Mikel ZUBIMENDI
PRIMER DEBATE ELECTORAL EN EEUU

Una preparada Clinton no pierde la sonrisa ante un acobardado Trump

En el primero de los tres debates previstos se vió a una Clinton cómoda y segura, con una sonrisa permanente, frente a un Trump que lo apostó todo a la espontaneidad y el lenguaje mitinero y que, por momentos, pareció acobardado. Clinton preparó mejor el debate y hizo más fuerte la idea de que está mejor preparada para ser presidente.

En los debates electorales cara a cara, muy a menudo, se suele echar mano de la analogía del boxeo. Se habla de dar golpes, la mayoría de veces bajos, de ganar asaltos o de noquear al contrario. Sin embargo, el imaginario deportivo quizá no sea capaz de capturar la manera en la que la opinión pública da forma a un veredicto final. Normalmente, y muy especialmente entre los indecisos, se requiere un tiempo para que se construya una idea general sobre quién ha ganado y quién ha perdido.

Tras el primer debate electoral entre Hillary Clinton y Donald Trump, que muchos esperaban que sería el combate del siglo, lo cierto es que la tierra no se tragó a nadie, no fue el fin de la civilización. Ante más de cien millones de telespectadores, y la mirada de politólogos y periodistas de medio mundo, lo cierto es que ninguno perdió estrepitosamente el debate ni tampoco ganó ayer las elecciones con claridad. Puede decirse que Clinton dominó el debate, sí, pero sin traducir su dominio en un derrota clara de Trump.

El poder de una sonrisa

El candidato republicano había declarado antes del debate no haber perdido mucho tiempo preparándolo. Lo fió todo a su espontaneidad y al lenguaje directo. Eso le sirvió para marcar algunos puntos pero, a medida que el debate entraba en discusiones más detalladas, la falta de preparación y de respeto al formato le creó dificultades. Por momentos se le vio acobardado, lejos de sus mejores prestaciones como showman, defendiendo más que atacando.

En otras palabras, sea por su confesada falta de preparación o por el formato y sus reglas, nunca consiguió borrar de la cara de Clinton esa sonrisa de satisfacción. A ratos pareció que podría lograrlo, pero salió airosa de todos sus envites.

Llamó poderosamente la atención el com&bs;portamiento sonriente de la candidata demócrata. Vestida de rojo, color corporativo de los republicanos, un color normalmente asociado a quienes buscan captar miradas y atención, a quienes quieren mostrar vitalidad y energía, Clinton no paró de sonreír en todo momento. Sea una prueba de compostura o de condescendencia, lo siguió haciendo incluso cuando más apasionados, o quizá desquiciados, eran los ataques de Trump.

Ambos se presentaron al debate con ambiciones diferentes. Clinton quería llenar de sentido y de razones ese enorme vacío de entusiasmo que en ciertos sectores proyecta su candidatura. No se puede decir que lo consiguiera. Pero sí que logró presentar a su contrincante como alguien desenfocado, que no está preparado. Para Trump era una oportunidad de demostrar que tiene madera de presidente, que no es el monstruo que algunos quieren caricaturizar. Tampoco pudo conseguirlo.

Líneas de ataque

Este primer debate de los tres que se celebrarán en el plazo de un mes, venía precedido de un buen rendimiento de Trump. Los sondeos estaban empezando a dar grandes sustos y, muy particularmente en importantes estados bisagra como Ohio y Florida, este iba remontando como un cohete. Ayudado por el inoportuno «mareo» de Clinton y ese cambio de tendencia en los sondeos, Trump se presentaba con mucha confianza.

Las líneas de ataque de Hillary Clinton en temas de raza y género buscaron hacer aún más abrumador el enorme apoyo que tiene entre tres grupos sociales de votantes –mujeres, latinos y afroamericanos–. Es consciente de que serán necesarios para su elección. También que tiene un problema con el voto joven que, a diferencia del apoyo masivo que dio a Obama, no termina de decantarse por ella.

La candidata demócrata sabe, como Trump respecto a esos tres grupos, que en lo que se refiere al voto de los blancos, en concreto el de los hombres blancos de zonas rurales y de la clase trabajadora, su desventaja parece insalvable. Así mismo, sabe que tiene una clara desventaja competitiva: tradicionalmente, negros y latinos votan en menor medida que los blancos. Y también las mujeres lo hacen en menos número que los hombres.

