Patxi IRURZUN
IRUÑEA

Cuando la pantalla en blanco de Baluarte se convirtió en frontón

El miércoles Punto de Vista dedicó una sesión especial a las películas de Jørgen Leth y Olatz González Abrisketa, «Pelota» y «Pelota II». Estuvieron presentes algunos protagonistas y entre ambos, un cronista.

Yo iba a escribir, en realidad, otra película (o sobre otra película, o sobre otras películas), pero esto es Punto de Vista, donde la excepción, la heterodoxia es la norma; un festival que puede programar una sesión de un cineasta sin cine o convertir la pantalla en blanco de un cine en la pared de un frontón. Y sin pretenderlo, por pura casualidad, los duendes del festival propiciaron que de repente me encontrara sentado en la sala al lado de dos de los protagonistas principales de sendos documentales que ayer se proyectaron en la sesión especial dedicada a la pelota vasca: los pelotaris Panpi Ladutxe (a mi izquierda, y que aparece tanto en “Pelota”, la película de 1982 del danés Jørgen Leth, como en “Pelota II”),) y Juan Martínez de Irujo (en la butaca anterior, y a quien la cámara sigue en esta segunda película, en la que el director danés vuelve en 2015 sobre sus pasos de la mano de la antropóloga Olatz González Abrisketa).

¿Cómo escribir entonces, una crónica al uso, si los protagonistas de la película que estás viendo están a la vez sentados a tu lado? ¿Cómo hacerlo cuando aparece en pantalla Panpi entonando una canción, en su trinquete familiar de Ascain, y al mismo tiempo lo oyes tararearla junto a ti? ¿Cómo cuando las imágenes lo proyectan jugando un partido y al estrellar una pelota en la chapa se lamenta entre dientes: «¡Ahí tenía tanto a la derecha!»?... Ha sido la primera vez que no me ha molestado que alguien hablara en el cine. Y Martínez de Irujo y Ladutxe hablaron mucho, entre ellos: «¿Juan, tú las guardas?», le pregunta cuando en pantalla aparece la colección de pelotas usadas en las finales ganadas por Retegui II, «Algunas», contesta el de Ibero; «¡Esas son mis manos!», cuando en pantalla aparece alguno de los dos curándoselas, o poniéndose los tacos… Manos. En “Pelota” y “Pelota II” salen muchas manos. Manos, con dedos quebrados y blancos, manos hinchadas; manos de pelotaris, pero también de corredores de apuestas o de fabricantes de pelotas, engomándolas, cosiéndolas… «Cada pelota es única», repite varias veces la voz en off en ambos documentales, y vemos las manos del artesano colocando el caucho, que previamente ha extendido sobre papel de periódicos. Cada pelota lleva pues, en su núcleo, restos de tinta de las noticias del año en que se fabricó. Cada pelota tiene su historia y su voz, y vemos a pelotaris, seleccionadores de material, botándolas, escuchando qué les dicen…

“Pelota” y “Pelota II” tienen la enorme virtud de convertir la pelota, más allá del puro ámbito deportivo, en una metáfora o un espejo de la personalidad de un pueblo y de su cultura, de lo que es y por qué lo es (preciosas las imágenes de “Pelota II”, con pelotaris profesionales jugando al puntero en un frontón de Leitza, con niños del pueblo), o de lo que ese pueblo anhela o puede ser (no menos emocionantes, las de Irujo y Oinatz Bengoetxea, rivales en la cancha, compartiendo vestuario y charlando amigablemente, mientras se quitan los esparadrapos que protegen heridas enquistadas golpe a golpe, durante años).

Los dioses pequeños de la casualidad y del cine de no ficción, en definitiva, propiciaron el miércoles a este cronista una oportunidad única, es cierto, pero también lo es que cualquiera que hubiera visto ayer estas dos magníficas películas seguramente también pudo sentir esa sensación inigualable, cuando el cine traspasa la pantalla.