Mikel ZUBIMENDI
DONOSTIA
Elkarrizketa
SERGE MÉNARD
EXMINISTRO DE SEGURIDAD PÚBLICA DE QUEBEC

«Los referéndums, como el alcohol, se deben consumir con mucha moderación»

Nacido en Montreal en 1951, este veterano militante de la causa «québécois» es un gran impulsor del soberanismo, con una carrera política respetada y de prestigio. Abogado comprometido con los derechos civiles desde su juventud, exministro, exparlamentario durante tres mandatos, analiza la realidad y el futuro de su país.

Serge Ménard es una figura de prestigio y respetada en Quebec. Su currículum es vasto y su experiencia abarca desde el ejercicio de la abogacía en defensa de militantes armados del FLQ (Front de Libération du Québec) hasta funciones de ministro en materias como Seguridad Pública o Justicia. Militante del PQ (Parti Québécois) desde hace décadas, elegido parlamentario de Quebec durante tres legislaturas seguidas, diputado por la minoría québécois en el Parlamento federal de Otawa, este «pequista», educado por los jesuitas, es una de las voces más influyentes e interesantes de su país.

Ménard ha visitado recientemente Euskal Herria de la mano de EH Bildu. Su experiencia como ministro de Seguridad Pública, su compromiso con los derechos civiles y su particular visión de lo que debe ser la labor policial son una referencia en el diálogo sobre modelos policiales que compartió con sus «amigos vascos», con los que tuvo oportunidad de disfrutar de «este maravillo país».

A sus 75 años habla suelto, rebosando buen humor y sin esquivar ninguna cuestión. Desde el futuro del soberanismo en Quebec, a las implicaciones de la reciente victoria de Trump en el país vecino; desde el debate sobre modelo policial hasta la realidad canadiense, nada le es ajeno a este veterano líder québécois. Pausado y reflexivo, reconoce que «no me gusta que me definan como un idealista porque la gente tiende a pensar que los idealistas son extremistas. El ideal, para mi, reside en ser equilibrado, honesto, no mentir, ser franco y servir al interés común».

Para romper el hielo iniciamos la entrevista comentándole cómo, para la causa de la independencia nacional de pueblos como el nuestro, mirar a Quebec implicaba en cierta medida un ejercicio de envidia por disponer de una fórmula civilizada de divorcio entre países. Y seguido le preguntamos cuál es la situación del independentismo en Quebec.

División y lengua

«Tuvimos nuestra oportunidad de oro y el ‘sí’ a la independencia se quedó a menos de 60.000 votos del ‘no’. Estuvimos muy, muy cerca. Por desgracia, ahora, el Parti Québécois (PQ), que era el único que portaba la causa de la soberanía, se ha dividido y ha emergido Québec Solidaire, que tiene un 10% de los votos: un 10% menos para el PQ. Si consiguiéramos compactar ese espacio e ir todos juntos tras un solo candidato, creo que el soberanismo, con una formulación que desborde zonas de confort y renueve recetarios, alcanzará el poder».

Particularmente interesado en el tema de la lengua, el veterano líder québécois no pierde la ocasión para traerla a colación. «Te puedo asegurar que en Quebec los anglófonos son mucho más bilingües de lo que eran antes. Aprecian la riqueza de la lengua, las ventajas de ser bilingüe, cómo nos hace ser únicos, ser lo que somos en el Norte de América. En Canadá el bilingüismo es teórico, hay pequeños islotes que llegan hasta la Columbia Británica, en los que se obliga a aprender el francés, pero luego practicarlo es otra cosa, se pierde».

Y prosigue recordando a su gran amigo y mentor del federalismo canadiense, Pierre Trudeau. «El federalismo que soñó Pierre –padre del primer ministro actual, Justin Trudeau–, no funciona. Lo conocí bien, apreciaba su capacidad intelectual, fue un hombre de progreso y puso buena fe en su afán federalista. En su lógica quería que Canadá fuera un estado bilingüe real, funcional, quería que la radio pública de Canadá emitiera en francés en la Columbia, que las televisiones de Otawa hicieran lo mismo. Pero la realidad es la que es: fuera de Quebec, la sociedad vive en inglés».

Preguntamos por su visión de futuro para la causa de un Quebec libre. Arranca confesando un disgusto que se nota que le duele. «Mi mayor decepción fue cuando el soberanismo se separó en dos. Entre los francófonos tenemos la mayoría, pero demasiados anglófonos apuestan por los liberales. Luego está la cuestión de los referéndums, que está muy idealizado, pero son una fase a pasar muy dolorosa. Las discusiones ‘por’ o ‘contra’ se convierten a menudo en hirientes. Como sociedad, son momentos que no nos podemos permitir muy a menudo». Y, entre risas, prosigue: «se deben consumir, como el alcohol, con mucha moderación».

«¡Pero la política va tan rápido!», exclama seguido. «En cualquier momento puede presentarse otra nueva oportunidad. Observo un descontento en Quebec que va fermentando en ese sentido». Y deja fijada su posición con una confesión: «yo no detesto a Canadá, ni a los canadienses. Es un buen país, un gran país, avanzado socialmente. Lo que detestó es la Constitución de Canadá y quiero cambiarla para que podamos ser dos pueblos iguales».

