V.E.
CÉZANNE Y YO

Pintura y escritura: Cuando Émile Zola conoció a Paul Cézanne

La historia, o el titular, va así. Émile Zola y Paul Cézanne, dos de los más grandes artistas franceses del siglo XIX, fueron compañeros de colegio, y desde aquel momento, se convirtieron en inseparables compañeros de fatigas. Escritura y pintura fueron de la mano hasta que la muerte, como suele decirse, las separó. Dicha relación es la que describe Danièle Thompson en su nueva película.

Esta directora, amiga de propuestas más comerciales, se pasa aquí a las producciones de prestigio, para un drama histórico biográfico por partida doble. Por una parte, el autor de hitos literarios de la talla de “Germinal” o “El paraíso de las damas”, y por otra, el responsable de monumentos pictóricos tales como “Los jugadores de cartas” o “Las grandes bañistas”.

Unos estándares artísticos que, como cabía esperar, no son igualados por su correspondiente reflejo cinematográfico. Y es que “Cézanne y yo” es una de estas películas a las que cuesta encontrarle puntos reprochables... Por el contrario, cuesta aún más rescatar momentos que se acerquen mínimamente a lo memorable. Se impone la corrección en todos sus aspectos. En la técnica, bien amarrada por el músculo productivo francés, y en un arte guardado por la igualmente infalible dramaturgia de dicho país. Guillaume Gallienne y Guillaume Canet se enzarzan, durante casi dos horas, en un apasionado duelo interpretativo que nos muestra las distintas facetas de la amistad. Todas ellas exacerbadas por el incontenible genio creativo de dos hombres siempre a caballo del amor y el odio más visceral. «Ojalá pintara como escribes tú», dice el del pincel... aunque el de la pluma estilográfica está pensando en lo mismo, pero con los factores invertidos. Así transcurre el film, entre una disciplina y la otra; entre la admiración y la frustración.