Curro VELÁZQUEZ-GAZTELU
BILBO
Elkarrizketa
ROCÍO MOLINA
BAILAORA

«La libertad hace grande al flamenco»

Rocío Molina acturá el miércoles en el Festival Dantzaldia, en la Sala BBK. Baila por una necesidad vital que le nace de lo más profundo de su ser. Bailar y aportar nuevos lenguajes no está al alcance de todos, aún menos si se lanza de manera sincera. La Pina Bausch del flamenco se atreve con legitimidad, coherencia y personalidad a indagar en territorios aún no conquistados por el flamenco.

La imagen de la propuesta que ofrecerá en Bilbo no ha dejado indiferente a nadie. «No la ha entendido un sector porque no han visto la obra, ya que va en relación. Es la producción más arriesgada y provocadora de mi carrera. Veremos a una Rocío entregada al límite, como siempre, pero esta vez, más allá y a una Rocío Molina más mujer que nunca, más madura, como manda la propia vida, ¿verdad?», nos cuenta.

¿Cuál es la línea que une o separa el flamenco más ortodoxo del más contemporáneo?

La libertad de expresión es algo que une a ambos. Lo que separa es esa mentalidad de pensar que el flamenco tiene una forma única de hacerse. El flamenco es un arte ilimitado y como tal no debemos de acotarlo.

Un sector del flamenco opina que estas nuevas formas, con tintes de vanguardia, no debería llamarse «flamenco».

No creo que lo más adecuado sea llamarlo a uno “flamenco antiguo” y a otro “flamenco vanguardista”, por poner un ejemplo. Lo que hoy en día se hace es flamenco en mayúsculas y con todas las letras. No es bueno empezar a encasillar y a etiquetar. Hay que entender que el flamenco tiene muchas formas de entenderse y ejecutarse. En el flamenco va intrínseca esa libertad y esa diferencia, que es lo que lo hace único y grande.

En países tan dispares como Francia, Japón o Chile, su baile está mejor considerado que en el propio entorno donde surgió el flamenco.

En estos países hay una gran educación cultural y el público sabe mirar desde varias perspectivas, por lo que están a la vez más abierta de mente. Si a nuestro alrededor tuviéramos más acceso a la cultura y al arte, entenderíamos más.

¿Cree que en el flamenco existe aún sectores con reminiscencias retrógradas?

Siempre hay cierta resistencia y en parte es lógico. Si piensas en toda la creación del pasado en el flamenco lo podría entender. Precisamente, el flamenco que escucho en casa es clásico. En pasadas épocas muchos flamencos fueron rechazados por incomprendidos. Hay que entender cómo se expresaban entonces, por lo que no puede ser de ninguna forma igual a cómo se hace en la actualidad, ya que las vivencias son otras. Hay que entender que los tiempos han cambiado, las voces han cambiado, las necesidades, el fondo del por qué se hace flamenco, etcétera. Por eso hay que comprender que lo de hoy es diferente a lo de antes, aún teniendo ambas mucha calidad artística y un nexo que les une.

¿Cómo cree que con el paso del tiempo y ya con cierta perspectiva se verá esta época presente que está viviendo el flamenco y en concreto con el baile? ¿De que forma se tratará?

Quizás nos agradezca la gente joven lo que hoy en día se está haciendo, la libertad con la que hemos bailado mis coetáneos y yo. Si hemos aportado a que la gente de un futuro baile de una manera sin prejuicios y abierta, creo que algo habremos conseguido.

¿Dónde se siente Rocío Molina más cómoda?

Para mí la creación y el baile van en paralelo y necesito de las dos para ser yo misma. Pero con lo que yo sueño es con esa capacidad de poder crear con un grupo de gente que me transmita confianza, con músicos de primer nivel, con un equipo que te ayude a realizar lo que tienes en mente. Al fin y al cabo bailar, que es lo que más deseo.

En la Bienal de Flamenco propuso una acción que trajo cola: «Bailar hasta la extenuación», siendo un éxito rotundo de crítica y público y en la que estuvo cuatro horas haciendo partícipe al respetable de su baile. ¿Cuál es su balance, cómo la enriqueció?

De la forma que más me enriqueció a mí y al elenco de artistas que me acompañó, fue la experiencia a nivel individual y grupal que nos llevamos con nosotros mismos, porque fue arte de una manera muy generosa, acompañándonos los unos a los otros, dándolo todo. Luego, el proceso también fue muy bonito, porque la finalidad no era la de ensayar para poder mostrar luego la pieza. La finalidad fue, a través de la ilusión, la de poder explicarle y transmitirle al público eso que llevamos dentro.

El año pasado bailó en una improvisación en la Alhóndiga bilbaina con la bertsolari Iratxe Ibarra. ¿Qué sensación le produjo el encontrarse con la tradición vasca?

Al principio fue algo extraño, la verdad, ya que intentas pillar la rítmica de los bertsos, agarrándote a algo que yo ya conociese de antemano. Enseguida me di cuenta de que era algo muy rítmico y de momento vi que ese era el camino para entenderse. Ya que, claro, yo no entendía lo que decía la bertsolari (risas). Fue una muy buena experiencia, fue como bailar algo atávico y ancestral.