Yahvé M. de la Cavada
CRÍTICA | JAZZ

(Más de) 80 años no son nada

Los cumpleaños de Muhal Richard Abrams y de Toshiko Akiyoshi están separados por sólo unos meses; él tiene 83 y ella 84 años, y ambos han pasado la mayoría de ellos sentados a un piano y consagrando su vida al jazz. Ahí terminan, poco más o menos, los puntos en común entre ellos. Él, uno de los principales desarrolladores de la vanguardia negra a partir de la segunda mitad de los 60, culto e intelectual, todo un activista de la libertad dentro y fuera de la música afroamericana. Ella, japonesa y mujer, abriéndose paso en un mundo de hombres americanos a base de tocar un jazz que no se sale de la tradición, pero que tampoco desvirtúa la búsqueda de su propia personalidad.

La música de ambos pianistas coincidió en el Jazzaldia donostiarra entre la tarde del jueves y la mañana del viernes, contraponiendo dos estilos, dos músicas y, ante todo, dos maneras de entender el jazz. El concierto de Abrams en el Teatro Victoria Eugenia era uno de los más esperados por los aficionados al jazz más acérrimos. El pianista es una de las principales figuras de la mítica AACM, asociación que apuntaló un nuevo jazz basado en la ruptura y la libertad en el Chicago de finales de los 60, y su presencia en Europa es en sí mismo un acontecimiento. Pianista, compositor, líder y pedagogo, Abrams ha marcado el rumbo del jazz de vanguardia en suficientes ocasiones para que sea considerado, aunque marginal, una auténtica leyenda. Su recital fue un magistral autorretrato, un inmisericorde mazazo de espontaneidad y exploración musical de primer orden. No hay motivo para intentar discernir composición e improvisación en la música del pianista, porque en sus manos lo uno no tiene sentido sin lo otro. Abrams interpretó una hora y media de música muy exigente sin ninguna interrupción, en uno de los conciertos más densos que quien esto escribe ha presenciado en toda su vida. También uno de los más fascinantes, todo sea dicho.

Lo de Abrams es búsqueda en estado puro, con dispersión y concreción, pasando de momentos completamente brillantes a otros en los que el pianista se enreda consigo mismo, buscando sin encontrar. Como en un laboratorio o en el taller de un artista, la magia del concierto de Abrams residió en verle forcejeando con ideas y sonido, más que con acordes o notas. Un ejercicio duro que demanda mucha atención y apertura de miras por parte del espectador, pero que compensa el esfuerzo con un poso inigualable.

A la mañana siguiente, poco antes de recoger el premio Donostia, Toshiko Akiyoshi interpretó en el Basque Culinary Center un pequeño set en solitario para abrir el acto. Sin saber muy bien qué esperar del estado de la octogenaria pianista, nos encontramos con su exquisito pianismo casi intacto. Ortodoxia bien entendida ejerciendo de contrapunto respecto a la libertad brutal de Abrams. Las manos de la pianista tiemblan ligeramente, pero cuando ataca el teclado desgrana notas con swing y vehemencia, sin titubear, como si los años no hubiesen pasado. El sábado actuará en el Kursaal junto a su marido, el gran Lew Tabackin, y promete ser algo memorable.

Girando de nuevo el ángulo estilístico, en la plaza de la Trinidad tuvimos el placer de volver a escuchar a Enrico Rava, un iniciado relativamente recurrente en el Jazzaldia del que nunca se cansa uno. Acompañado de su principal grupo -que presentó en el fabuloso -Tribe- (ECM/Distrijazz)-, Rava volvió a descargar su particular jazz, tan nuevo como tradicional y tan meditarraneo como universal. La presencia en el grupo de músicos con la talla del trombonista Gianluca Petrella y el pianista Giovanni Guidi empuja al trompetista como en los mejores momentos de su carrera, cuando en sus grupos militaban músicos como Roswell Rudd o Stefano Bollani. Rava es un líder de raza, hace y deja hacer, dando voz al grupo sin que nadie en él deje de tocar su música. Pocos grupos en Europa están tan bien engrasados como este, y pocos pueden presumir de tocar un jazz que, sin renunciar ni un ápice a la espontaneidad que se le supone al género, llega tan bien a cualquier tipo de público. Rava y los suyos tocan para la gente, y eso se nota.