera que no pueden dejar pasar, que tienen un filón para hacer avanzar su agenda política de reconquista y para conseguir apoyo electoral.

Gobiernos como el polaco o el húngaro ya han rechazado aceptar a los refugiados, el francés ha suspendido oficialmente el Acuerdo de Schengen y estados federados alemanes como Sarre o Baviera han restablecido controles fronterizos. Esta es la tendencia que se impone. Juncker dice también, siguiendo el hilo del mantra de que ante todo fracaso de Europa –y lleva ya una buena colección– la solución es más Europa, que «la única manera de salvar Schengen es aplicar Schengen». Pero dos décadas después y en este tiempo histórico tan acelerado, ¿puede seguir aplicándose?

El hecho de que el supuesto organizador de los atentados hubiera ido y venido de Siria dos veces durante este año sin hacer sonar las alarmas, que los atentados fueran organizados en Bélgica, que armas de guerra fueran transportadas en coches por Europa o que un pasaporte sirio falso fuera encontrado al lado de uno de los kamikazes que se hizo explotar en las afueras del Stade de France han hecho que las voces que exigen controles estrictos y obligatorios se oigan con fuerza.

Pero no es tan sencilla la cuestión. El control de fronteras es costoso en fondos y en tiempo. La situación europea no está precisamente para muchos trotes. Además, la gestión de los 9.000 kilómetros de frontera externa del espacio Schengen es caótica y descoordinada. Frontex, la agencia encargada de ese control con sede en Varsovia, tan lejos de la «caliente» frontera sur de la UE y del respeto a los estándares de los derechos humanos, ha mostrado su incapacidad.

Todavía es pronto para anunciar la muerte de Schengen. No obstante, los atentados de París constituyen un antes y un después. Dada la conmoción y el ambiente generado, no corren buenos tiempos para la libre circulación de las personas (que no de camiones), para dar acogida y refugio a los refugiados, para dotar a Europa de un sentido que dé seguridad a sus conquistas y espacios de libertad.