Aritz INTXUSTA
IRUÑEA
Elkarrizketa

«Anda suelto, ni soñar con salir por ahí»

Silvia tenía 18 años cuando se escapó de su casa en Iruñea con Moisés, un militar. Una locura de amor. Desarraigada en Girona y sin nadie a quien acudir, comenzaron las palizas diarias. Silvia fue al hospital día sí día también con la cara marcada y con el cuerpo reventado. La Policía le decía que le estaba pegando, pero la vergüenza y el «no quererlo ver» le impedían denunciar. La violó innumerables veces. Moisés resultó ser un depravado sexual y un drogadicto.

Nació Paula. Y los golpes siguieron. La nena vivió todo. «En la carretera de Olot me desnudó y me rompió una Xibeca, un botellín de cerveza, en la cabeza. Yo salí desnuda, sangrando, hacia la carretera a pedir ayuda. Solo quería que salvaran a mi hija, que tendría tres años. ¿Tú crees que la gente paró? Se daban la vuelta. Nadie te ayuda, nadie».

Y nació Marc. Y al poco de nacer Marc, la Generalitat de Catalunya decidió retirarle la custodia de los hijos. Primero se los llevaron a un centro de menores y, luego, acabaron con la madre de Moisés, que siempre ha estado del lado del hijo. Y con ello, la pesadilla se agravó. Desde que le quitaron a los niños hasta que Silvia presentó la denuncia que envió a Moisés a la cárcel, pasó un año. Moisés ha estado ocho años en la cárcel, salió en diciembre. «Íntegros los pagó por mí», dice su víctima. Primero le cayeron cinco. Pero la pena se amplió, porque no cesó en su acoso. Le llamó más de 200 veces. Moisés era intratable también en prisión. Conforme la convivencia con otros reos se hacía insufrible, lo movían a otro módulo y cuando los módulos se acababan lo cambiaban de cárcel. Pasó por tres centros distintos. Desde que Moisés anda suelto, Silvia ha perdido 15 kilos y está esquelética.

Ha cambiado de domicilio en varias ocasiones, ya que Moisés siempre descubre dónde vive. A cada poco, se deshace de su pulsera o se queda sin batería. Ha roto seis ya. Le ponen multas, pero es insolvente.

Recuperar los niños que se quedaron con la familia de Moisés arruinó a Silvia y Carlos, su marido desde hace ocho años. «Mi cabeza está rota. Yo no puedo salir con mis amigas por ahí. Ni soñar ir a un centro comercial». Mientras relata, acaricia a un enorme mastín negro. «Una asociación está educando para mí un perro asistencial. Mientras tanto, tengo este. Con el nuevo perro podré subir a un transporte público y él podrá acompañarme siempre, como a los ciegos». Silvia piensa que en cualquier momento puede acercársele alguien por la espalda y matarla.

Ahora, su hija mayor también está siendo acosada por el monstruo. Tiene 17 años. La herida sicológica, el tener la policía detrás y los continuos cambios de casa han hecho mella en la menor, que ha sido blanco de críticas en el colegio.

Un insensato sentimiento de culpa le martillea la cabeza a Silvia. «No he hecho nada, solo me enamoré de una persona que no vi que era malo». Esta mujer de enormes ojos negros y 38 años dice que, de no ser por Carlos y sus hijos, ya se habría suicidado.

El lunes, mientras todos los periodistas seguían el juicio a por la violación en sanfermines, Silvia tenía un nuevo juicio contra Moisés. Tiene prohibido ponerse en contacto con ella, pero le había llamado y enviado mensajes más de cien veces. Con suerte, le caerán otros nueve meses de cárcel. Silvia dormirá un poquito otra vez. Ningún periodista se interesó por ese juicio. Las víctimas de violencia de género solo son noticia cuando mueren.