Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Los Fiordos de Urdaibai

Galdakao tiene un parque con el nombre Ardanza. Los jóvenes apenas conocen su origen, como tampoco en nuestros años primerizos sabíamos de dónde procedía el de Doña Casilda o el de Antoniutti. La vida pasa tan deprisa que apenas nos deja tiempo para mirar hacia atrás. Ardanza, José Antonio, fue lehendakari del Gobierno Autónomo Vasco durante 14 años, los anteriores a la entrada del siglo XXI.

Los solidarios con los presos lo recordarán por ser uno de los valedores de la dispersión. Los nostálgicos del músculo antiterrorista por su liderazgo en el Pacto de Ajuria Enea. Los ecologistas por su ocultación de aquel famoso informe de los efectos en Euskal Herria de la explosión de la central nuclear de Chernobil. Los de Vocento porque fueron los años suyos, los de su apuesta gobernante del tándem PNV-PSOE. Los michelines jeltzales por su apego al Espíritu de Arriaga («sentirse cómodos en España»). En fin, los que denuncian las «puertas giratorias» porque tras abandonar la lehendakaritza fue nombrado presidente de Euskaltel, ahora participado casi en un 50% por Trilantic Capital Partners, una empresa fundada por corsarios de Lehman Brothers.

Cuando José Antonio abandonó la lehendakaritza, después de cuatro legislaturas, se fijó en un caserón en un lugar privilegiado, sobre la playa imprevisible de Laida. El entorno, conocido: Urdaibai. Unesco lo había declarado en 1984 reserva de la biosfera, única en Euskal Herria junto a las Bardenas. En 2016, la consejería de turismo del Gobierno que presidió incluye a Urdaibai en una de las «10 razones para venir a Euskadi».

Ardanza presentó su proyecto de renovación-construcción del chalet en 2001. Un año después, el arquitecto de Gautegiz-Arteaga informaba que las obras no se correspondían a lo aprobado: dos alturas de más, una piscina... hasta seis irregularidades importantes. El Gobierno Vasco pasó la pelota al municipio (PNV) que durante cuatro años miró a otro lado, hasta que el Tribunal Superior vasco confirmó las ilegalidades y ordenó derribar una vivienda cercana. ¿Efecto dominó? Diputación de Bizkaia pidió por mayoría que se cumpliera la ley «porque es necesario y no optativo». El PNV protestó, la propuesta era «impresentable, oportunista, indigna e irrespetuosa». Toda una lección de sinónimos para arropar a uno de los suyos. En 2011, Ardanza arregló «los errores, terminó la pesadilla» y santaspascuas.

En época reciente no han existido fiordos en Urdaibai. Los fiordos se formaron cuando subieron las aguas e inundaron los valles excavados por los glaciares. Tampoco hubo glaciares en Urdaibai. Los más cercanos, al parecer, se encontraban en Aralar. Es más, según dicen los estudiosos de una ciencia con nombre tan complicado como paleobiogeografía, los asentamientos en la actual reserva fueron parejos a la extensión progresiva de los bosques.

Déjenme, sin embargo, tomarme una licencia. Un recurso literario, alguien dirá que demasiado retorcido para encajar en el artículo. Una crónica que tiene que ver con la dureza del témpano de hielo, la supuesta erosión del correr del tiempo, el punto de congelación o de fusión de los objetos, para lanzarla a nuestros días, a través de ese tremendo relato que nos ha dejado, capítulo a capítulo, la construcción del chalet de Ardanza.

Y esfuerzo las frases para alcanzar esa reflexión que la he sentido, leído y oído, en las últimas semanas. Euskal Herria se encuentra en un punto político de congelación mayúsculo, como en la época «ardanziana» (nada que ver con una era geológica). Casi ocho años de Patxi López e Iñigo Urkullu han servido para que Bizkaia deje de llamarse oficialmente Vizcaya. Ocho años de irregularidades en el chalet de Ardanza sirvieron para que el Tribunal Superior vasco rebajase la altura de su chalet en 37 centímetros, el tamaño de uno de los charranes (logo del PP) que sobrevuelan Urdaibai.

