Pedro Mansalva
ANIVERSARIO DEL GENOCIDIO ARMENIO

CAMINO DE TSITSERNAKABERD 101 AñOS DESPUÉS DEL «GRAN CRIMEN»

ARMENIA CONMEMORA EL PRIMER GRAN GENOCIDIO DEL SIGLO XX BAJO LA TENSIÓN CON SU VECINO AZERBAIYÁN POR EL RENOVADO CONFLICTO EN NAGORNO-KARABAJ.

Los padres de Gohar Jachaterián, Garegin y Bersab, se conocieron en Leninakán, la actual Gyumrí, sobre 1925. Como el de muchos otros armenios del entonces Imperio otomano, su destino estuvo marcado por los trágicos hechos de 1915, cuando en plena Primera Guerra Mundial, el Gobierno de Estambul, acosado desde el este por las tropas del Imperio zarista, decretó la deportación y la aniquilación de la población armenia de Anatolia.

Mec Yełŕn o el Gran Crimen es como se conoce en armenio a la gran catástrofe humana que aún se mantiene viva en la conciencia de cualquier armenio, y que se conmemora sin excepción en todos los rincones del mundo por donde está esparcido este pueblo de raíces ancestrales. Y muy especialmente en la actual Armenia, la entidad estatal surgida de la extinta Unión Soviética y que es la heredera de la Gran Armenia, que de forma recurrente evocan como un mantra sus habitantes y que tuvo su máximo esplendor con el rey Tigrán el Grande, quien consiguió ensamblar un país entre dos mares, el Caspio y el Mediterráneo, aunque con una efímera existencia.

Al igual que la mitad de la población de Yereván, de aproximadamente un millón de habitantes, cada 24 de abril Gohar se prepara para ascender hasta la colina de Tsitsernakaberd, cuya traducción significa «la fortaleza de las golondrinas», donde se erige el Memorial y el Museo a las Víctimas del Genocidio Armenio. Esta viuda de 83 años sigue un ceremonial programado. Después de tomar una taza de café mientras ve por televisión los actos oficiales reservados solo a las autoridades en el Memorial, a media mañana se sube a un taxi para visitar la tumba de su querido Raffik Adamyán –como hace cada mes desde hace un año–, en el cementerio Shaumián de Yereván. Mientras limpia la lápida, le cuenta las últimas novedades de sus cuatro hijas, recoge las flores secas y deposita unas frescas en su lugar. Seguidamente –por primera vez sin la compañía de su Raffik–, se dirige al Memorial para rendir su homenaje a los más de un millón de víctimas del genocidio, entre ellos algunos de sus familiares.

En 1967, en pleno régimen soviético, en la colina de las golondrinas se erigió el Complejo Memorial, donde cada año se congrega la manifestación de luto más importante del mundo armenio. Según cuenta Hripsimé, guía del complejo museístico de Tsitsernakaberd, se eligió la fecha simbólica del 24 de abril por ser el día en que el pueblo armenio «perdió su cabeza».

«Los actos atroces que empezaron en 1915 y que no terminaron hasta 1923 fueron premeditadamente estructurados en tres etapas. La primera se produjo en 1914, al iniciarse la guerra, y consistió en el desarme de las tropas de origen armenio para impedir cualquier sublevación dentro del Ejército turco. La segunda etapa, el 24 de abril de 1915, fecha elegida para el recuerdo de la tragedia, cuando el Gobierno turco ordenó la detención y el asesinato de todos los intelectuales, políticos, religiosos… o sea, las mentes preclaras de la comunidad armenia del Imperio. De ahí que se compare al pueblo armenio con un cuerpo viviente y que se diga que ‘perdió su cabeza’. La última etapa fue la deportación y aniquilación de mujeres, niños y gente mayor de origen armenio».

La Gran Diáspora

Los más pesimistas hablan de un millón y medio de víctimas. A pesar de esta cifra desmesurada, algunos la reducen al medio millón, entre ellos el Gobierno turco, que, aparte de no reconocer los hechos como un genocidio, se escuda bajo la afirmación de que los ciudadanos otomanos de origen armenio se rebelaron contra su propio país y que los hechos responden a las excepcionales circunstancias de la guerra.

Las matanzas fueron el punto de inicio de lo que se ha llamado la Gran Diáspora, los ahora hijos de los supervivientes de la tragedia. Lo más llamativo es que la comunidad fuera de la actual república cuadriplica los apenas dos millones y medio de habitantes que viven en Armenia. Este país, aislado a cal y canto en el este por Azerbaiyán y en el oeste por Turquía, y cuyas únicas vías de comunicación terrestres son la frontera norte con Georgia y la sur con Irán, depende en gran medida de las ayudas que la comunidad armenia internacional, a través de mecenas y organizaciones de caridad, recoge para subvencionar infraestructuras vitales.

