Andoni LUBAKI
INCURSIÓN MARROQUÍ

Enrocarse o morir en el Sáhara

El reciente movimiento de tropas de Marruecos en territorio saharaui fronterizo con Mauritania con el pretexto de actuar contra el contrabando y el yihadismo en la zona le ha servido a Rabat para testar la situación y medir fuerzas y , sobre todo, evaluar la respuesta en el plano diplomático, que ha sido nula.

Con la breve incursión en Lagüera, Marruecos ha querido tomar el pulso a un conflicto que lleva 25 años enquistado y tiene nuevos actores sobre el terreno. Ha querido saber quién es quién en el nuevo tablero de Sáhara Occidental desde que Brahim Gali sucediera a Mohamed Abdelazziz en julio. Saber quién rema, pero sobre todo hasta dónde estaría dispuesto a remar en unas aguas cada vez más oscuras y profundas. Medir fuerzas, no sólo en el plano militar sino también en el ámbito diplomático y social, y parece que la jugada le ha salido bien.

Lagüera fue durante la época de la colonia española la ciudad más meridional y la que más quebraderos de cabeza trajo al Gobierno franquista por las incursiones de bandidos, al principio, y del Polisario, después. A casi 400 kilómetros de la ciudad más cercana, está situada en el extremo de la península de Cabo Blanco. Durante la contienda, ningún Ejército pudo mantener allí a sus hombres más de unos pocos días, quedando la ciudad abandonada al ser indefendible y prácticamente inatacable. El mar y la arena hacían que fuera difícil resistir un asedio, pero a la vez imposible asediarla. En los años 70, las partes beligerantes la rodearon de minas antipersona y antitanque para sofocar cualquier tentación del oponente de asentarse en ella. Actualmente, esta zona, de 10-12 kilómetros, es conocida como «tierra de nadie» y allí no hay ley o jurisprudencia aplicable.

Con la movilización de 300 efectivos marroquíes (de un total estimado de 20.000) Marruecos ha querido dejar posicionados a todos sus contrin- cantes en una gran «partida simultánea». Mohamed VI inicia con peón y los demás limitan su estrategia a enrocarse o a mover la reina para proteger a un rey anquilosado, torpe y lento.

El silencio de la Unión Europea y del Estado español, en concreto (más allá de tímidas declaraciones), ha mostrado una diplomacia occidental que desea evitar a toda costa enfangarse en lodazales ajenos. España como fuerza administradora ante la ONU de Sáhara Occidental vuelve a abandonar a los saharauis a su suerte. Mohamed VI repite la estrategia de su padre en la Marcha Verde del 75: mover tropas cuando en el Estado español no hay Gobierno.

La ONU y su misión en la zona, la Minurso, se lavan las manos reprochando a Rabat su mala conducta, como si fuera un niño travieso. Han prometido colocar soldados extranjeros en un territorio que en el plano militar nadie quiere, pero que hace mover ficha cada vez que alguien pone los pies allí.

¿Y qué dice Argelia? El perenne aliado de los saharauis se ha limitado a notificar a la prensa que «apoya incondicionalmente al pueblo saharaui y su lucha». Frases de corta-pega de documentos que se repiten desde la época en que Internet era una quimera. A estas alturas queda claro que a Argelia también le interesa el status quo de Sáhara Occidental y utilizar a todo un pueblo para amenazar a Marruecos en caso de que esta invada intereses económicos o estratégicos del país más extenso de África. Ningún analista mete ya en la ecuación el factor de «la necesidad de Argelia de tener un acceso al mar Atlántico» que tanto se utilizó en los años 80 y 90 como premisa para ayudar al pueblo saharaui. La prueba más clara estuvo en las elecciones a la Presidencia cuando prohibió expresamente al Polisario la elección de un líder civil y «sin experiencia en el campo de batalla». Quedando así como único candidato Brahim Gali.

La «sorpresa» hasta el momento la ha dado Mauritania quien al ver al Ejército marroquí entrando en Lagüera colocó misiles tierra-aire y más de 20 carros blindados en la frontera, algo que no se veía desde finales de los 70. Durante la incursión, el jefe de la diplomacia saharaui, Mohamed Jadad –que aspiraba también a presidir la RASD–, se encontraba en Mauritania para estrechar lazos.

Para Mauritania, es vital mantener abierta esta ruta, que es la única entrada por vía terrestre y asfaltada en el norte, y la de la mayor parte de importaciones. También prefiere un vecino saharaui a uno marroquí, apoyado por París, que insiste en la idea de un Gran Marruecos que abarcaría casi todo el norte africano, desde Mauritania hasta Libia, pasando por el norte de Mali.

El único beneficiado ha sido su instigador: Marruecos. La prensa del país no ha dudado en vanagloriarse y repetir hasta aburrir la versión de Rabat de que el objetivo era «limpiar y asegurar la zona de contrabandistas y yihadistas, todos ellos colaboradores del Polisario». Así mismo, ha conseguido que cierto sector en los campamentos de refugiados muestre su descontento con el Gobierno saharaui por su silencio. La firmeza del Polisario frente a una invasión de este calado habría quedado también en entredicho para muchos saharauis, lo que le debilita internamente.

Con todo, se evidencia lo caduco de muchas ideas sobre este conflicto. El Polisario se defiende, no como puede sino como le dejan, en un tablero cada vez más estrecho para él. Asediado por la real-politik y abandonado por parte de la diplomacia occidental, a la que tantas veces acude pidiendo justicia. Justicia que pasa por un referéndum.