Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Exilio económico juvenil

Las cementeras vascas históricas están en manos de multinacionales ajenas al país, españolas, irlandesas e italianas principalmente. La plusvalía generada por nuestro trabajo se marcha al exterior, probablemente a paraísos fiscales. No es óbice, sin embargo, para que la pasta cementera, que se comercializa en paquetes de 25 kilos, sea de buena calidad. Nuestras canteras lo atestiguan.

Y en casa, el consumo también es, no podía ser de otra manera por la cercanía, habitual. Generando, al margen de puentes, edificios y museos inaugurados a toda prisa, esos semblantes de cemento armado, que nos amargan los informativos. Semblantes imperturbables ante la lluvia, el granizo, vientos e incluso tragedias. Porque, como es sabido, el cemento es inflexible ante la adversidad, ya sea material, ya inmaterial. Perfiles excepcionalmente esculpidos, con cemento de primera calidad. Como los de Iñigo Urkullu, Ángel Toña y Pello Gibelalde.

Hace pocos días supimos, lo decía el Instituto Nacional de Estadística (español), que unos 13.100 jóvenes nacidos en Hego Euskal Herria habían abandonado nuestro país desde 2009 a la búsqueda de una oportunidad laboral. No hay datos sólidos, pero las estimaciones dicen que únicamente 4 de cada 10 retornan a su origen, dispersándose el resto por Europa y América, mayoritariamente.

A pesar de que son datos de impacto, no son del todo ciertos. La realidad es superior. También los jóvenes vascos emigran a España. En 2012, por ejemplo, un total de 22.239 jóvenes de Hego Euskal Herria, según Gaindegia, emigraron fuera de su país a la búsqueda de un trabajo que no encontraban en su entorno. Para la mayoría, un 70%, el destino se encontraba fuera del Estado español.

Unas y otras cifras no coinciden, y, por experiencia, confío más en los datos de Gaindegia que en los de los institutos españoles. Al margen de la credibilidad, por simple visión nacional. Gaindegia está más cerca de la verdad probablemente que el resto. Los jóvenes de Hego Euskal Herria emigran buscando su futuro en España, Alemania, Francia o Inglaterra.

En Ipar Euskal Herria el fenómeno de la migración juvenil es una manifestación histórica, con mayores o menores flujos según las épocas. En Zuberoa, uno de cada cuatro jóvenes (18 a 34 años), desde 1999 hasta 2013, ha emigrado en este tiempo por razones económicas. La población joven desciende progresivamente. La costa se repuebla de jubilados franceses con pensiones más que dignas y de guipuzcoanos con segunda vivienda o primera más barata que al sur de la muga.

El de los jóvenes es un exilio económico en toda regla. Posee todos los componentes de la emigración histórica y aunque no los de la política, tanto de antaño como reciente, no deja de tener, asimismo, un mecanismo relacionado con esas razones de fondo. El capitalismo es implacable. Y sus gestores cementeros más aún, ejerciendo el trabajo sucio de las élites.

Esta reflexión sobre un exilio económico juvenil viene avalada por diversas razones. En especial las capacitaciones de los jóvenes, preparados para ejercer tareas que las elites del mercado laboral vasco no quieren absorber. El porcentaje de jóvenes vascos (18 a 24 años) que no trabajan ni estudian es del 15,1%, por debajo de la media de la Unión Europea (17%), Estado español (24%) o Estado francés (16,2%). Por tanto se trata de una nueva modalidad, distinta de la que provocó en épocas como el franquismo o el siglo XIX la falta de trabajo, o incluso la pervivencia del mayorazgo, las hambrunas y la peste en la Edad Media.

Las condiciones de los que no emigran, de la misma manera, no son especialmente atractivas. Precariedad, circunstancias laborales ínfimas, discriminaciones de todo tipo, también generacionales, inseguridad en el puesto y, sobre todo, no reconocimiento de su valor, presente y potencial. No son condiciones seductoras para alguien que, a esas alturas, ha pasado la mayoría de su ciclo vital formándose para una etapa que no existe o, en su caso, está contaminada por las pautas del neoliberalismo imperante.

Frente a este exilio económico, los cementeros de semblante han frivolizado la marcha señalando que se trata de una «oportunidad», de que los jóvenes deben «aprender a sufrir» o, como en el caso de Gibelalde, minimizando la marcha, ya que «no tienen hambre» para abordar, dice, una emigración en masa. No hay deslocalización material, pero sí humana.

El exilio económico juvenil es una catástrofe porque ahonda en la línea estratégica que debería marcar una de las prioridades de nuestro futuro como pueblo. Jamás una generación vasca ha tenido los niveles de formación que ha logrado la contemporánea. Especializados en múltiples facetas del conocimiento, al parecer son reconocidos en Dusseldorf, Londres o Auckland. Pero no, por el contrario, en Bilbo, Baiona o Iruñea.

Tenemos una sociedad envejecida que se niega a dar el paso a la savia más reciente. Una sociedad que se rige por códigos irreales. Nuestra generación, por ejemplo, era la de las familias numerosas, en mi caso somos seis hermanos, como en otros tantos. Las familias actuales, en cambio, son más reducidas. El dinero público y privado dedicado a la formación, en consecuencia, ha estado más centrado en uno o dos de los hijos. Esa es la realidad, no la de la mitad del siglo XX.

Esos jóvenes han recibido todos los mimbres necesarios para ser los activos del presente y del futuro. Pero no hemos sido competentes para trasladar ese marco teórico a la praxis. Las empresas públicas no han sido capaces de renovar y mejorar sus plantillas, de transferir responsabilidades. Las patronales, descastadas y enrocadas en sacar el mayor beneficio al menor coste posible, no están capacitadas para mirar más allá de un horizonte inmediato, ese que definía a la perfección el dicho de «pan para hoy, hambre para mañana».

¿Tendríamos que volver a la etimología de la palabra para avanzar en la reflexión? ¿No es el joven impulsado a dejar su tierra el de una persona forzada al exilio? En un sistema racionalizado por la dinámica del beneficio de unos pocos, el sistema capitalista, este tipo de migraciones serían voluntarias, ya que la miseria es compatible con la sociedad generada por el propio modelo. En consecuencia, el exilio económico no existe.

Sin embargo, en esta lógica, y ya que el exilio es la consecuencia de una vulneración de derechos humanos (Carta de Naciones Unidas de finales de 1949), ¿no sufren los migrantes una vulneración de sus derechos, en particular los económicos, en su origen? Me quedo con esta última reflexión, universal por otro lado. Se trata de un exilio, aunque lo llamemos económico.

Es obvio que nuestra crónica cercana está sumida de múltiples exilios. La guerra civil, el conflicto vasco reciente, incluso la huida del servicio militar. Son pautas adosadas al inconsciente colectivo vasco, parte de la identidad. Hoy, nos enfrentamos a una nueva definición que ya forma parte del presente. El exilio económico juvenil.

No tiene que ver con las hambrunas, con el mayorazgo, con la falta de recursos. Es una nueva modalidad que agranda la desertización humana de nuestro país. Que incide en la línea de flotación de nuestro proyecto estratégico, el de los hombres y mujeres de una Euskal Herria libre. Y que, lamentablemente, ni siquiera reclama la preocupación de esos semblantes de cemento que, ante el drama, no tienen sino unas frases triviales que deslegitiman cualquier apuesta de futuro. De su futuro. Y también del nuestro.