Jaime IGLESIAS
Elkarrizketa
JAVIER PEREZ ANDUJAR
ESCRITOR

«Donde otros ven diferencias religiosas o nacionales, yo solo veo un conflicto eterno»

Nacido en Sant Adrià de BesÒs (Barcelona) en 1965, su consagración como escritor se produjo en 2007 con «Los príncipes valientes», evocación de su infancia en el extrarradio urbano. A esta novela le siguió «Todo lo que se llevó el diablo» (2010), sobre las misiones pedagógicas en los años de la II República, y «Paseos con mi madre», que le valió el Premi Ciutat de Barcelona en la modalidad de «Medios de Comunicación». Acaba de publicar «Catalanes todos».

Sus frecuentes paseos por el barcelonés mercado de Els Encants le procuraron a Javier Pérez Andujar una vasta colección de revistas editadas durante el franquismo donde, en su sección «ecos de sociedad», se informaba, con todo lujo de detalles, de las fiestas y recepciones que la burguesía local organizó como agasajo al dictador en cada una de las quince visitas oficiales que este realizó a la capital catalana.

Tomando como base esas crónicas laudatorias el escritor publicó hace doce años su primer libro «Catalanes todos», en el que evocaba esas visitas en un registro satírico que le permitía ironizar sobre el patriotismo como una mercancía de escaso valor, siempre dispuesta para salvaguardar los intereses de las clases dirigentes.

Aquel texto primigenio ha sido reelaborado por Pérez Andujar en una desopilante novela que, manteniendo el título original, se erige en una suerte de fresco histórico sobre la connivencia entre la burguesía catalana y el franquismo desde el punto de vista de los parias que, ganando la Guerra, perdieron sin embargo la Historia.

El libro que ahora presenta incluye además un vodevil titulado «La dimisión», donde se evoca la renuncia de Adolfo Suárez a la presidencia del Gobierno bajo una forma eminentemente teatral de entrada de clowns.

Según usted mismo reconoce, reescribir y reeditar «Catalanes todos» justamente en estos momentos le pareció una decisión oportuna pero no oportunista...

Sí, porque existe una diferencia sustancial entre ambos conceptos. Para empezar no se trata del mismo libro que publiqué hace más de una década sino que está reescrito completamente, por lo tanto, no estamos rescatando un texto preexistente sino presentando uno nuevo que, además ahora, publicamos con el añadido de una obra teatral. Pero más allá de eso, cuando hablo de anti-oportunismo, me refiero a que no me gustaría que la novela fuera asumida única y exclusivamente como una aportación a esa ola de fervor patriótico, o anti-patriótico, tanto da, que estamos viviendo en Catalunya.

¿Pero no le inquieta que su novela, aun cuando lo que refleja es el papel que jugó la burguesía catalana en el triunfo y posterior liquidación del franquismo, pueda asumirse al calor a la actualidad más inmediata?

Si tengo que pensar que mi novela puede ser esgrimida como arma ideológica por parte de quienes defienden posiciones políticas que detesto y que, ante ese riesgo, lo mejor que podría hacer es no publicarla, sería tanto como dejarse chantajear. No voy a permitir que nadie se apropie de mi novela con intenciones torticeras, ni que me intenten llevar al huerto o pasar la mano por el lomo. ¡Antes muerdo! (risas).

El único que tiene mi beneplácito para apropiarse de esta novela es el lector; a él le corresponde celebrarla o rechazarla, pero a nadie más.

Sin embargo, en alguna entrevista le he leído decir que la función del escritor debe ser la de meter el dedo en la llaga.

Hablar de algunas cosas o poner sobre la mesa ciertos temas puede llegar a herir algunas sensibilidades, cuando no directamente a provocar dolor. Pero el dolor, que es algo muy humano, a menudo se usa como un pretexto cobarde para evitar profundizar en determinadas cuestiones. Frente a eso, el escritor debe obrar como si fuera un médico y aplicar su receta sobre esas heridas, y mi receta es el sentido del humor porque, como escritor, estoy programado en ese registro.

¿Está convencido de que el humor es el remedio más eficaz para combatir ciertos estigmas?

A mí me sirve sobre todo para desactivar la solemnidad desde la que el poder político reviste ciertos conceptos en aras de que todo lo que les rodea adquiera un carácter sagrado que disuada a la gente acercarse a ellos ante el temor de profanarlos. Porque cuando no los revisten de solemnidad los revisten de algo más perverso: de pureza.

No obstante, en un escenario de confrontación como el actual, la sátira puede resultar un registro proclive a generar malos entendidos. Usted mismo ha lamentado que haya gente que no asuma que el no estar de acuerdo con ellos no significa, tampoco, estar en contra de ellos.

