Gloria LATASA
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El cráter de Chicxulub

En el documental emitido recientemente en TV “Cómo el clima determinó la historia” se remontan hasta el principio de los tiempos para explicarnos cómo fue la formación del Universo, cómo apareció nuestro Planeta y cómo se fueron conformando la atmósfera, los continentes, los océanos… Sin embargo, el propósito fundamental del relato es hacernos ver lo que los cambios climáticos han influido en la evolución de la Tierra, de los seres vivos y, sobre todo, de nuestra propia historia.

Uno de los episodios más llamativos de los que se habla es el de finales del Cretácico –hace 65 millones de años–, el de la última desaparición a gran escala de seres vivos, llevándose a los dinosaurios. Tras la masiva extinción, la vida volvió a resurgir con gran rapidez –lo que parece ser una reacción «habitual»– y con la multiplicación de los mamíferos comenzaba una nueva edad.

El suceso –explican erróneamente en el reportaje– consistió en la caída de un meteoro. Un meteoro es un fenómeno observado en la atmósfera o en la superficie del globo que –sin ser una nube– puede consistir en una suspensión o depósito de partículas líquidas o sólidas, o en una manifestación óptica o eléctrica. Lo que realmente cayó fue un meteorito (también denominado aerolito y uranolito); es decir, una masa mineral –enorme en este caso– llegada desde el espacio exterior.

La también llamada catástrofe K/T (o K/Pg) se produce con la caída de este material extraterrestre frente a las costas de la península de Yucatán, en un lugar llamado Chicxulub, situado en un tranquilo mar tropical. La «pieza», de unos 10 km de diámetro, dejó una huella en forma de cráter –hoy sepultado bajo sedimentos– de unos 180 km de diámetro. Tsunamis gigantescos, una fina capa de iridio y otros elementos pertenecientes al asteroide esparcidos por la tierra, grandes cantidades de polvo «inyectadas» en la atmósfera… y un importante enfriamiento del clima obligaron a fauna y flora a caminar por nuevos derroteros.