M. FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Ankara
TRAS EL INTENTO DE GOLPE DE ESTADO EN TURQUÍA

LA IMPOTENCIA DE LOS HEREDEROS DE ATATüRK

Los kemalistas, que durante décadas controlaron la sociedad turca oprimiendo a las minorías, se ven ahora bajo el dominio de los islamistas dirigidos por Erdogan. Añoran la Turquía en la que predominaban los valores de su venerado líder, Mustafa Kemal Atatürk.

Una señora me escucha hablar turco en un autobús. Sabe que soy extranjero. Me pregunta por mi ciudad. Yo por la suya. Y responde con un susurro: «De Tesalónica». Allí nació Mustafa Kemal Atatürk, el fundador de la República de Turquía, el padre de todos los turcos. Tras casi cien años desde la fundación de Turquía, esta señora tiene miedo de gritar con orgullo el nombre de su ciudad. «Es un mal momento para el país y los kemalistas tenemos miedo», afirma. Turquía está cambiando. Y los kemalistas, quienes durante décadas amedrentaron a las minorías, están empezando a comprender la sensación que provoca estar un peldaño por debajo: los islamistas controlan el poder y, desde el fallido golpe de Estado de hace una semana, también las calles.

No es que Atatürk haya sido borrado del mapa anatolio, algo impensable para el venerado líder de incontables estatuas, pero en la calle ha aflorado una masa que ahora cuestiona su legado y responde a otro líder, Recep Tayyip Erdogan. Lo hace desde que el presidente turco se atrevió a revisar la historia del país a base reformas democráticas, rompiendo tabúes como las causas kurda y armenia o el rol de la religión en la vida pública. Era la época del cambio democrático, entre 2002 y 2010, pero en su giro autoritario, el clientelismo kemalista que tanto criticó se ha ido transformado en amiguismo islamista y la polarización, germen con el que nació la República, ha vuelto a brotar con violencia debido al juego político.

«Aquí el pueblo siempre estuvo dividido. La cultura democrática nunca llegó a Turquía y esa fue una de las razones de la victoria de Erdogan. Cuando llegó lo hizo bien y muchos liberales le votaron, pero el poder corrompe. Ahora trata de mostrarnos como enemigos. Tengo miedo a la represión porque Erdogan no s0lo va a atacar a los gülenistas», avisa Oktay, un jubilado de 55 años que no quiere que la cámara capte su rostro.

«Si las personas que respetan a Atatürk tuvieran miedo de expresar su admiración por el fundador de la República se estaría demostrando que la libertad de expresión está en peligro», añade Aykan Erdemir, experto de la Foundation for Defense of Democracies y exdiputado del Partido Republicano del Pueblo (CHP).

«Significa respeto, libertad»

Servet está junto a su hija en una calle del barrio de Ayranci, conocido por ser uno de los feudos kemalistas en Ankara. Esta señora de 85 años estuvo casada con un comandante de las Fuerzas Armadas. En los años 70, o puede que antes o después, porque dice no acordarse bien, vivía en la región kurda de Siirt. Asegura que siempre ha respetado a los demás y que los soldados son «los guardianes de la patria». En Turquía, cuatro golpes de Estado han derrocado a cuatro gobiernos electos. El quinto, contra el hombre que está reformando la fachada de Turquía, fracasó. «Ahora el país está polarizado incluso en el Ejército. No se parece en nada al país que fundó Atatürk», asevera.

Para Servet, igual que para millones de turcos, Atatürk no era solo un líder, era un visionario, un militar que representaba los valores del pueblo. «Significa respeto, libertad, renovación», explica Emre, un joven que ha crecido, como todo anatolio, bajo la influencia de un sistema educativo propagandístico.

Desde los tres años, los niños y las niñas van al mausoleo del líder, hacen montajes de imágenes con el líder de fondo y leen libros de textos con la historia triunfal e impoluta del líder. Hasta 2013, cuando Erdogan abolió de las escuelas el juramento a la patria turca, todos los estudiantes recitaban cada día el «.... ¡O gran Atatürk! Sobre el camino que tú has pavimentado prometo caminar incesantemente hacia los objetivos que has establecido. Mi vida será dedicada a la existencia turca. ¡Qué feliz es aquel que dice ‘yo soy turco’!».

Su historia, cuestionada principalmente desde el exterior, se cuenta inmaculada. Por eso, no extraña que el pueblo anatolio haya necesitado casi cien años para zafarse de su atenta mirada, hasta la llegada de Erdogan, primero tibio en sus reformas y ahora tan descarado que es capaz de lanzar un globo sonda sobre la naturaleza religiosa del propio Estado.

Islam y secularismo

Oktay vive en Ayranci. Su casa tiene una bandera de Atatürk en un jardín desordenado, con naturaleza salvaje y una mesita en la que bebe té mientras, sentado, lee algo en el móvil. Se ha separado dos veces y tiene dos hijos. «Espero que venga la tercera mujer», bromea. Él se considera socialista y apoya al CHP, la formación heredera de Atatürk.

«Atatürk puede que cometiera errores, como sucedió con las minorías, pero eran obligatorios en aquella época. Veníamos de un imperio y no estábamos preparados para una democracia. La gente no sabía ni leer. Fue un líder autoritario por obligación, pero todos sabemos que luchó por este pueblo. Pero Atatürk es una cosa y el kemalismo, otra. Adaptaron sus ideas para obtener su propio beneficio. Si sus ideas continuaran, seríamos uno de los países punteros del mundo», subraya.

