Amaia Ereñaga
Kazetaria
IKUSMIRA

Álex Angulo in memoriam

Tengo que confesar algo. Yo fui actriz; pero era muy mala, mala de solemnidad, mala-mala, mala hasta decir basta. Que el público me perdone -era público infantil, tampoco creo que les causara ningún trauma-, pero fue una de las locuras más divertidas que he hecho, y todo gracias a que me lo permitieron los de la compañía Karraka, una de las grandes factorías de hacer cultura de este país, aunque por el camino las pasaran canutas. En aquel grupo de locos teatreros militaba Álex Angulo, un excelente actor, majo, pero muy majo, buena gente hasta decir basta.

De aquella época tengo un recuerdo como físicamente agotador, cargando y descargando furgonetas todo el rato: metías los trastos en el local del muelle de la Merced, montabas y, dale, a hacer kilómetros; descargabas en la plaza donde ibas a actuar, actuabas -o lo que yo hiciera-, volvías a empotrar todo en la furgoneta y llegabas a las tantas a casa. Siempre he pensado que me contrataron para actriz porque me vieron lo suficientemente fuerte como para cargar furgonetas. Para ser teatrero en este país, y ahí consiguió ese oficio mi admiración infinita, hay que tener mucho fondo, porque es una carrera llena de obstáculos con muchas posibilidades de que nunca alcances la meta.

De aquella época, aparte de ganarme mi primer sueldo, me ha quedado una querencia muy de dentro hacia todos los de la troupe Karraka, un disco del «Bilbao Bilbao» para recordar a Itziar Lazkano cuando nos seducía como la Ría, aquellos ataques de risa al ver sobre el escenario a los inmensos Álex Angulo y César Sarachu en el indescriptible Ubú, un respeto inquebrantable a Ramón Barea, una forma de maquillarme los ojos que me enseñó Nati... La vida es así de asquerosa, qué les voy a contar, pero lo que más me ha dolido de la muerte de Álex Angulo es que por fin estaba disfrutando del reconocimiento público tan merecido. Tenía que ser su compañera durante tantos años, la carretera, quien se lo llevara.