Raúl Zibechi
Periodista
GAURKOA

El papel de los evangélicos en la crisis brasileña

Los argumentos de los diputados que votaron por la destitución de la presidenta Dilma Rousseff en el mes de abril, dan la pauta de un movimiento de la sociedad brasileña hacia un fundamentalismo de carácter evangélico que merece algunas reflexiones. En efecto, una parte de los 367 diputados que votaron la destitución (más del 70% de la cámara), invocaron a Dios y a la familia como argumentos centrales, sin siquiera mencionar las razones políticas de su decisión.

En la destitución de Dilma tuvieron un peso destacado las bancadas conocidos como «las tres B»: la de la bala, la del ganado (boi es buey en portugués) y la de la biblia. Los diputados que componen estas tres bancadas participan a menudo en más de una de ellas y representan la alianza del agronegocio, el militarismo y las nuevas religiones. Sólo los evangélicos, en su mayoría neopentecostales, tendrían entre 75 y 92 diputados, según las diversas fuentes. El expresidente del Congreso, Eduardo Cunha, acusado por corrupción y separado de sus funciones por el Supremo Tribunal Federal, articula esta bancada.

El expresidente de Lula, el empresario José Alencar, también era evangélico. El peso político y social de esta corriente es cada vez mayor en Brasil y viene creciendo en los últimos años, en paralelo a la caída de la adhesión a la iglesia católica. Este crecimiento se relaciona con el renovado conservadurismo de la sociedad, ligado al ascenso de una nueva clase media pragmática y consumista. Las dos principales iglesias evangélicas, la Iglesia Universal del Reino de Dios y la Asamblea de Dios, apoyaron la elección de Lula. La primera a través del principal partido de esa corriente, el PRB (Partido Republicano de Brasil), fundado por Alencar.

Además de un partido y de decenas de diputados en casi todos los partidos, los evangélicos tienen miles de templos y medios de comunicación masiva que compiten con la Red Globo tanto en extensión como en audiencia. Según los censos de población, en 1970 el 91% de los brasileños se declaraban católicos. En 2010 sólo el 64,6% mantenían esa opción. Se observa el tránsito de una religión a otra. Los evangélicos que eran marginales en 1970 ya eran el 15% en 2000, llegando al 25% de la población en la actualidad.

Para hacerse una idea de la fuerza social de los evangélicos, debe considerarse que sólo la Iglesia Universal contaba en 2006 con 3.500 templos, 50 radios, 70 emisoras de televisión, un banco y varios diarios. La Asamblea de Dios, la que más ha crecido, cuenta con 12 millones de fieles, la mitad del universo pentecostal. Desde fines de la década de 1990 se realiza en Sao Paulo la Marcha por Jesús que es un buen ejemplo del arraigo de los pentecostales. En 2007 la marcha reunió 3,5 millones de personas y nunca bajó de los dos millones. La caminata es amenizada por grupos musicales y al final se realizan espectáculos de música gospel.

En el universo evangélico los pentecostales han desplazado a los grupos más tradicionales: 25 millones frente a 17 millones de presbiterianos, luteranos, metodistas y otras iglesias del mismo sector. En las dos últimas décadas la falange pentecostal se triplicó. En las elecciones municipales de Sao Paulo en 2012, el candidato evangélico Celso Russomano estuvo cerca de ganar la alcaldía, pese a que la capital paulista se considera una ciudad moderna y cosmopolita.

En un país donde millones de pobres se incorporaron al consumo, el candidato se presentó como defensor del consumidor y consiguió apoyos masivos entre los sectores populares.

Entre los temas que vienen defendiendo los evangélicos en el parlamento, destacan la defensa de la familia, contra la despenalización del aborto y la reducción de la edad penal a 16 años y la oposición al matrimonio igualitario. Lograron incluir un proyecto de ley para «curar» a los gays (a quienes consideran enfermos) mediante tratamientos psicológicos. Pero también atacan a las otras religiones, en particular a las de raíz africana como el candomblé, algunos de cuyos fieles han sido apedreados en la calle.

El antropólogo Ronaldo Almeida de la Unicamp, sostiene que en Brasil existe «un ambiente de intolerancia generalizada afincado en tres palabras: odio, fobia y venganza» (IG, 4 de julio de 2015). «La sociedad es violenta, el Estado es violento. Es una lógica de guerra. El juego democrático admite adversarios, pero en Brasil nos tratamos como enemigos», asegura. En la disputa político-cultural los sectores progresistas están perdiendo, situación agravada desde que la crisis económica (el país vive la mayor recesión de su historia) pone en peligro el ascenso social de las nuevas clases medias.

Lo cierto es que no se trata sólo del papel conservador que juegan los pastores y sus iglesias, sino de una oleada social que nace en la vida cotidiana de los sectores populares. Los evangélicos están más presentes y activos entre las poblaciones vulnerables que el gobierno y los movimientos de izquierda. Un vacío que está siendo llenado por las nuevas iglesias pletóricas de recursos, capaces de mejorar la vida de millones de brasileños a quienes suelen sacar del alcoholismo, la violencia y las drogas con un trabajo capilar familia por familia.

El sociólogo Francisco de Oliveira, fundador del PT y luego del PSOL, sostiene que las posiciones retrógradas vienen creciendo en Brasil, ya que «con el progreso económico hay un sentimiento de conformismo» que se traduce en que «las personas se vuelven temerosas y conservadoras» (Folha de Sao Paulo, 17 de octubre de 2012).

Por otro lado, debe tenerse en cuenta que los evangélicos suelen ser despreciados por las clases medias educadas tradicionales, al punto que buena parte de los profesionales y trabajadores calificados los perciben como «fanáticos religiosos, ignorantes, retrógrados y hasta mal intencionados», sostiene el investigador Juliano Spyer luego de vivir 15 meses en un pueblo de trabajador en el estado de Bahia (Carta Capital, 20 de mayo de 2016).

Mientras los evangélicos integraron la base de apoyo parlamentaria de los gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores), hubo estabilidad política. A lo largo del último año fueron saliendo del gobierno y engrosando las filas de los partidarios de la destitución de Dilma. Es cierto que esto sucedió en medio de una fuerte crisis económica, pero también debe considerarse que el viraje conservador de la sociedad tiene causas más profundas y de largo plazo.

La impresión es que mientras las izquierdas no consigan trabajar con la sociedad de forma directa y deleguen en el Estado, esa escisión seguirá abierta. La izquierda y los movimientos sociales brasileños son hijos de la religiosidad popular cristiana mestizada con el marxismo. En la década de 1970 hubo más de 80.000 comunidades de base donde se socializaron millones de personas la izquierda brasileña que luego formaron el Movimiento Sin Tierra, la central de trabajadores (CUT) y el PT.

Aquel espíritu se disolvió en los vericuetos de las burocracias estatales y el crecimiento económico terminó por dispersarlo. No parece que puedan salir de la crisis actual sin retomar aspectos centrales de aquella ética del compromiso en la que se formaron algunos referentes centrales como Frei Betto, Leonardo Boff y Paulo Freire, entre los más conocidos.