Amaia U. LASAGABASTER

Tres lustros en la montaña rusa con un final feliz

Si es cierto que un éxito se disfruta más cuanto más ha costado, la fiesta puede durar meses en Gasteiz. El regreso a Primera del Alavés cierra un ciclo de tres lustros con forma de montaña rusa, que ha cosido los corazones albiazules de cicatrices y esperanzas, ahora cumplidas.

Un equipo de Primera, una afición de Primera, un campo de Primera... Durante demasiados años el Alavés ha tenido que conformarse con serlo pero sin disfrutarlo. Por fin puede volver a decirlo de viva voz, con el cierre a un ciclo de tres lustros convulsos en los despachos y sobre el césped, que han cosido los corazones albiazules de cicatrices y esperanzas, ahora sí cumplidas. Quince años, algo más, que arrancan, porque el fútbol está a veces impregnado de ironía, con un éxito. El más celebrado, aquella final de Dortmund, en la que el Alavés tocó el cielo para que la caída resultara aún más dolorosa.

Apenas dos años después, Mané, el hombre que había llevado al equipo de vuelta a Primera y completado un quinquenio inolvidable, se veía forzado a hacer las maletas con el curso a medias. Corría el año 2003 cuando Txutxi Aranguren tomó su testigo en el banquillo. Pero el descenso era ya inevitable. Lamentablemente, no era lo peor que estaba por llegar, por muy efímero que fuera aquel paso por Segunda.

Porque recién concluida una primera temporada en la que, a las órdenes de Pepe Mel, los gasteiztarras acabaron a solo dos puntos del ascenso, en julio de 2004 desembarcaba en Gasteiz Dmitry Piterman. Autoproclamado salvador, aunque su paso previo por el Racing no invitaba al optimismo, el disfraz no tardó en deshacerse en jirones. Tres años duró su mandato pero la maldición del ucraniano se prolongó mucho más, amenazando seriamente la propia supervivencia de un club que sobrepasaba ya los ochenta años de historia.

Una maldición de apellido Piterman

Es imposible disociar la gestión de Piterman de las penurias deportivas del Alavés. Por mucho que el empresario se estrenara con el regreso a Primera, de la mano de su hombre de confianza Chuchi Cos y con fichajes de relumbrón que se unieron a los últimos supervivientes de la etapa previa en la máxima categoría. El sueño se convirtió en pesadilla en un abrir y cerrar de ojos.

El equipo regresaba a Segunda a las primeras de cambio. Peor aún, se convirtió en un foco continuo de escándalos. Y de récords tan paradigmáticos como los seis entrenadores que pasaron por el banquillo en la temporada 06/07 (Bañuelos, Cos, Fabri, Mario Luna, Quique Yagüe y, por un partido, el entrenador de porteros Garmendia). Poco importaba quién pusiera el nombre porque el que hacía y deshacía era siempre Piterman, continuamente enfrentado a plantilla, personal y afición.

Acabó marchándose pero el mal ya estaba hecho. En lo deportivo –tras haberse salvado por los pelos en las dos temporadas previas, los albiazules cayeron a Segunda B en 2009– y, sobre todo, en lo institucional. Piterman multiplicó la deuda hasta situarla por encima de los veinte millones, de los que el Alavés no ha podido recuperar un solo euro, después de que el Tribunal Supremo anulara una sentencia de la Audiencia de Araba que condenaba al empresario, ya asentado en Estados Unidos –y defendido en los tribunales por Javier Tebas, qué cosas–, a abonar una multa de casi siete millones. Se libró, mientras el club se acogía a la Ley Concursal.

Con el corazón repleto de cicatrices y la caja fuerte de telarañas, y con Fernando Ortiz de Zarate y Alfredo Ruiz de Gauna como sucesores de Piterman, el Alavés comenzó su travesía por el desierto. Cuatro temporadas en la categoría de bronce, que al final llegó a parecer de plomo.

El resurgir

Hasta que, de nuevo, un movimiento en los despachos tuvo su reflejo en el césped. Esta vez para bien. En 2011 Josean Kerejeta se hacía con el control del club, que pasaba a presidir Avelino Fernández de Quincoces. Fueron inicios difíciles, como en todas las buenas historias, y el equipo, de hecho, ni siquiera se clasificó para el play-off.

Pero el camino ya estaba trazado. Y alcanzó su primer hito en la temporada posterior, la 12/13 cuando, con Natxo González en el banquillo, batió todos los récords –alcanzó el liderato del grupo en la tercera jornada y no volvió a soltarlo para acabar con 82 puntos, una cifra que nunca antes había alcanzado nadie–, se proclamó campeón de Segunda B y regresó al fútbol profesional.

Para sufrir, es cierto, aunque también para curar otras heridas. Porque 2013 se despedía con la destitución de Natxo González, al que sucedieron primero Mandiá y después Alberto López, con el que los gasteiztarras acabaron salvando la categoría en la última jornada, en la emocionantísima visita al Jaén –precisamente el equipo ante el que se certificó el ascenso un año antes–, en la que tuvieron que remontar en dos ocasiones, con tres goles en los diez últimos minutos. Pero doce meses más tarde, de nuevo con el exguardameta guipuzcoano en el banquillo, se habían asentado en la categoría y, más importante aún, daban carpetazo a la condena a la que les había sentenciado Piterman, el concurso de acreedores, cuyo último plazo se pagaba en 2014.

Año y medio más tarde, la resurrección se extiende al campo. Mendizorrotza, recuperado su mejor aspecto, palpita al ritmo de un equipo que no ha dejado escapar su oportunidad. La montaña rusa es ya una historia del pasado.