Ramón SOLA
LA MOVILIZACIÓN DE GIRONA

EN EL NORESTE ILUSIONADO DEL NORESTE SEDICIOSO

Es una revolución festiva, que les da vuelta a los ataques como a un calcetín. Y nada mejor que este radiante mediodía de Girona para comprobarlo. Si denuncian que las movilizaciones son «tumultuosas», pues llenan plazas. Si les llaman «sediciosos», pues lo reivindican con orgullo. «Han perdido el norte –dice la conseller Bassa–, y van a perder el noreste».

El noreste es Catalunya, «ese pequeño país que está allí en una esquina» como les explicó una vez Pep Guardiola a los periodistas de Madrid. Y en el noreste del noreste está Girona, uno de los feudos del procés, la cuna de Puigdemont. Esta mañana es un hervidero de emociones. Entre las callejas del viejo barrio judío bajan gentes de todas las edades; hay muchos niños y niñas, sí, decididamente es una revolución familiar. Por el cauce seco del Ter vienen otros cientos. Todos y todas confluyen en la Plaça del Ví, donde se ubica el Ayuntamiento, una pequeña, alargada y coqueta placeta casi de pueblo: al fin y al cabo, Girona no llega a 100.000 habitantes, la mitad que Donostia, Iruñea o Gasteiz.

El desembarco español quiere sembrar miedo, pero aquí todo rezuma ilusión. Entran primero dos gigantes y varios cabezudos, danzando sin parar y con el lema de «Democracia» en la pechera. Es el primer signo de desobediencia. Hace justo una semana una kalejira similar fue obstaculizada policialmente en Sabadell, en el primer episodio represivo ridículo, que durante la semana ha sido superado por tropelías mucho mayores.

La conseller de Trabajo del Govern, Dolors Bassa, es la primera en intervenir. «No sé si decir que esto es tumultuario –bromea parafraseando los eslóganes criminalizadores de Madrid–, pero la plaza está bien llena». Son las 11.00, pero ahí hay ya más de 3.000 personas. «Bon dia, sediciosos», saluda otro de los intervinientes, convirtiendo igualmente la acusación española en halago.

Hay preocupación, claro que sí, pero no miedo. Lo explica la conseller, gerundense de nacimiento: «Vinieron a por unos proveedores de la Generalitat y al día siguiente había más proveedores dispuestos a colaborar; vinieron a por una funcionaria y al día siguiente más de la mitad de los funcionarios estaba protestando; ahora vienen a por el Govern y les decimos ‘no tenemos miedo’. El miedo no es del siglo XXI». Cuando la plaza definitivamente estalla en aplausos es cuando Bassa concluye: «El Estado ha perdido el norte, y va a perder ahora el Noreste de la Península».

Entre las intervenciones de electos de JxSí, ERC, CUP y demás –todos aplaudidos por igual, todos del mismo equipo– se intercalan canciones que hablan de libertad, sueños, primaveras. Se leen poesías de referentes catalanes como Salvador Espriu, que algunos asistentes recitan de memoria: este es un pueblo culto, no hay más fijarse en cuántas librerías esconde Girona. Hay muchas ovaciones… y también algunos pitos. Llama la atención que cuando Benet Salellas (CUP) repasa el currículum de Diego Pérez de los Cobos, el mando encargado de reprimir el 1-O, no se silba la alusión a su cargo en la Guardia Civil pero sí a la mención de que es hermano del expresidente del Tribunal Constitucional que cepilló el Estatuto: queda muy claro que ahí empezó todo, hace siete años. Suenan pitidos también al citarse al PSC: dos de los intervinientes recuerdan que en su día militaron ahí y hoy son fervientes independentistas. Uno es Fabián Mohedano, parlamentario de Junts pel Sí, que se pregunta cómo una exministra del PSOE como María Antonia Trujillo ha llegado a tuitear esto: «Ahora a callar y obedecer, y si no, al bolsillo y prisión».

Ha pasado ya hora y media de acto, pero el tono no baja, ni el gentío. Al contrario; contamos ya más de 5.000 asistentes, porque a la plaza han llegado muchas participantes en una cursa de dones que ha hecho calzarse las zapatillas a 6.500 mujeres de Girona y alrededores.

Al día lo han bautizado «marató per la democràcia». Un joven orador ironiza con que tampoco hay que tomárselo tan en serio, convendrá guardar fuerzas. Pero todo es tan inspirador y a la vez tan festivo que casi nadie parece querer irse. Si acaso, a coger «las botas y el chubasquero», como ha pedido Bassa tras leer el tuit de la Guardia Civil que promete «tormenta».