Dabid LAZKANOITURBURU
CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN RUSA (Y III)

LA REVOLUCIÓN RUSA TUVO TAMBIÉN NOMBRE DE MUJER

Las mujeres, y sus reivindicaciones, tuvieron un papel dinamizador en la lucha contra el zarismo. La Revolución supuso un gran avance en sus derechos, aunque, con el paso de los años, frenó su ímpetu para llevar la lucha feminista al centro del poder político.

Miles de mujeres, trabajadoras en huelga del sector textil y viudas o esposas de soldados, salen a la calle en la Avenida Nevski en Petrogrado. Es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora del 8 de marzo de 1917 – 23 de febrero en el atrasado calendario juliano, vigente entonces en Rusia–, que la Segunda Internacional Socialista conmemora desde 2012 en homenaje a las trabajadoras muertas el año anterior en el incendio de la fábrica textil Triangle Shirtwaist de Nueva York.

Reclaman «pan», el derecho más básico, y protestan por su alto precio y su racionamiento, impuesto por el régimen zarista en respuesta a la negativa del campesinado a vender el grano a las ciudades en un invierno en el que las bajas temperaturas afectaban además al transporte, dificultando aún más el insuficiente suministro.

Horas antes, el zar Nicolás II abandonaba la capital para dirigirse a su cuartel general de guerra en Maguilov. Ni siquiera se inmutó por el hecho de que ese mismo día la fábrica de fundición de acero Putilov cerró la empresa en respuesta a una huelga, dejando en la calle a 30.000 trabajadores. A estos se sumaron otros 70.000 que pararon y se sumaron a la marcha de las mujeres

El precedente de 1905

Doce años antes, en el marco de la conocida como Revolución de 1905, un grupo de mujeres había creado la Unión por la Igualdad de Derechos, una plataforma interclasista e interétnica a la que unía la reivindicación del derecho al voto y la equiparación en los derechos sociales y laborales. Esta asociación contó con el apoyo de prácticamente todo el espectro opositor ruso, desde los liberales hasta los socialdemócratas (mencheviques y bolcheviques), sin olvidar a los socialrevolucionarios, la corriente política mayoritaria incluso hasta después de la toma del poder por parte de Lenin y los suyos en la Revolución de Octubre de 1917.

De vuelta a 1905, ya por entonces comenzó a fraguarse la idea de crear una estructura exclusiva de mujeres dentro del partido socialdemócrata, POSDR, promovida por feministas como Aleksandra Kolontai. Su huida al exilio, del que no volvería hasta 1917, unida a la renuencia de sus camarada(o)s de partido, truncó esas iniciales expectativas.

Pese a que hasta el 8 de marzo de ese año las reivindicaciones de las mujeres no estuvieron en el centro de la agenda, fue esa manifestación la que marcó un antes y un después en Rusia. El zar se vio obligado a dimitir una semana después, lo que supuso el final de 300 años de dinastía de los Romanov, inaugurada en 1613 por Miguel I.

Cierto es que la población femenina empleada en el sector industrial había aumentado exponencialmente desde 1914 por efecto de la guerra y sus correspondientes levas masivas (15 millones de hombres fueron enrolados, de los que la mitad murieron o fueron heridos). Pero fueron las esposas de los soldados, conocidas como las Soldatki, las que constituyeron el grupo más numeroso de las mujeres que protagonizaron las protestas hasta el triunfo de la Revolución. No en vano su cifra se acercó a los 14 millones en aquellos meses cruciales y el término pasó a ser utilizado genéricamente como una forma de definición social para las mujeres revolucionarias.

Las reivindicaciones de las Soldatki eran igualmente básicas pero no menos corrosivas para el régimen., Exigían viviendas y más ayudas a las familias de los soldados en medio de una inflación galopante, se negaban a pagar impuestos y defendían combustible gratis en pleno invierno.

