Andrés Krakenberger
Activista de derechos humanos
KOLABORAZIOA

Imagínate…

Imagínate que estás en un mundo en el que se te recuerda constantemente que eres de segunda, en el que necesitas tutela constante. Donde a las políticas se les llama por el nombre de pila y a los políticos por el apellido. Donde, en los bares, la bebida fuerte siempre es para él. Donde, si una mujer liga con muchos hombres es una puta, y si un hombre liga con muchas mujeres es un ligón –o un machote–. Donde, siendo hombre, hacer algo como una mujer merece el insulto de «nenaza». Donde lo bueno es «cojonudo» y lo malo es un «coñazo». Me dirás que son anécdotas. Si por anécdotas entendemos hechos aislados, no lo son…

Imagínate ser mujer en un mundo en el que los periódicos deportivos titulan que dos futbolistas «se ven envueltos en un escándalo» cuando alguien sube a las redes sociales un vídeo (que ellos tuvieron que compartir) con ellos practicando sexo con una mujer que en ningún momento consintió que esas imágenes fueran difundidas. Como si la mujer en cuestión no tuviera la más mínima relevancia, y menos aún su derecho a la intimidad. Y más aún, mira la reacción ante la denuncia de la mujer: un estadio lleno –en su mayoría de hombres– jaleando a los dos jugadores.

Piensa que eres mujer en un mundo en el que solo 49 mujeres han sido galardonadas con el Premio Nobel frente a 832 hombres; un mundo en el que a una mujer le llueven insultos y amenazas por señalar en twitter que este año tampoco hay mujeres entre los premiados. Seguro que, a quienes realizaron tales insultos y amenazas, les parece una barbaridad la Sharia, que decreta la lapidación de mujeres por tener hijos fuera del matrimonio. O puede que no, igual a alguno hasta le parecerá bien en su fuero interno.

Imagina que eres una niña en un mundo en el que son recientes sentencias que dan a entender que una mujer estuvo bien violada por ir con una provocadora minifalda, y en el que todavía te pueden sentenciar como niña a vivir con tu padre a pesar de mediar informes psicológicos de maltrato, porque un poco de disciplina no puede ser considerada maltrato. Ah, y ¡ni se te ocurra pasar la frontera entre chicos y chicas! Que por querer recoger una pelota y dársela a un profesor en el patio de recreo pueden pensar que quieres jugar al fútbol y se te pueden echar encima una docena de chicos y propinarte una paliza a base de patadas y golpes que te volverá a recordar tu lugar en el mundo. Por cierto, el patio en muchos casos es para ellos, que son los que dan patadas al balón. Y si, a pesar de todo, insistes en ser un marimacho y jugar al fútbol, y además lo haces bien, recuerda que para ti no hay paseos en gabarra que valgan. No es ese tu sitio en el mundo de los hombres.

Eres mujer en un mundo en el que instalar en el ordenador un programa, colgar un cuadro o abrir un tarro son tareas que hacen los hombres, a pesar de que en estos casos la fuerza no es determinante; y en el que preparar la comida es tarea de las mujeres, excepto si hablamos de alta gastronomía que, por arte de magia, se convierte en tarea de hombres.

Eres mujer en un mundo en el que, a raíz de estos comportamientos, las mujeres son ciudadanas de segunda si llegan a puestos de responsabilidad, y, en caso contrario, quedan relegadas a la tercera, cuarta o quinta posición. Hace poco leí que, de todos los puestos directivos que existen en el mundo, solo el 23% es ocupado por mujeres. Y eso que desde 2012 ha habido un salto del 5% de incremento. Eso sí, con poquísimas excepciones, ellas ganan casi siempre menos por el mismo trabajo que un hombre. De hecho, en nuestro entorno inmediato no solo perciben menores retribuciones, sino que han perdido espacio en los staff directivos de nuestras empresas. Según un reciente informe, con números actualizados a enero de 2013, en cinco años la presencia de mujeres directivas se redujo a la mitad. Efectos «colaterales» de la crisis, como tantos otros... Plantéate lo que es ser mujer en un mundo donde eres la última para todo, salvo en las crisis, donde eres la primera de las afectadas.

Cuando se denuncia un delito, se investiga. Sin embargo, si una mujer denuncia una agresión machista por su pareja, la investigación, básicamente, la tiene que poner ella, que tiene que poner las pruebas si no quiere que por la propia naturaleza del delito su denuncia no acabe en un sobreseimiento.

Al leer estas líneas, habrá quien, en su fuero interno, pensará como Trump: que así son las cosas, que aquí mandamos nosotros (así, en masculino), y que, dado el caso, le toco el culo o la mato porque es mía. Estarán quienes piensan que, visto lo visto, tienen suerte de no ser mujeres; así que, que se preocupen y se ocupen ellas, que son las que lo sufren. Habrá también quien diga que eso no pasa en sus casas, que las mujeres de su familia son tratadas con dignidad y respeto, que estos problemas no tienen nada que ver con ellos, y así se conforman. Tal vez alguno se pregunte qué hace un activista de derechos humanos metiéndose a feminista… sin preguntarse si acaso no me estoy fijando en los derechos de un poco más de la mitad de la población. El caso es que, a unos cuantos nos avergüenza y nos subleva ser hombres en un mundo así, tan desequilibrado e injusto, e intenta- mos cambiarlo; herramientas y posibilidades para dar la vuelta a la situación no faltan.

Y tú ¿en qué grupo te sitúas?