Ahí estamos, una vez más, comiéndonos el eterno discursillo del Hollywood supuestamente más transgresor. Salir de fiesta es lo mejor que te va a pasar en esta vida. Poco importa si la farra gira en torno a un campeonato universitario de beer-pong o si consiste, mayormente, en ponerse hasta las cejas de cocaína y contratar los servicios de un gigoló. Lo fundamental es librarse a los placeres hedonistas que ofrezca la situación, por aquello de sentirse vivo... y olvidar que en realidad nos estamos muriendo por dentro.

En fin, que nos hacemos viejos y tenemos que disimularlo como haga falta. ¿Con una despedida de soltero? No, mejor con una despedida de soltera. “Una noche fuera de control” se aprovecha de la moda (es lo que es, por muy necesaria y bienvenida que sea) de las películas en que las chicas están por encima de los chicos. Así, mientras ellos disfrutan tranquilamente de una cata de vinos y quesos, ellas emprenden la conquista de Miami. De sus bares, sus discotecas y sus casas de lujo. A ritmo de música electro-pachanguera y a muchas más pulsaciones de las médicamente recomendables (cosas del deseo sexual y de las drogas duras, ya sabes).

Durante la primera media hora de película, la directora y co-guionista Lucia Aniello amenaza con hundirnos en la miseria a base de ese petardeo con el que muy peligrosamente nos podemos sentir identificados. Cuando parece que ya no quedará lugar para la esperanza, sale al rescate un giro de guion del estilo “Very Bad Things”, y entonces todo cambia. Los chistes malos y las coreografías insufribles dejan paso a un humor que más que negro, se tiñe, de la forma más cantona posible, del color que mejor se adapte a las locas circunstancias que envuelven la historia. La falta de control como principal argumento cómico. La borrachera (de conceptos, de ocurrencias, de soluciones...) como el más inestable, y aun así potente, de los cementos. Normal que las risas caigan casi sin querer. Por saturación; porque no queda otra opción.