Salto en las reivindicaciones

Pero su lucha permitió que las mujeres dieran un salto en sus reivindicaciones. Las más militantes, como la mencionada Kolontai e Inessa Armand, miembro como ella de la facción bolchevique, volvieron del exilio y les dieron un nuevo impulso. La revista Rabotnitsa, con las editoras u activistas Konkordiya Samoilova y Praskovia Kudelli, se convertiría en aquellos años en la primera expresión escrita del feminismo vinculado al movimiento revolucionario. Y no fueron las únicas. Junto a la ucraniana Yevguenia Bosh, que llegaría a ser comisaria política y militar durante la Guerra Civil (1918-1921), destacó sobremanera Vera Slutskaya, veterana militante que hasta su muerte en un enfrentamiento con fuerzas opositoras en noviembre de 1917 insistió, sin éxito, en la vieja idea de crear una organización específica de mujeres dentro del partido, ya esbozada en 19005.

Además de luchar por sus derechos laborales y sociales, todas ellas criticaron el comportamiento sexista de los hombres, incluidos sus compañeros del partido.

Victoria, mejoras y paradoja

Una vez que llegaron al poder, los mismos bolcheviques que habían incorporado a muchas mujeres en la dirección de soviets supeditaron la lucha de estas a la consolidación de la hostigada Revolución y a las necesidades de la guerra civil. Ello no impide reconocer que el nuevo poder instauró rápidamente cambios profundos y muy positivos en la legislación sobre la familia, el divorcio, el aborto o la incorporación de la mujer al trabajo, aportaciones tempranas e históricas de la URSS hacia la igualdad.

En este sentido, los debates en torno al papel de la familia y a la institución del matrimonio ya eran mucho más avanzados en Rusia que en Europa Occidental a finales del XIX y comienzos del siglo XX. Y ello tuvo su reflejo en la legislación, no exenta de contradicciones y tensiones internas, que vio la luz en 1918. Con motivo del primer aniversario de la Revolución, se aprobó el nuevo Código sobre Matrimonio, Familia y Tutela. Con el objetivo final de coadyuvar hacia la extinción de la institución familiar, esta legislación equiparó los derechos de las mujeres, legalizó el divorcio y acabó con los privilegios masculinos en torno a la propiedad, además de suspender los decretos zaristas que criminalizaban la sodomía.

Pero el triunfo de la revolución supuso paradójicamente un freno al impulso de la lucha feminista. Y en muchos casos un autofreno, siempre en aras a un «objetivo mayor». Destacadas bolcheviques como Armand y Nadia Krupskaya, compañera de Lenin, renunciaron a asumir puestos de dirección. La elección de Varvara Yakovleva como ministra de Educación en 1922 y, más tarde, de Hacienda, fue la excepción.

El caso de Aleksandra Kolontai (1872-1952) es sintomático. Elegida junto con Elena Stasova para el Comité Central en agosto de 1917 y, ya en el poder Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública, participó en la dirección del Departamento para el Trabajo de las Mujeres Obreras y Campesinas (Zhenotdel), creado por el Gobierno revolucionario con el aval del propio Lenin, y en el que coincidió con otras revolucionarias como Sofia Smidovich y Klavdiya Nikolaieva.

Kolontai fue también pionera en la lucha por la liberación total, por lo tanto sexual, de la mujer, lo que le suscitó duras críticas y hasta acusaciones de libertinaje incluso entre sus correligionarios. Y su lucha en clave feminista siempre la mantuvo en los márgenes del núcleo de la dirección del partido. No hay que olvidar que insignes dirigentes bolcheviques como Aleksei Rykov y Grigori Zinoviev lucharon, finalmente con éxito, para que el Zhenotdel se convirtiera en una suerte de cementerio político para alejar y aislar a las bolcheviques feministas del poder, como denunció la propia Elena Stasova. La conversión de Kolontai en la impulsora del grupo Oposición Obrera la condenó al ostracismo y fue relegada en 1923 al puesto de embajadora en países escandinavos.

La llegada de la mano de Stalin del Termidor revolucionario, sobre todo a principios de los años 30, supuso una vuelta a la imposición de los tradicionales roles femeninos, que se volvieron a imponer sobre una legislación que formalmente no cambió pero que, si no quedó en papel mojado, perdió el impulso transformador inicial.

Avances históricos, bloqueos y retrocesos que ilustran la complejidad de lo que fue, en positivo y en negativo, y de lo que pudo ser, en un escenario tan épico pero a la vez tan dramático como el que vivió Rusia a lo largo prácticamente de todo el siglo pasado.