El coqueteo con el islam político en Turquía comenzó en los años 50 con Adnan Menderes. En esa época, la mejor manera con la que Estados Unidos podía combatir el comunismo era potenciando el nacionalismo y orquestando en la puerta trasera a los religiosos anatolios.

Las ideas de Atatürk empezaron a perder su esencia dentro del tablero político, aunque la clase dominante siguió siendo la kemalista hasta la llegada de Erdogan.

A Emre, camarero de 18 años, le pregunto si es kemalista. Él no usa palabras para responder. Su brazo habla por sí mismo: un tatuaje en tinta negra y letras redondeadas dice: K. Atatürk. «La religión no se debe potenciar en este país. La gente se está volviendo estúpida y por eso gana Erdogan», dice, defendiendo el secularismo –más teórico que práctico– del Estado.

«Yo nunca votaría por Erdogan porque apoyo el secularismo. Creo que Erdogan está trabajando para convertir el país en una nueva Arabia Saudí. Y yo no quiero vivir en un Estado islámico y el país va por ese camino. Pero no sé si lo podrá conseguir porque la gente puede rebelarse», añade Oktay.

Las ideas de Atatürk –una bandera, una nación, una lengua– las está volviendo a recuperar Erdogan. En sus discursos, el líder islamista intenta atraer al nacionalismo cometiendo los mismos errores que criticaba de Atatürk. Pero a esta tesis le añade el sunismo, la corriente del islam predominante en Anatolia. «Cuando era joven no recuerdo a nadie que no pudiera ir a una mezquita o no usar velo. Mi madre era suní. Atatürk decía que este país no puede convertirse en un país de clanes y religión. Ahora los clanes dominan el país y Erdogan está usando el Diyanet – órgano estatal religioso– para sus objetivos», considera Oktay.

Discriminación pública

«Para mí lo mejor es que cada uno haga lo que quiera. Mi madre reza cinco veces al día y mi padre bebe alcohol. Llevan 25 años casados y no han tenido ningún problema», manifiesta Mehmet, camarero de 24 años.

Esa puede ser la clave del kemalismo: de puertas para adentro puedes ser lo que quieras, pero en la vida social hay que representar el modelo de desarrollo que Atatürk situaba en Occidente. Esa discriminación pública hacia los piadosos era evidente hasta la llegada del AKP: por ejemplo, las funcionarias y estudiantes universitarias no podían utilizar velo. «¿No le parece un síntoma inequívoco de opresión?», pregunto a Oktay.

«Cada país tiene sus reglas. En el Ejército no puedes ir con barba. Es una regla que se acepta. Aquí las mujeres no deberían ir con velo si son funcionarias. Cuando fui a Irán con mi exmujer se tuvo que poner el velo. Es su regla. Aquí hay otras reglas, o las había, y me parecen bien. Porque esas reglas son las imágenes que mostramos al exterior como pueblo, como Estado social», remarca.

Sus palabras sirven para apreciar hasta qué punto la reconciliación es complicada. Los anatolios tienen al menos dos visiones sobre cuál debería ser la imagen exterior del país: la de Atatürk; la de Erdogan.

La desconfianza mutua ha ido creciendo a medida que el presidente se volvía autoritario y potenciaba el islamismo. Para Erdemir, «Turquía ha fallado a la hora de institucionalizar un verdadero orden secular. Es hora de avanzar, y para eso tenemos que pensar en qué hemos fallado, que, en mi opinión, es en la cultura del respeto a la diversidad».

En mitad de esta lucha histórica están los jóvenes: unos que escuchan las maravillosas historias sobre Atatürk y otros las tremendas dificultades que impuso. «Para los jóvenes, Turquía es un país muy complicado. No hay trabajo y además el alcohol y el tabaco no dejan de subir de precio», se queja Emre.

«Aquí todos los jóvenes se quieren ir fuera del país. No hay seguridad, que es lo más importante», añade Mehmet.

A la conversación se van uniendo diferentes trabajadores del bar. Dursun considera que para «Atatürk el pueblo estaba por encima del Estado y Erdogan no trabaja para el pueblo». Los islamistas que se concentran durante estos días en las plazas de Anatolia piensan justo lo opuesto. Es más, dicen que Erdogan es sinónimo de pueblo.

Aquí nadie apoya la fallida asonada, pero tal y como remarca Emre, «se produjo porque la situación es muy mala en Turquía. La gente se está muriendo y no hay trabajo, pero Erdogan nunca podrá controlar al Ejército». «No soy militarista, pero el Ejército antes representaba al pueblo. Y cuando digo Ejército no me refiero a los generales y comandantes, que esos funcionan como políticos», aclara Oktay.

Esta es la visión del kemalismo, resignado ante un Erdogan que parece indestructible, a prueba de oposición política y golpes de Estado. En esta atmósfera de división, Servet recuerda a su marido, hoy fallecido. Ella ha vivido los cinco golpes de Estado y conoce el significado de la palabra represión.

Hoy ya está mayor, y asegura que no le importa nada, pero advierte de un sentimiento al que el pueblo anatolio se ha acostumbrado y que hoy llega a los kemalistas: «La gente tiene miedo de todo lo que está ocurriendo. Los kemalistas se ven por debajo. Y esto es porque los seres humanos tenemos miedo de nosotros mismos».