Mikel ZUBIMENDI
EL PACTO COMERCIAL UE-CANADÁ SE TAMBALEA

Valonia reafirma su «no es no» y bloquea el acuerdo del CETA

Las presiones y las reuniones de emergencia no surgieron efecto. Valonia sigue oponiéndose al CETA e imposibilitando la firma de Bélgica. Los canadienses, frustrados, dan por concluidas las negociaciones. Y los líderes europeos, alarmados por la imagen y por el precedente, hablan de las graves implicaciones que este rechazo tendría para la UE.

La firma del acuerdo de libre comercio entre la Union Europea y Canadá (CETA, de sus siglas en inglés), cuyas negociaciones comenzaron en el año 2009 y concluyeron en el 2014, está prevista para este jueves, con acto ceremonial incluido. Pero la Región de Valonia, pese a las reuniones de emergencia y múltiples presiones recibidas, no ha dado su brazo a torcer y ayer se mantuvo firme en su rechazo.

Además, otros dos parlamentos de áreas francófonas (entidades subfederales diferentes a pesar de su nombre similar, el de la Federación de Valonia-Bruselas y el de la Comunidad Francófona), ambos gobernados por el Partido Socialista, se han sumado al bloque del no. Y solo con el apoyo del Gobierno federal, la Comunidad Germanófona y Flandes, es constitucionalmente imposible que Bélgica estampe su firma en un tratado internacional.

Que una región federal de apenas 3,6 millones de habitantes bloquee un acuerdo que englobaría a 545 millones de habitantes, máxime en la noqueada UE post-Brexit, ha levantado una gran polémica. Si no puede completar un acuerdo con su duodécimo socio comercial, el mensaje que dejaría desvanece la posibilidad de completar tratados similares con EEUU o Japón y mina mucho la credibilidad de la UE como bloque de estados creíble y funcional. En palabras de la ministra canadiense de Comercio, Chrystia Freeland, muy dolida con los francófonos con los que su país tiene relaciones de afinidad lingüística y cultural que vienen de lejos, «es imposible acordar nada con la UE, no son serios».

Caballo de Troya

Mientras que fuentes de la Comisión Europea, recogidas por el diario belga “L'Echo”, estimaban que Valonia había firmado «una declaración de guerra al orden económico mundial», tanto el presidente francés, Françoise Hollande, como el vicecanciller alemán, Sigmar Gabriel, muy activos en la presión al Gobierno federal belga, se mostraron consternados y declararon que las razones del veto valón son de índole «doméstico». Dieron a entender que el Partido Socialista, en la oposición a nivel federal y en el gobierno en las regiones del «no», habría preferido jugar esa carta para evitar la fuga de votos hacia el PTB (Partido del Trabajo de Bélgica) y situar a Valonia en el foco de la atención mundial como trampolín partidista. Y advirtieron del peligro de que inversores y corporaciones globales pueden dejar de tener interés en comerciar con la UE.

No obstante, aunque quizá Valonia no tenga toda la razón, sí que tiene sus razones para oponerse al CETA. Y son las mismas que miles de ciudadanos europeos y un vibrante movimiento de oposición han esgrimido. En declaraciones este fin de semana al diario francés "Le Monde", el presidente de Valonia, Paul Magnette, se preguntaba en voz alta: «¿Cómo asegurarse de que el CETA no sea el caballo de Troya del TTIP? ¿Cómo hacer que las multinacionales con sede en Canadá, incluidas las estadounidenses, no se beneficien de las ventajas que les ofrece el CETA para hacer avanzar el TTIP?».

«Expectativa de beneficio»

Pero el gran escollo sigue siendo el de siempre: el mecanismo de arbitraje entre multinacionales y estados. Es decir, la protección que ofrece el CETA a las «expectativas legítimas» de los inversores, conocida como la clausula del «trato justo y equitativo» que ofrece de facto y de iure a las corporaciones un potente instrumento para frenar cualquier cambio normativo que defienda el interés público.

En otras palabras, un sistema de arbitraje, ajeno a cualquier control democrático, que reconoce un derecho sustantivo a los inversores para tener un marco regulatorio que se ajuste a sus expectativas de beneficios. Los estados europeos se verían obligados a no cambiar las condiciones de explotación, a no poder expropiar sin compensación, dando libertad a las corporaciones para salir de las fronteras con todos sus trastos, pero no a un Estado para que pueda pedirles que se vayan.

Así las cosas, además de un torpedo en la línea de flotación de la agenda comercial de la UE y de establecer un precedente preocupante de lo que pueda ocurrir en sus negociaciones con la Gran Bretaña post-Brexit, el CETA sigue estando en el limbo. Aunque no faltan quienes piensan que un anexo interpretativo al texto del acuerdo puede desencallar la cuestión, canadienses y europeos sienten el gusto del fracaso y parecen haberse levantado de la mesa de negociación, por lo menos, durante un largo tiempo.