Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
MICHEL HAZANAVICIUS
CINEASTA

«Durante mayo del 68 Francia pasó del blanco y negro al color»

Antes de lograr el Óscar al Mejor Director con «The Artist», Michel Hazanavicius (París, 1967), era ya un director de comedia muy reputado en el Estado francés. El éxito alcanzado por su anterior largometraje le ha animado a embarcarse en «Mal genio», probablemente su película más ambiciosa, donde acomete un irreverente y cáustico retrato de Jean-Luc Godard, padre espiritual del moderno cine francés.

En ocasiones, la magnitud de un árbol anula la visión del bosque. Algo así sucedió en el pasado Festival de Cannes con la agitación que siguió a la presentación de “Mal genio”, el esperado regreso a la dirección de Michel Hazanavicius tras el fenómeno global que supuso “The Artist”. Adoptar como protagonista del film a un tótem como Jean-Luc Godard hizo que la mirada de muchos analistas se centrase en el tono, aparentemente despiadado y mordaz, con el que Hazanavicius despacha a uno de los iconos del cine francés. Sin embargo, Godard es solo la excusa para hablar de un tiempo y de un país en plena efervescencia, donde la acción política pasó a estar en el centro del debate público y en los que el cine perdió su carácter lúdico para ser asumido como arma de lucha por parte de las élites intelectuales. El cineasta insiste, no obstante, en que su película es, sobre todo, una historia de amor y es que “Mal genio” adapta el libro “Un año ajetreado” de la escritora y actriz Anne Wiazemsky, fallecida hace unos días, y donde esta evocaba su convivencia con Godard durante una década.

Cuando «Mal genio» se presentó en Cannes hubo quien habló de que en su película subyacía un deseo de matar al padre pero yo no sé si, para usted, Godard representa realmente una suerte de padre cinematográfico como para tantos otros directores de su generación.

No, para nada. Ni me considero heredero directo de la Nouvelle Vague ni tengo ningún problema edípico (risas). La verdad es que Godard es un cineasta al que respeto pero nunca he sentido veneración por él, así que no puedo decir que esté entre mis influencias.

Justamente se lo preguntaba por eso, porque usted siempre se ha decantado por géneros, formatos y fórmulas de representación populares, algo de lo que Godard se alejó conscientemente justo en el período en que usted lo retrata.

Yo la verdad es que soy un cineasta abierto a todo tipo de espectadores, nunca voy a negar a nadie la posibilidad de acceder a mis películas, por eso mi primer objetivo es que el espectador no se aburra. Eso me lleva a contar historias con diferentes niveles de lectura donde tiendo a mezclar géneros y enfoques. Por ejemplo, “Mal genio” es una película que puede ser disfrutada por el espectador más cinéfilo, pues está repleta de guiños, pero también por aquel que busque disfrutar con una historia de amor que es, en esencia, lo que estoy contando en el film.

Hay un momento en la película en el que se ve a Godard despreciar la opinión de quienes han sido sus espectadores cuando le sugieren que sus mejores películas son las que hacía con Belmondo. ¿A usted la opinión del público, como creador, le guía, le alimenta, le condiciona?

¡Claro que me importa el público! Pero eso no significa que me sienta condicionado por su opinión. Cuando te dedicas a la creación es importante ser lo más honesto posible contigo mismo y no dejarte influir por la dictadura de las audiencias. Por ejemplo, antes de rodar “The Artist”, en Francia alcancé una cierta notoriedad con la saga “OSS 117”, un díptico de películas de espionaje que muchos espectadores, me consta, están esperando que convierta en trilogía. Pero yo no puedo rodar algo solo para complacer a la gente que me lo pide, me gustaría, pero me siento incapaz.

Ya que dice esto, ¿cuál fue su motivación para rodar una película como “Mal genio”?