El aislamiento por parte de los gobiernos turco y azerbaiyano remonta al conflicto que estalló en 1988 a las postrimerías de la era soviética por el territorio de Nagorno-Karabaj, y que en armenio se denomina Artsaj. Precisamente el pasado 2 de abril, y durante cuatro días, se reiniciaron con fuerte intensidad las hostilidades en la frontera de este enclave armenio dentro de Azerbaiyán, independiente de facto del Gobierno de Bakú. A pesar del renovado alto el fuego, la tensión continúa en forma de «guerra de francotiradores» y cada día se producen bajas entre las tropas de Artsaj. El secretismo de datos oficiales por parte de Azerbaiyán y las dificultades para trabajar sobre el terreno impiden tener cifras aproximadas de las bajas azerbaiyanas.

Dicha actualidad se ha hecho notar especialmente durante los actos de conmemoración del Día del Genocidio en Yereván. Al atardecer del sábado 23 de abril, y como en esta fecha desde 1999, la Federación de Jóvenes de la Federación Revolucionaria Armenia (ARF en sus siglas en inglés) convocó una marcha con antorchas desde la plaza de la Ópera, en Yereván, hasta Tsitsernakaberd. Shogher Sahakyan y Sevak Nazaryan, miembros de la organización de ARF, afirman que la marcha congregó a más de 12.000 personas.

Por primera vez, en protesta por el reinicio de las hostilidades en Artsaj, la ya tradicional quema de la bandera turca en la plaza de la Ópera se vio acompañada por la quema de la bandera de Azerbaiyán, país al que las fuentes armenias acusan de reanudar el conflicto a gran escala, a pesar de que desde la firma del alto el fuego de mayo de 1994 cada año se han ido produciendo tiroteos con víctimas mortales en ambos bandos. Otra de las iniciativas realizadas durante la marcha en apoyo a Artsaj desplegar banderas de 30 metros de dicha república.

Paralelamente, entre los actos oficiales, durante todo el sábado tuvo lugar el Segundo Foro Global contra Crímenes de Genocidio en el Centro Karen Demirtchián de Yereván. El encuentro estuvo dividido en dos paneles: el primero dedicado al genocidio y al desplazamiento forzado, que corrió a cargo de los doctores Frank Chalk, Aaron Fichtelberg, el profesor William A. Schabas y Sait Cetinoglu, y un segundo panel sobre prevención del genocidio y protección de refugiados con Joe Verhoeven, Alex Hinton y Ove Bring.

El 24 de abril, en el marco del Foro Global, se dio a conocer al galardonado con el Premio Aurora, que recayó en Marguerite Barankitse, de Maison Shalom y Hospital REMA, por su labor en salvar vidas y acoger a más de 20.000 niños durante la guerra civil en Burundi de 1993 a 2006. La atención de los medios se centró en la presencia del actor Georges Clooney, como miembro del comité de selección del Premio Aurora, y del cantante francés de raíces armenias Charles Aznavour, una asistencia recurrente en los actos de conmemoración en Yereván.

Doce estelas de granito

Ya en Tsitsernakaberd, Gohar baja las escaleras de la estructura circular de 12 estelas de granito, símbolo de las doce provincias perdidas de la Anatolia turca, para depositar unos claveles sobre el montón de flores depositadas durante todo el sábado y domingo. Todos los que asisten a rendir su homenaje avanzan con paso ceremonioso, depositan sus flores y, con gesto recogido, mueven los labios para rezar en silencio una oración, mientras la voz de la cantante Lusiné Zakarián suena de fondo.

La conmemoración de los 101 años del gran desastre humano del pueblo armenio ha servido para recordar al mundo la tragedia que llevan viviendo Artsaj y los miles de desplazados de ambos bandos desde 1988. La población que vive dentro de esta pequeña república independiente de facto del Cáucaso sur, de apenas 150.000 habitantes, se considera una página más del Mec Yełŕn que sufrieron sus antepasados.

Por otro lado, también se siente abandonada por Europa en su idea de ser la puerta de entrada y los defensores del cristianismo ante el avance del islam, a pesar de la laicidad del gobierno azerbaiyano. Los propios habitantes de Artsaj afirman que ya no hay marcha atrás, resulta imposible volver a convivir con sus vecinos «turcos» –así es como llaman a los azerbaiyanos– y que la única salida es que se reconozca Artsaj como Estado independiente.

Aún en la peor de las situaciones, si el desenlace final tiene que pasar por el reinicio de las hostilidades, ellos tienen claro que su destino está al lado de su patria y que la defenderán cueste lo que cueste.