Alvaro Reizabal
Abogado
JO PUNTUA

Aquí hay gato encerrado

No cabe duda: la dispersión es nociva hasta para la fauna. Un par de botones de muestra. Íbamos a Murcia, unos mil setecientos kilómetros de ida y vuelta, a recorrer en dos días, con las temperaturas propias de la época estival, que se truecan en heladas si el viaje es en invierno. Aún no habíamos salido de Euskal Herria, cuando nos acercamos a un peaje. Aunque llegamos despacio no pudimos evitar golpear con el parabrisas a una de las tres aves de considerable tamaño que se levantaron a nuestro paso por el carril de pago. En el coche no se apreciaba sangre, pero si restos de un liquido viscoso que no presagiaban nada bueno para la pervivencia del animal. Primer daño colateral

Todo fue con normalidad en la cárcel, y preso y familia disfrutaron de las mieles de una visita de cuarenta minutos a través de unos sucios cristales. Cuarenta y tres kilómetros por minuto de visita.

Al regreso paramos a repostar en los altos que desde Teruel llevan a Calamocha. Viene el gasolinero a echar el combustible. Rara avis en peligro de extinción, que las multinacionales prescinden de ellos obligándonos a servirnos sin descontar ni un céntimo del precio. Y, va el guripa y nos dice que tenemos un gato en el motor. Cuando uno asocia gato y coche, piensa en el de levantarlo para arreglar un pinchazo, pero la idea se reveló errónea, tan pronto como nos preguntó si no oíamos los maullidos. ¿Estaría vacilando?

Abrimos el capó y allí estaba el minino. Nadie se atrevió a meter la mano, por la temperatura del motor y por el posible ataque de la fiera, así que seguimos viaje. En Iruña no quiso bajarse, pese a ser sanfermines y llegamos a casa. Al parar maullaba a rabiar.

No se sabe si por hambre o porque donde aparcamos había un perro ladrador, lo cierto es que al día siguiente ya no estaba. Ahora vaga errante por los alrededores el espíritu del gato murciano. Segundo daño colateral.