«Espantoso» triunfo de Trump

No perdemos la ocasión para comentar con Ménard cómo se ha visto desde Quebec la victoria de Donald Trump en el país vecino; para conocer cómo vivieron sus constantes insultos a Canadá y a su modelo, si son ciertas las informaciones sobre la llegada de estadounidenses al país como consecuencia del triunfo del multimillonario de Queens. «Pienso, como la gran mayoría de los canadienses, que es un desastre. No solo por el personaje que han elegido, sino por la forma en la que lo han hecho: con la mentira en serie, la toxicidad del lenguaje, las propuestas descabelladas, una campaña espantosa. Trump es un hombre super ambicioso, ha llegado a la cima a la que quería llegar, pero quiero pensar que es una persona lo suficientemente inteligente como para saber que muchas de las cosas que ha dicho no son ciertas y no pueden materializarse».

Entre signos de contrariedad, dice apesadumbrado que «me viene a la mente esa observación de Voltaire: ‘mentir, mentir, que siempre quedará algo’. Y Trump ha mentido tanto y de manera tan descarada que finalmente ha ganado, explotando al máximo el resentimiento. En Quebec decimos a menudo que un 90% de nuestra gente tiene un mayor nivel de vida que el 90% de la gente en EEUU, pero si lo tomas en global, con ese 10% que está en lo alto, con esos americanos que poseen tanta riqueza, en su conjunto los americanos son más ricos que nosotros».

Dicho eso, tras una pausa, vuelve a la carga: «Quebec es un territorio que se inspira largamente del modelo europeo, particularmente del escandinavo. Hoy es más fácil criar una familia en Quebec que en EEUU, tenemos una sanidad publica, una atención pública a la infancia, guarderías públicas, difícil de gestionar, sí, pero muy potente. Trump se reía en su campaña de nuestro sistema de salud: It's a catastrophe! decía, y repetía que nosotros, y los canadienses, íbamos a los médicos a EEUU. Y sí, es cierto, la medicina americana es para mí la más avanzada del mundo en enfermedades raras, en tratamientos vanguardistas… son los mejores. Pero ¿a qué precio? ¿Quién puede pagárselo?».

Reconoce que tras la victoria de Trump la inmigración de estadounidenses a Quebec no es «todavía masiva, no es nada comparable al torrente de gente que acogimos durante la guerra de Vietnam, pero sí, ya notamos una emigración de americanos que vienen a instalarse entre nosotros». Y concluye: «¡Bienvenidos sean!».

 

«En el tema del abuso policial, poco es siempre demasiado»

«Que yo haya defendido siempre los derechos públicos no implica que piense que no haya ciertas personas que deban ser condenadas a la cárcel. Siempre he tenido opiniones muy matizadas. No soy un purista en ese sentido». Tras marcar territorio, Serge Ménard prosigue en esa misma línea. «Creo que dar seguridad a la población es una función noble, difícil y, a veces, frustrante. Cuando tuve responsabilidades en Seguridad Pública, en cierta medida fue por casualidad, siempre pensé que, incluso con los delincuentes, hay que ser escrupuloso y educado; que el que siente el respeto que se merecen otros solo puede inspirar en ellos respeto para él mismo; mientras el que siente, y por consiguiente, se manifiesta irresuelto hacia los demás, solo inspirará odio contra sí mismo».

Su ideal de Policía es claro. «Para mí, la Policía debe ser un cuerpo de élite. De élite porque debe ser totalmente honesta, perfectamente respetuosa con las leyes, consagrada al contacto con la población».

Reconoce que en Canadá están muy unidos a los Principio de Peel. (Sir Robert Peel fue primer ministro del Reino Unido en el siglo XIX y desarrolló una filosofía para definir la ética de una fuerza policial. Defendía, entre otros principios, que la efectividad de la Policía no se mide por el número de arrestos sino por la ausencia de crímenes y que su autoridad debe basarse en el paradigma de la confianza y la responsabilidad).

Ménard ganó prestigio en la lucha contra las bandas criminales de moteros. Suya es también la paternidad de la organización territorial de la Policía en Quebec. Y sobre todo, se muestra orgulloso de haber instaurado un código según el cuál todo policía tiene la obligación de denunciar a cualquier compañero implicado en un delito. «En Quebec hay pocos abusos policiales censurables, pero poco es demasiado. Y no creas que eso es una invención propia, no. Está recogido en el llamado ‘código West Point’ de los marines, que establece que todo oficial tiene el deber militar de denunciar, incluso a sus superiores, si es testigo de un delito».

Ménard se destacó en la denuncia del caso de Maher Arar, canadiense de origen sirio detenido por la Policía Montada siguiendo órdenes de la CIA que fue torturado durante meses en Siria por encapuchados que se hacían pasar por agentes de Inteligencia. «Construyeron su caso diciendo que habló bajo la lluvia con un sospechoso para que su conversación no fuera grabada. Fue un escándalo. Canadá perdió lo que nunca debe perderse: la credibilidad. La autoridad moral de Canadá a la hora de defender importantes causas de derechos humanos quedó muy lastimada».