Un impasse espectacular lampedusiano: cambiar todo (la “b” por la “v”, rebajar un puñado de centímetros) para que nada cambie. Para mantenernos en un escenario gélido, congelado, atravesado por valles inundados, fiordos aunque sean metafóricos, por las aguas estancadas de un bucle que se hace eterno. En 2012, el partido de Ardanza utilizó el lema “Compromiso Euskadi. Euskadi Aurrera”. En 2016: “Mira al futuro. Eraiki Euskadi”. El VI Congreso del PSE-PSOE en 2009, aquel que reeligió a Patxi López secretario general, llevó el lema de “Construyendo futuro. Etorkizuna eraikitzen”. Construir y futuro sirven para todo, para un roto y para un descosido.

Euskadi, la Comunidad Autónoma con capitalidad en Gasteiz (me ha entrado la fantasía de añadir “Siberia” al nombre que al parecer liquidaron los godos) es la del futuro, la de la construcción perpetua y, en cambio, la mayoría de sus índices, de sus marcas, incluso de sus sumarios, siguen congelados. El volumen del agua solidificada avanza, en contra de los datos que ofrece el cambio climático. Al menos en los terrenos económicos, sociales y políticos. Cada vez somos más región, cada vez menos nación.

Han sido dos legislaturas paradigmáticas de enfriamiento. En plena crisis financiera inducida, con cerca de un tercio de la población en la marginalidad o los límites de ella, con un Gobierno en Madrid escorado hacia Cuelgamuros, donde consultar es delito y pensar una infracción, la actividad de frenado ha sido la más notable. Frenar la iniciativa popular y abrir las puertas al caos ordenado que provoca la privatización de los recursos públicos, la entrada de capital ajeno en las empresas estratégicas, la marcha de nuestra juventud...

Lo ha dicho con meridiana claridad Andoni Ortuzar. Y es de agradecer: «En caso de apuro, ¿a quién le confiaríais vuestros hijos e hijas para que os los cuidaran? ¿A quién le daríais para llevar las cuentas de vuestro comercio o negocio? ¿Quién os gustaría para el puesto de jefe de personal de la empresa en que trabajáis? ¿A quién le dejaríais la llave de vuestra casa para que os la vigilara y regase las plantas cuando os fueseis fuera?».

Esos que se han apropiado de las llaves de nuestra casa y se las han entregado a tipos como Ardanza, para que gestione la suya y la de los demás, son los mismos que referencian a una monarquía con graves responsabilidades en el deterioro moral y ético que rige la vida política. Los que apelan a un mercado libre sustentado en la adhesión de sindicatos amarillos y que afirman como inevitable la marcha de Arcelor, el cierre de Corrugados o la privatización de Kutxabank. Los mismos que dicen no ser de derechas pero que es anacrónico ser de izquierdas.

Estamos en un punto en el que congelación únicamente beneficia a quienes han tenido la sartén asida por el mango. Los índices también son paradigmáticos. Cada vez son menos los que tienen más, la involución nacional española es tan evidente que ya no hace falta siquiera argumentarla. Y no soy catastrofista, créanme. Miro al futuro con esperanza, siempre esperanza aunque me hayan robado hasta los lemas con los que apadrinar esa ilusión.

Mañana es un día en el que toca numerarse. Hoy, dicen de reflexión. Cargado de ellas, tengo necesidad de salir de ese frigorífico que nos tiene atenazados, congelados en un discurso que siempre nos lleva al mismo destino, el muro de volver a empezar como si nada hubiera sucedido. Me rebelo contra esta tendencia. Me rebelo porque mi eterna esperanza es la de esa Euskal Herria colectiva, humana, repleta de justicia, fraternidad, atravesada por su reconocimiento en el mundo, con los únicas contornos naturales del Adur al norte y el Ebro al sur. Y me rebelo porque hace tiempo que dejé de creer en bulos bautizados y rebautizados una y otra vez. Para llegar a la conclusión que el anacronismo, precisamente, es el de los fiordos en Urdaibai.