EDITORIALA
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Refugiados sin refugio, Europa sin vergüenza

La UE confirmó ayer el despropósito. A partir del lunes deportará a Turquía a todas las personas que entren a Grecia sin los papeles en regla. Los estados europeos, reunidos ayer en Bruselas, apenas se esforzaron en maquillar el atropello, asegurando que se tratará de forma individual a cada migrante o refugiado. Algo materialmente imposible, según indican todas las fuentes sobre el terreno. Menos aún en un país devastado como Grecia. Estamos a las puertas de una legalización de facto de las deportaciones masivas a Turquía, país que tanto el Acnur como Amnistía Internacional recuerdan que no es seguro para los migrantes y que tiene abierta una guerra sin cuartel contra el pueblo kurdo.

No hay venda en los ojos capaz de tapar semejante vergüenza. La perversión del acuerdo alcanzado ayer es inabarcable, empezando, de nuevo, por el lenguaje. Se habla del mecanismo «uno por uno» (por cada migrante devuelto a Turquía, la Unión Europea aceptará por vías legales a un sirio), como si se hablase de pedazos de carne intercambiables. La hipocresía llega a niveles insoportables en la declaración conjunta de ayer, en la que se justifica el acuerdo como forma para poner fin al «sufrimiento humano». Cuando las palabras van en dirección contraria a la realidad, toca encender todas las alarmas. Y en ese sentido, habrá que replantearse en base a qué llamamos refugiados a aquellos a quienes nadie ofrece asilo.

El tamaño del despropósito y la impotencia generada por unas instituciones europeas inaccesibles e inalterables invitan a un desánimo que hay que combatir por tierra, mar y aire. La inacción no es una opción cuando a las puertas de la muralla europea se produce una de las mayores crisis humanitarias en décadas, alimentada por una Unión Europea cuya deriva presagia tiempos si cabe más oscuros. Urge actuar y urge hacerlo antes de que los muros que estamos construyendo se nos caigan encima, a modo de lápida definitiva para la UE.