Ainara LERTXUNDI
Elkarrizketa
DELIA GIOVANOLA DE CALIFANO
FUNDADORA DE ABUELAS DE PLAZA DE MAYO

«Para mi nieto ha sido sanador saber quién es y que la familia no le dejó»

Delia Giovanola de Califano fue una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Hace algo más de un año encontró a su nieto Martín, nacido durante el cautiverio de sus padres en un centro clandestino de detención. Se acababan así 39 años de búsqueda.

El 5 de noviembre de 2015, Delia Giovanola de Califano supo al fin dónde estaba su nieto Martín, poniendo fin a una búsqueda de 39 años. Era el nieto 118 que lograban recuperar las Abuelas de Plaza de Mayo. Aquella noticia le abrió otra ventana, la del reencuentro. Enfrente no tenía al bebé que empezó a buscar, sino a un adulto que desde hace 16 años vive en Miami.

Ya ha pasado más de un año desde que se conocieron por primera vez por Skype. El 18 de diciembre de 2015, él viajó a Argentina para abrazar a su abuela, quien, pese a su avanzada edad, 90 años, no dudó en irse a Miami durante un mes. Han sido un total de cinco encuentros físicos, aunque la comunicación es diaria. «A veces hablamos durante horas por teléfono. Es un chico excelente, cariñoso, el nieto que siempre ansié tener. ¡Qué te puedo decir yo!», exclama Giovanola de Califano, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, al inicio de la entrevista con GARA.

Al igual que en la conversación mantenida hace algo más de un año tras hacerse pública la aparición de Martín, se muestra abierta, sincera y cercana pese a la distancia física.

Su voz se entrecorta al recordar a su otra nieta, Virginia, quien en agosto de 2011 se suicidó víctima de una fuerte depresión. Desde los 18 años la acompañó en la búsqueda de Martín.

Virginia tenía solo tres años cuando el 16 de octubre de 1976, en plena dictadura cívico-militar, secuestraron a sus padres, Jorge Oscar Ogando y Stella Maris Montesano, abogada y embarazada de ocho meses y medio. Los militares dejaron a la pequeña sola en su cuna.

Martín nació en el centro clandestino de detención conocido como Pozo de Banfield, en la provincia de Buenos Aires. Como a cada nieto que logran recuperar, las Abuelas le entregaron la «caja de la memoria», en cuyo interior se atesoran objetos, fotografías, cartas, testimonios de compañeros, ya fuera de militancia o de trabajo de sus padres... un pequeño baúl de recuerdos que hace de puente entre el pasado y el presente, entre el horror y la esperanza.

Lo primero que hizo Delia al enterarse del hallazgo de Martín fue ir al cementerio para decirle a Virginia: «Misión cumplida».

¿Cómo recuerda la primera vez que se encontró con Martín?

El 30 de marzo de 2015 se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo porque sospechaba que podría ser hijo de desaparecidos. El 5 de noviembre nos comunicaron el resultado del análisis genético. Primero me lo dijeron a mí, y luego a él. Desde entonces la comunicación ha sido diaria. El 18 de diciembre vino a Argentina. Lo esperé en mi domicilio porque su vuelo llegaba de madrugada. Fue un encuentro muy fuerte y cómico, al mismo tiempo. Cuando me llamó desde el aeropuerto, me dijo que desayunaría conmigo y ¡llegó a las 14.00! Cuando tocó el timbre, le hice un gesto de desaprobación mostrándole con el dedo el reloj; simulé que me daba la media vuelta enfadada porque había llegado tarde. Nos reímos muchísimo porque, imagínate, después de 39 años de espera... Fue una forma de romper la emoción del encuentro. Cada vez que lo recordamos, lo hacemos con una sonrisa.

Él se lamenta mucho por no haberse presentado antes en Abuelas; le hubiera encantado tener una hermana, haber conocido a Virginia. Esa es la parte que más le duele. En lo que respecta a mí, quisiera estirar la vida para disfrutarlo; no quiero convertirme en una carga. Aunque intente disimularlos, los achaques están ahí. Pronto cumpliré 91 años y por más que quiera ser una abuela moderna, no puedo evitar tener los años que tengo. Siento miedo a defraudarlo.

¿Cómo llegó Martín a la conclusión de que podría ser hijo de desaparecidos y decide dar el paso de acercarse a Abuelas?

Él fue comprado por un matrimonio que no podía tener hijos, sin vínculo alguno con la dictadura, y siempre le dijeron que era adoptado. Fue criado con mucho amor, de lo cual me siento agradecida porque pienso que Martín es la persona que es por esa crianza. Dice que fue un chico feliz.

A medida que fue creciendo, el padre le dijo que podía ser hijo de desaparecidos y le abrió la puerta a buscar su identidad.

Por eso él se arrepiente de no haber buscado antes, porque sabía de la condena a la que podrían exponerse, así que mientras el padre estuvo vivo no inició la búsqueda. Este, gravemente enfermó, falleció el 30 de marzo de 2015. En cuanto le entregaron sus cenizas en el crematorio, se fue directamente a Abuelas.