Pues básicamente que era una historia que me permitía tocar muchas teclas. De entrada me permitía acercarme a un icono como Jean-Luc Gordard y, a través de él, a todos esos intelectuales que, en nombre de la revolución, sacrificaron y destrozaron muchas cosas alrededor suyo. Pero la película es también la crónica de una época, de unos días plenos de energía y de debate político como fueron los que precedieron y se vivieron después de mayo del 68. Al mismo tiempo esta historia también me permitía jugar con una cierta estética de representación cinematográfica. Y todo ello bajo el paraguas del humor.

¿Cree que aquellos años marcaron un punto de no retorno?

Lo cierto es que durante mayo del 68 Francia pasó del blanco y negro al color. De una mentalidad profundamente conservadora e inmovilista que podía verse incluso en cómo vestía la gente y que estaba auspiciada por el gaullismo, se pasó a un estallido de libertades que sacudió completamente a la sociedad y que tuvo su reflejo en el cine, en la música o en la moda.

¿Usted es de los que encuentra elementos en común entre lo que aconteció aquellos años y lo que pasa hoy?

A nivel de contestación social puede que, efectivamente, haya paralelismos pero el contexto es muy diferente. En aquel momento ser revolucionario tenía como finalidad echar a la derecha del poder y hacerse con el control de las instituciones. Hoy, que hemos constatado que muchos de los problemas que padecemos son sistémicos, hacer la revolución implica apostar por un cambio de paradigma político y eso te sitúa fuera de los márgenes del sistema, lo que conlleva una dificultad añadida. Además tenemos que afrontar nuevas injusticias que, por fuerza, nos tienen que llevar a nuevas formas de lucha.

En su película, al margen de Godard, aparecen como personajes muchos de los protagonistas de aquellos años. ¿Han encajado bien el retrato que usted hace de ellos?

Bueno, Godard no ha dicho nada, de lo que infiero que ni siquiera ha visto la película o si la ha visto prefiere no hacerlo público. Pero otros, como Daniel Cohn-Bendit, que fue uno de los principales líderes de mayo del 68, me han felicitado, me han dicho que es una evocación muy buena sobre todo aquel período.

 

Usted presentó la película en Cannes, que es territorio Godard, y allí tuvo que soportar reacciones bastante viscerales de quienes consideraron que en su película se ridiculizaba con saña al cineasta suizo.

En Cannes todas las reacciones son viscerales. Quienes acuden a cubrir el festival ¿qué ven? ¿Cuatro, cinco títulos al día? Resulta imposible que alguien tan saturado de imágenes pueda apreciar los múltiples matices que atesora cada película.

Es verdad que en este film coloco a Godard en situaciones ridículas, pero el hecho de proyectar una mirada burlesca sobre el personaje no creo que lo deslegitime, al contrario, pienso que lo humaniza.

Ahora bien, si alguien considera a Jean-Luc Godard como una especie de dios intocable, puedo entender que asuma mi película como un sacrilegio. Pero con ser una mirada crítica la que proyecto sobre él, también hay mucha ternura, primero porque yo no soy nadie para juzgar a mis personajes, de hecho no es algo que me guste hacer, y segundo porque, como narrador, necesito que se produzca una empatía entre el espectador y el protagonista de la historia. Eso es algo que ya estaba en la comedia italiana de los 60, un tipo de películas que siempre me han inspirado.

Resulta curioso que tras el éxito cosechado con «The Artist», donde evocaba el tránsito del cine mudo al sonoro, vuelva a incidir en una historia donde se narra un momento crucial en el devenir del propio medio cinematográfico, con un debate de fondo sobre su instrumentalización como arma política. ¿Rodar este tipo de historias le ayuda a entender mejor la naturaleza de su profesión?    

Lo que me gusta de este tipo de narraciones, llamémosles metacinematográficas, es que me permiten reflexionar, desde diferentes puntos de vista, sobre los rudimentos del propio medio. “The Artist” era una película más canónica y pienso que si, por ejemplo, en vez de elegir a Godard para hablar de aquellos años, hubiera tomado como referencia a Truffaut me habría salido una película más clásica porque él, como cineasta, lo era. Lo bueno de Godard es que te permite proyectar una mirada mucho más libre y eso me hace establecer un juego con el espectador que me motiva mucho.