EDITORIALA
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¿Qué demonios se puede hacer?

La decisión de la Unión Europea de deportar colectivamente a los refugiados que piden asilo en sus fronteras quiebra los principios y las leyes más básicas de la construcción europea, incluso en su vertiente más neoliberal, imperialista e inhumana. La agenda oficial europea es, hoy por hoy, una versión blanqueada de la que sostienen esas fuerzas fascistas francesas, griegas, húngaras o alemanas ante las que el establishment comunitario aparenta preocupación. Lo cual fortalece aún más a quienes defienden esas agendas sin tapujos, sin una retórica falaz e insostenible.

La conmoción social es evidente, pero no está claro el derrotero que pueda tomar. Como una corriente diabólica, por debajo de lo políticamente correcto, la pendiente ideológica de los mandatarios europeos potencia el miedo, el egoísmo y el fatalismo. Urge confrontarlos con medidas concretas, alianzas y un relato que refuerce la resistencia y dibuje una alternativa. No basta con apelar a «la gente» ni con interpelar a «la gentuza». No basta con indignarse, hay que actuar.

Alternativas, alianzas y políticas reales

La primera batalla que enfrentan las personas conscientes del desafío histórico que constituye este éxodo para los pueblos de Europa es la del fatalismo, el «no se puede hacer otra cosa». Es mentira. No hay normalidad posible en lo que se está haciendo a las familias que buscan refugio en Europa.

Sin ir más lejos, en el terreno económico, son 6.000 millones de euros donados a Turquía, un Estado sectario y enemigo de los derechos humanos. Vistas las condiciones en las que se está desarrollando este vergonzante éxodo, nadie cree que Turquía gestionará esos fondos con una mínima honradez humanitaria. En este sentido, hay que activar la red de apoyo al pueblo kurdo, tanto en su lucha contra el ISIS como en su derecho a recibir asilo. Un movimiento contra la guerra puede ayudar a vertebrar, siquiera simbólicamente, la alternativa.

Desde el socialismo hasta las confesiones religiosas, el caudal solidario de las sociedades europeas debe articularse a través de alianzas que tengan la solidaridad como objetivo prioritario. Cuando las instituciones están dispuestas a violar sus propias leyes, no es la razón la que puede salvar la vida de un solo refugiado; es la suma de voluntades articuladas en políticas concretas, tanto de denuncia como de asistencia. Es un reto paneuropeo, que abarca desde lo municipal hasta lo continental.

Hay que dotar a esta lucha de recursos eficientes, logísticos y económicos. Se puede prever que este va a ser uno de los puntos clave. También que los estados van a utilizar las leyes antiterroristas para criminalizar este apoyo. Por el momento, los únicos castigos han sido contra quienes han apoyado a los kurdos.

Imaginar una nación diferente

De lo que hagamos ahora como pueblo y ciudadanos dependerá nuestro lugar en esta historia negra. En su lucha por la libertad, este es un pueblo que ha recibido asilo, ha sido fuente y destino de solidaridad. Euskal Herria debe ser un pequeño nodo solidario a nivel europeo.

La humillación provoca en los pueblos una reacción que acelera el deseo comunitario de emanciparse y un profundo resentimiento. Es difícil prever cómo evolucionará esto, tanta islamofobia, entre esos refugiados. Respecto a los vascos, frente a la falacia posnacional, es en el orgullo comunitario, en la búsqueda colectiva de la justicia, donde esa reacción genera su concepción más fructífera. En su versión más pobre esa concepción es puramente comparativa, vive de la arrogancia de verse superior a sus vecinos. En su mejor versión, goza al desarrollar todo su potencial emancipador y solidario. Es momento para no sucumbir a la vergüenza y, a su vez, hacer algo de lo que podamos estar orgullosos como pueblo.

Si las naciones son comunidades imaginadas –tal y como nos recuerdan quienes nos conciben siempre subyugados en sus invenciones –, la nación vasca puede imaginarse a sí misma en parámetros radicalmente distintos a los que los estados han establecido para sus sociedades. Y el lugar que dé a los refugiados, a quienes vienen en busca de un futuro mejor, es crucial para hacer de este proyecto uno más digno, mejor, menos arrogante y más orgulloso, alineado con su potencial cultural, económico, político y, en definitiva, humanista.

¿Qué demonios puede hacer la ciudadanía vasca ante este reto? Para empezar, dibujar con carácter estratégico una sociedad en la que estas personas puedan de manera efectiva encontrar refugio, sanar sus traumas, estructurarse y aportar a nuestra sociedad y a sus comunidades de origen. Enriquecer nuestra nación, desde culturalmente hasta económicamente. Confrontando, si es necesario, mandatos injustos y trabas. Sin voluntarismos, aceptando el grado de conflicto que esto va a suponer y poniendo mecanismos para gestionarlo. Diseñando y llevando a la práctica políticas imaginativas y realistas, en las que prevalezcan la responsabilidad, la empatía y la solidaridad sobre la culpa, el miedo y la crueldad.