Dabid LAZKANOITURBURU

Divergencias y contradicciones en torno al tardío asalto a la capital del ISIS en Mosul

En la segunda semana desde el inicio del asalto a Mosul, la velocidad de la ofensiva contrasta con la desconfianza entre sus protagonistas y las críticas, desde todos los lados, al operativo militar

El asalto a la ciudad de Mosul, capital del califato, ha entrado en su segunda semana y la desconfianza y recelo entre los actores que participan o comparten la ofensiva confirma lo que quedó en evidencia a mediados de 2014 cuando unos miles de yihadistas del Estado Islámico se hicieron sin casi resistencia con el control de la segunda ciudad de Irak y de prácticamente todo el centro y noroeste suní del país:

Es evidente que el ISIS se ha aprovechado de la crítica situación de dos Estados semifallidos (Irak tras la invasión estadounidense de 2003 y Siria por una revuelta inicial que derivó en guerra civil y mundial por delegación). Pero ni eso ni la complicidad-implicación de los restos agraviados del partido Baath (del ahorcado expresidente Saddam Hussein) con los yihadistas explican por si solos su éxito.

Porque el ISIS es en realidad un espantajo que se ha aprovechado de su instrumentalización por (casi) todos los actores en la zona para medrar. Y que, gracias a los conflictos de intereses de todos los que se proclaman sus enemigos sigue resistiendo ante todos los ejércitos de la zona, bajo el fuego aéreo de las principales potencias mundiales y frente a milicias de tido tipo, desde los chiíes hasta los suníes, pasando por la miríada de grupos rebeldes sirios.

Un somero análisis de lo que acontece en torno al asalto a Mosul y de las posiciones de los distintos actores resulta altamente esclarecedor

Las prisas de Obama. A tres meses de abandonar la Casa Blanca, y duramente criticado desde el Pentágono por el hecho incontestable de que Rusia está ganando la mano –táctica y estratégica– en Siria, el presidente estadounidense tiene prisa por apuntarse un tanto con la expulsión del ISIS de Mosul.

Y no solo, que también, tiene prisa porque no pocos interpretan como muestra de cobardía su renuencia a meter a EEUU de lleno en otra aventura militar, esta vez en Siria, sino porque el asalto a la capital iraquí del ISIS ha sido demorado varias veces por desavenencias tanto entre las potencias regionales como en el seno del Parlamento de Bagdad.

Es tal el encaje de bolillos entre intereses contrapuestos que a las prisas de la Casa Blanca se les ha sumado la convicción de que más le vale no esperar todavía más porque esa sui generis «coalición» –que agrupa a enemigos jurados– salte en cualquier momento por los aires.

El Gobierno de Bagdad, que tras la criminal e «inteligente» invasión y posterior ocupación traumática de Irak se ha convertido en poco menos que una sucursal de Irán, se ha visto forzado por presiones de EEUU a renunciar oficialmente a que las milicias chíes de los Grupos de Movilización Popular participen directamente en el asalto a Mosul y les ha reservado como premio de consolación el asalto al feudo yihadista de Hawiyah, al sureste de la ciudad.

Denunciadas por excesos de todo tipo –ejecuciones sumarias, torturas, violaciones, saqueos...– contra los civiles tras su decisiva participación en los asaltos a Tikrit, Ramadi y Falujah, estas milicias no terminan de renunciar a participar en la batalla de Mosul, que equiparan de modo sectario a la venganza por la muerte hace 1.300 años de imam Hussein –batalla que consumó el cisma entre suníes y chiíes y que estos conmemoran todos los años en la reciente festividad de la Ashura–.

Así, sus portavoces han amenazado con abrir un tercer frente hacia Mosul desde Tal Afar, enclave estratégico 100 kilómetros al oeste de la capital del ISIS. Tienen para ello el apoyo de Siria y de Rusia, que acusan precisamente a EEUU y su «coalición» de dejar abierto ese flanco occidental para que los yihadistas del ISIS huyan a Siria y refuercen sus posiciones en sus feudos de Raqa y Deir Ezzor.