La extracción se sangre se realizó en el Consulado argentino de Miami. La muestra fue enviada vía diplomática al Banco Nacional de Datos Genéticos, donde se guarda la sangre de su hermana Virginia y de su abuela materna, así como la del resto de familiares que buscan a menores apropiados. El resultado llegó en diciembre. Él temía que no fuera hijos de desaparecidos porque cuando le hicieron la extracción, le dijeron que los resultados estarían en tres meses. Pero por esa época el Banco Nacional de Sangre cambió de ubicación, lo que retrasó el proceso. Empezó a preguntarse cómo iba a buscar su identidad si no era hijo de desaparecidos. Aquel resultado y saber que su familia jamás lo había abandonado y que lo quisimos, le dio una gran paz interior. Siempre me recalca: ‘Abuela, vos me buscaste durante 39 años’. Ayer –día anterior a hacer esta entrevista– recibí un whatsapp en el que me decía: «Cada día estoy más feliz de haberte encontrado».

A casi 41 años del golpe de Estado, aún siguen vivas las secuelas de la represión, de la desaparición forzada y de la tortura. Desde la victoria de Mauricio Macri ha habido un retroceso en políticas de derechos humanos y recuperación de la memoria histórica y a nivel judicial. ¿Cómo afronta el contexto social y político actual y el hecho de que el propio presidente pusiera en duda la cifra de 30.000 desaparecidos?

Con mucha tristeza y temor. Siempre hemos recalcado la idea de «nunca más». No podemos olvidar lo que ocurrió y pretender hacerlo me parece tremendo. Siento mucha indignación porque cada cuestionamiento a las madres, abuelas o juicios es una burla a 40 años de dolor. Yo tuve dos familiares desaparecidos, mi hijo y mi nuera, y siguen desaparecidos porque sus cuerpos no han aparecido. Y su desaparición fue una de las causas del suicidio de mi nieta, que era madre de dos hijos. Es algo que se ha trasladado a varias generaciones. Yo he encontrado a mi nieto, pero no por ello se han solucionado los problemas, aún nos faltan entre 300 y 350 nietos y nietas. La nuestra ha sido una búsqueda sin agresiones, pacífica. Un periódico llegó a publicar que las Abuelas habíamos mantenido en secreto el hallazgo de Martín para hacerlo coincidir con las elecciones, como si todo hubiera sido una maniobra calculada y lo hubiéramos tenido escondido. Han hecho uso de todo tipo de recursos para desmerecer nuestra búsqueda. No nos merecemos lo que estamos viviendo.

¿Qué les diría a quienes todavía no se atreven a dar el paso de acercarse a Abuelas, en parte por el vínculo emocional forjado durante tantos años con sus padres de crianza?

Las Abuelas somos conscientes del laberinto que ello supone porque lo hemos visto en los últimos nietos recuperados ya en edad adulta. Están muy aferrados a esos padres, que los criaron con amor, como fue el caso de Martín o Diego y de otros nietos. No tuvieron ninguna vinculación con los militares, no fueron represores ni torturadores. Entonces surge ese deseo de querer proteger a la familia que los crió y les dio amor, porque como te digo, no todo fue tortura y muerte. Ese es uno de los motivos por los cuales aún nos faltan tantos. Martín se siente muy agradecido; no solo lo demuestra con palabras sino también con hechos.

Juntos fuimos a darle las gracias al cónsul argentino en Miami. En febrero del año pasado, viajó a Argentina para festejar conmigo mis 90 años. Yo no sabía que estaba en el país. Se presentó escondido en una caja de cartón del tamaño de un frigorífico con un lazo, como si fuera un regalo de cumpleaños.

Cada martes, hay un programa radio para que los nietos envíen saludos a las abuelas. Hará tres o cuatro meses, llamó desde Miami para saludarme en directo sin avisarme previamente. No podía dejar de llorar. También me acompañó a la presentación del libro autobiográfico que escribió una sobrina, “Delia Cecilia Giovanola, la lucha que la parió”, y ¡tomó la palabra para contar su historia! Él mismo aconseja a quienes tengan dudas que se acerquen a Abuelas y busquen su identidad porque saber quién eres y que tu familia no te abandonó es un proceso sanador que te aporta tranquilidad.

Personalmente, a los jóvenes que nos suceden les diría que cuiden la democracia como un bien supremo. Veo muy negro el pesente. Si se equivocaron al votar, habrá una segunda vez para pensar mejor cómo se vota.

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El mayor deseo de Delia Giovanola es poder disfrutar de su nieto el mayor tiempo posible. «¡Quisiera mantenerme en buena forma! Pero, no puedo dejar de pensar que tengo 90 años».

El 5 diciembre fue el cumpleaños de Martín. «Esa es la fecha en la que nació. Yo le pregunté cuándo pensaba celebrarlo, si ese día o el que figura oficialmente en el registro civil. Me contestó que le daba igual. Le regalé el billete para que viniera a Argentina. Llegó el 1 de diciembre e hicimos una celebración íntima con su hermana de crianza. Luego me acompañó al Chaco, donde me habían invitado a dar una conferencia. Él se prestó con gusto. Disfrutamos muchísimo. ¡Quién me iba a decir que a mis 90 años iba a estar haciendo aventuras propias de juventud! ¡Yo, manejando una lancha por el Paraná!».