Beñat ZALDUA
PERIODISMO PERSEGUIDO

México, un paso más lejos del futuro tras la ejecución de Javier Valdez

Corresponsal de «La Jornada», medio asociado a GARA, fundador de «Ríodoce» y autor de numerosos libros sobre el narcotráfico, Javier Valdez Cárdenas fue abatido a tiros el lunes en Culiacán, Sinaloa. Es el sexto periodista ejecutado este año en México, el segundo país del mundo con más muertes violentas (23.000), solo detrás de Siria.

México, 12 de mayo de 2017. Un día escogido al azar, podría ser cualquier otro. El periódico da cuenta de la muerte violenta de la activista por los Derechos Humanos Míriam Rodríguez, abandonada a su suerte por las instituciones. También de la negativa del Senado a recibir a los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa; recoge las reacciones a la publicación de un vídeo en el que un soldado ejecuta a un civil tras unos disturbios en Puebla; en otra página se da cuenta de que «la delincuencia organizada ha reclutado a 30.000 jóvenes» y, un poco más adelante, una nota recoge una denuncia de la Iglesia, que critica que México tenga uno de los salarios más bajos de toda la región. 12 de mayo, un día como otro cualquiera en México.

Por las mismas fechas, Javier Valdez Cárdenas, periodista, corresponsal de “La Jornada” en el estado de Sinaloa, fundador de “Ríodoce”, autor de numerosos libros sobre el narcotráfico y ganador de importantes premios periodísticos, preparaba junto a la dirección del periódico y el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) una estancia en una ciudad extranjera, visto que el nivel de las amenazas recibidas en las últimas semanas ha aumentado de calibre. En vano. «Los gatilleros le ganaron la partida», escribió ayer Blanche Petrich, compañera de Valdez en las páginas de “La Jornada”, en una de las líneas de la noticia que nunca querría haber escrito: varios encapuchados mataron el pasado lunes a Valdez tras descerrajarle 12 tiros en las inmediaciones de la redacción de “Ríodoce”.

Ocurrió en Culiacán, Estado de Sinaloa, donde Valdez nació, creció y se hizo cronista de una realidad marcada a fuego por el narcotráfico. En la ciudad también deja esposa y dos hijos.

Contar la vida entre la muerte

«No solamente nos duele el alma, es que nos hace sentir amputados; son pérdidas irreparables, mirar hacia adelante en estos momentos es muy difícil», explica a GARA la misma Petrich a través del teléfono. «Era un periodista de esos que ya no hay muchos, que se hacen en la calle y en la lidia diaria, en una ciudad muy dura y fascinante. Y lejos de ser un tipo iracundo, enojado, amaba la vida», sigue.

Coincide Luis Hernández, responsable de la sección de Opinión de “La Jornada”: «El narcotráfico es en Sinaloa una forma de vida. Javier nace allí, y como periodista no puede escapar al reto de contar». No lo hace con un simple recuento diario de víctimas, sino que se dedica a poner rostros, «a explicar la historia de los muchachos que quieren convertirse en sicarios, de las mujeres que empiezan de amantes y acaban siendo actores centrales, de las mesas de redacción invadidas por el narco», sigue Hernández, que no puede definir mejor la labor de Valdez Cárdenas: «Lo que hace es contar la vida en ese mundo de muerte».

Es barato matar periodistas

Valdez conocía como pocos, según coinciden sus compañeros de redacción, el cambiante e invisible filo que separa lo que se puede contar de lo que no. La llamada «guerra contra el narco», degenerada en muchas ocasiones en «guerra entre narcos» –lo cual incluye también a instituciones– movió peligrosamente de sitio el filo. De ahí que «después de años de resistirse a la posibilidad de marcharse por un tiempo, dijo ‘ok, nos vamos’... pero lo mataron antes», narra Petrich, para quien el meollo del drama se sitúa en el «desamparo» en el que se encuentran periodistas y sociedad. 126 periodistas –seis de ellos en lo que va de año– ejecutados en tres lustros y apenas alguna sentencia condenatoria de calado dan cuenta de ello. «Mientras exista esta impunidad es que hay luz verde para seguir matando periodistas en México», zanja.

Hernández recuerda, al respecto, que no hace ni dos meses que la corresponsal de “La Jornada” en Chihuahua, Miroslava Breach, fue igualmente abatida a tiros, y que hace apenas cuatro días, siete periodistas –entre ellos un periodista y un fotógrafo colaborador del diario– fueron asaltados en Guerrero «a tan solo un kilómetro de un retén militar». «Pudieron haber perdido la vida fácilmente; es muy barato matar periodistas en México», añade.

Solo por detrás de Siria

Que México se haya convertido en «un cementerio de periodistas», según denunció ayer la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos, no es casual. No es más que un cementerio erigido sobre una colosal fosa común. Según las cifras del International Institute for Strategic Studies (IISS) –reconocido observatorio sobre conflictos armados–, 23.000 personas fueron ejecutadas en 2016. Una cifra que lo sitúa como el segundo país con más muertes violentas, solo por detrás de Siria. Es decir, por delante de Afganistán, Irak o Yemen.

Así lo recogió el IISS en el Informe sobre Conflictos Armados que publica anualmente. Un estudio que vio la luz la semana pasada y que generó la crítica airada del propio Gobierno mexicano. El IISS no solo se ha mantenido firme, sino que ha advertido: 2017 está siendo peor. Solo en el primer trimestre 5.799 personas perdieron la vida de forma violenta –con 2.020 ejecuciones, marzo fue el mes más violento del que se tiene constancia–.

Además, el IISS no da rodeos a la hora de señalar causas y culpables. El responsable del Instituto en la región, Antonio Sampaio, apuntó el pasado 9 de mayo que, además de la debilidad de las instituciones y el insuficiente desarrollo socioeconómico, el aumento de la violencia registrado está estrechamente relacionado con la «militarización» de la llamada guerra contra el narco, así como la «perversa corrupción que se concentra en México».