Al punto de que Damasco ha amenazado con utilizar a esas milicias chiíes para reforzar su guerra interna en suelo sirio.

Turquía, que participa ya abiertamente en la guerra en Siria con la excusa de expulsar al ISIS de su frontera pero con su cada vez menos disimulado objetivo de evitar que los kurdos configuren su experiencia de autonomía democrática en Rojava (Kurdistán sirio), insiste ante EEUU en defender su implicación en el asalto a Mosul.

Y no solo con bombardeos. El Ejército turco adiestra a las milicias suníes del gobernador de Mosul –expulsado por el ISIS– Atheel al-Nujaifi, con el objetivo, esta vez inconfeso, de devolver a la antigua ciudad iraquí a su histórica órbita (neo)otomana. Más aún, mantiene una alianza con los peshmergas del Gobierno independiente de facto de Kurdistán iraquí, liderado por el histórico a la vez que ladino Masud Barzani.

Otra de las tantas paradojas del actual conflicto de Oriente Medio, y por ende del asalto a Mosul, se evidencia en el hecho de que, como por otra parte es una constante histórica, los kurdos vuelven a aparecer divididos en su estrategia.

Una de las mayores prepocupaciones de Ankara es cerrar el paso hacia Mosul a los guerrilleros del PKK, que tienen su propia pica en Flandes iraquí en la región del monte Sinjar, cuando llegaron en auxilio de los kurdos yezidíes, que estaban siendo objeto de un genocidio por parte de los yihadistas del ISIS.

Pero, paralelamente, Turquía apoya y adiestra a los peshmergas del Kurdistán Sur, quienes siguen sin confirmar el anuncio del Gobierno de Bagdad de que habrían renunciado a participar en el asalto al centro de Mosul, dejando esa última tarea en manos del Ejército iraquí. Y es que estas milicias kurdas (5.000 efectivos) no ocultan su intención de recibir su trozo del pastel de Mosul –ciudad mixta situada en plena frontera entre el Irak suní y Kurdistán Sur– . Y tampoco ocultan su temor a que los 30.000 soldados del Ejército regular iraquí, bien armados y pertrechados y con mayoría de chiíes entre sus filas –una vez fue desbaasificado el Ejército del ahorcado Saddam Hussein–, pudieran aprovechar su presencia en suelo kurdo –peshmergas y soldados iraquíes comparten la base de operaciones de Makmur– para acosar al Gobierno autónomo de Erbil, con el que Bagdad mantiene grandes disensiones en torno al estatuto de la ciudad de Kirkuk –habitada hoy por una mayoría árabe pero que históricamente ha sido la capital de Kurdistán– y al reparto de los beneficios de los pozos de petróleo de la región.

Todo este confuso panorama se completa con las apelaciones de ONG y grupos de defensa de los DD.HH para que la heteróclita coalición de asaltantes permita la apertura de corredores humanitarios que permitan a los civiles huir de la guerra.

Habida cuenta de que los suníes de la provincia de Ninive no van a huir hacia Kurdistán, y menos hacia el sur en manos de Bagdad, su única salida es precisamente el oeste y al final, Siria.

Y no solo porque esa franja está en manos del ISIS, sino porque para ellos la frontera entre Irak y Siria es puro artificio dibujado con regla y cartabón por los imperios europeos a principios del siglo pasado.

El problema es que si dejas salir a los civiles corres el riesgo de que se infiltren yihadistas.

Ocurre con las ONG un poco lo que pasa con la izquierda mundial, inmersa en la contradicción entre bendecir el bombardeo contra los islamofascistas del ISIS y criticar las consecuencias humanitarias de la guerra. Y es que, a lo que se ve, las divergencias no se circunscriben a los agentes que participan en el asalto a Mosul