Por otra parte, pretender un tercer mandato consecutivo para un mismo partido, dado el general deseo de cambio, es siempre una apuesta arriesgada. Trump, consciente de ello, martilleó con una visión distópica de un estado en caída libre. «Cuatro años más serían desastrosos», repitió mientras auguraba que, de producirse, «EEUU lo perdería todo». Clinton, lejos de entrar a ese trapo, se dedicó a sonreír como si quisiera preguntar a la audiencia si a «este tipo» se le podía creer.

Días después de que un correo electrónico privado del exsecretario republicano de Estado, Colin Powell, filtrado por hackers, en el que este consideraba a Trump «una desgracia nacional y un paria internacional», sospechosamente justo cuando la posible Presidencia del magnate se estaba haciendo más realista, el debate presentaba otro reto: saber si cuando los votantes miran a Trump ven a un presidente. Dado que en esta contienda entre los dos candidatos más impopulares desde la Segunda Guerra Mundial es tan difícil aplicar ningún estándar convencional, es complicado hacer una afirmación categórica. La base que apoya a Trump seguirá siendo tan fiel e incondicional como hasta ahora, pero visto el debate, es difícil pensar que esa impresión haya crecido más allá de esos límites.

Entre el martillo y el yunque

Clinton ya había participado en trece debates cara a cara a lo largo de su carrera. Para Trump era su bautismo en ese formato. Ella se había preparado a conciencia, él apostó por seguir como hasta ahora, en cierta medida, repitiendo un registro más propicio para un mitin que para un debate. Su sonrisa, la amplitud de sus temáticas y sus latigazos para sacar a Trump de quicio y hacerle pasar a la defensiva funcionaron.

Vistos los antecedentes, resultó llamativo, por ejemplo, que el de Queens no utilizara las infidelidades de Bill Clinton para atacar a su mujer. Seguramente fue asesorado en ese sentido. En cierta medida, ese afán por «moderarse» y no caer en el todo vale le pasó factura. Pareció más acobardado, sin control sobre el formato de debate y sus reglas, menos fiel a su verdadero ser. Y precisamente eso también contribuyó a que Clinton mostrara fuerza y escondiera sus debilidades.

En cualquier caso, la carrera sigue muy abierta. Y, parafraseando a Oliver Stone, los estadounidenses la miran atónitos, con una sensación de estar entre el martillo y el yunque, ante una elección «entre un personaje adorable que funciona en la televisión, pero que en el fondo esconde a un loco, frente una adversaria que miente, que no es trigo limpio y que será un halcón de guerra agresivo».

Él inspira miedo, ella desconfianza, ambos son queridos por sus incondicionales y odiados por muchos otros que no lo son. Las apuestas, hoy más que anteayer, dan como favorita a Clinton, pero nadie, ni siquiera ella, las tiene todas consigo.

El primer debate no marcó una diferencia decisiva. Simplemente mostró, que no es moco de pavo, que Clinton se lo preparó mejor. Y eso ayuda a proyectar la idea de estar mejor preparada para ser presidente.

Trump obvia la «primera lección de campaña»

Ayer se vió a un Trump más acobardado de lo habitual. De alguna manera, salió de su zona de confort, de la burbuja protectora de sus incondicionales, para aprender una vieja lección –quizá la primera de todas – de los manuales de las campañas electorales: la retórica que arranca el aplauso fácil y delirante en los mítines de los seguidores ya convencidos no sirve para el mundo exterior, para dirigirse al gran público.

Su discurso fue el habitual, el de todos los días. Golpeó los mismos clavos, con el mismo lenguaje, con las mismas palabras para contar las mismas historias.

Y jugando esa carta, en un debate que no dejó ningún momento icónico que sea merecedor de ser recordado en las próximas décadas, Clinton salió airosa y, a 42 días de las elecciones, quitó a Trump una buena oportunidad para tumbarla. Aunque el magnate tuviera durante más tiempo la palabra, no consiguió atacarla. En términos futbolísticos, tuvo más posesión de balón, pero se jugó el partido en su campo, defendiéndose de las punzantes acusaciones que Clinton le tenía preparadas.

De esa manera, Clinton consiguió tapar las líneas de ataque de Trump e hizo mover el debate fuera de sus puntos débiles. Y con una sonrisa de satisfacción que nunca perdió, hizo que el debate girara en torno a un Trump que ayer pareció venido un poco a menos. No obstante, Clinton no consiguió ningún golpe definitivo ni tampoco que Trump pareciera como un demonio peligroso.M.Z.

Declaraciones

«Hillary tiene experiencia. Pero es mala, mala experiencia. Es el típico político. Pura charlatana, cero acción»

DONALD TRUMP

«Sé que tú vives en tu propia realidad, pero esos no son los hechos»

HILLARY CLINTON