Carlos GIL
Analista cultural

La niebla que camufla la impostura cultural

Tras cada acción positiva viene un reguero de sospechas. La gestión cultural empieza a ser un mero acto administrativo, una utilización arbitraria de recursos económicos sin ninguna previsión cultural previa. Todo adquirido por catálogo o en esos supermercados de rebajas donde se amontonan espectáculos, libros o concursantes de artes decorativas que en ocasiones se atreven a llamar arte para resumir, por costumbre, por alienación. La excelencia es una diatriba, una entelequia, un reclamo que al venir de un pensamiento mágico cualquiera puede parodiarlo.

Escribo desde la más luminosa niebla de una reflexión subrogada que me lanza al precipicio de lo banal. Estoy condenado por mi flojera ideológica a sustentar de manera cómplice teorías inexistentes que aventuran la posibilidad de lograr una cultura democrática, al alcance de todos, de calidad y sostenible. Los tercos hechos me desdicen, me arrojan a los infiernos del fanatismo y de la inoperancia y mantengo fraseología caduca, retóricas ochenteras, cuando lo que de verdad vende son remedos del arte más inútil, de la intrascendencia del novecientos pero con aplicaciones informáticas. En mi niebla la belleza es una bruma intoxicadora, la palabra una máscara y la acción una reacción.

Sentado en el borde de un rascacielos de decretos y burocracias, mis pies dibujan signos de una danza ancestral que transmite mensajes transcritos en Morse.