La confrontación política no me interesa, entre otras cosas porque quienes la protagonizan me inspiran muy poco respeto, de un lado y del otro. Me preocupa, en todo caso, la confrontación que puede llegar a tener el poder político conmigo. Es decir, que me digan: `Mire, como este es un tema serio en el que hay posiciones enfrentadas, no cabe acercarse a él desde el humor y, si no le convence ninguna de las dos posiciones en liza, está obligado a permanecer al margen del debate'. Esa posición es perversa porque margina a los ciudadanos que, sin querer entrar en su juego, sentimos la necesidad, sin embargo, de cuestionar su naturaleza. Y me refiero no tanto a la naturaleza de unos sentimientos, pues esta nunca es cuestionable, como a la conversión de esos sentimientos en una ideología o en una voluntad política. Estamos llegando a un punto donde parece que las ideologías no se pudieran cuestionar y, cuando esto sucede, avanzamos peligrosamente a un escenario cuasi dictatorial.

Con ser una sátira sobre la connivencia entre la burguesía catalana y el franquismo, «Catalanes todos» se articula desde el punto de vista de los parias, de los excluidos, de aquellos que ganaron la guerra para que otros disfrutaran del nuevo status quo. ¿Por qué adoptó esta decisión?

Porque a mí me encanta la figura del perdedor, los vencedores son los que suelen escribir la Historia y su presunta autoridad moral siempre me ha generado bastante desconfianza. Los protagonistas de mi novela son quienes ganando la Guerra perdieron la Historia, en primer lugar su propia historia. Son personajes zarrapastrosos que lucharon junto a los vencedores y a los que les queda ese orgullo, un orgullo patético por cuanto estuvieron condenados a comer polvo y tierra toda su vida, a no prosperar, por mucho que a alguno le dieran un estanco, un taxi...

Eso era a lo máximo que podían aspirar, pero la lucha de clases la tenían perdida de antemano y esta es implacable. Ya puedes hacer la guerra al lado de los ricos, que si eres pobre estás condenado. Donde otros ven diferencias atendiendo a razones de índole religioso, nacional o patriótico, yo solo veo un conflicto eterno entre ricos y pobres.

¿Los intereses de clase pueden con los intereses nacionales?

Totalmente, no te quepa ninguna duda. De hecho, en Catalunya hubo muchas personas con un sentimiento catalanista muy acentuado que, cuando estalló la Guerra Civil, se tragaron su orgullo y apoyaron al franquismo porque en aquel entonces les pareció prioritario frenar a los rojos, y no me estoy refiriendo solamente a las élites burguesas. Lo que ocurre es que esos intereses de clase o aspiracionales cambian según cambia la sociedad y, en los años 60, la reindustrialización de Catalunya trajo consigo un crecimiento de su masa obrera y de su masa cultural, un nuevo escenario que resultó un caldo de cultivo ideal para el renacimiento de posiciones críticas de inspiración marxista, lo cual volvió a encender las alarmas entre las clases pudientes. Pero claro, estas eran perfectamente conscientes de que no podían confiar en un régimen dictatorial en plena agonía como salvaguarda de sus intereses. ¿Qué es lo que hicieron entonces? Primero contribuir a su liquidación y después apoyar a los suyos. ¿Y quiénes eran los suyos? Pues Convergencia, de ahí que muchos de los que apoyaron a Convergencia lo hicieron por las mismas razones por las que en su momento se entregaron al franquismo.

En un momento del libro habla de cómo Convergencia, cuando perdió su mayoría electoral, se lanzó a conseguir la mayoría social. ¿Eso no es un poco reflejo de lo que ocurre hoy en día, donde esa búsqueda de la mayoría social obliga a muchas formaciones políticas a vivir una indefinición que amenaza con arrebatarles su identidad, su esencia...?

Ahora mismo yo creo que estamos en un momento de reseteado, se está reiniciando todo, la democracia, las ideologías... En estos momentos, la clase media y la burguesía conservadora están también representadas por Esquerra Republicana, que de hecho en las últimas elecciones europeas le dio el sorpasso a Convergencia. Hoy en día para algunos sectores del catalanismo conservador apostar por Esquerra representa el voto cool.

A vueltas sobre el llamado «espíritu de la transición», hay una frase en su novela que me parece de lo más inquietante: «A veces un mundo viejo se acaba sin que empiece otro nuevo». ¿Diría que es una variante del viejo axioma de El gatopardo: «A veces es necesario que algunas cosas cambien para que todo siga igual»?

Sí, bueno, es Lampedusa con síndrome depresivo (risas). Eso tiene que ver también con lo del reseteado que te acabo de comentar, estamos reiniciando todo pero teniendo en cuenta que la Historia dura eones aún estamos en una fase donde la pantalla del ordenador tiene que volver a encenderse para comenzar una nueva etapa. Igual el reset empezó en la Guerra Civil, porque lo que está claro es que desde que triunfó el franquismo no hemos levantado cabeza. Puede haber gritos de desesperación ciudadana como el 15-M, por ejemplo, pero el poder aún lo siguen ostentando los mismos que ganaron la guerra. Vivimos una democracia zombie.

¿Hasta qué punto el espíritu abiertamente vodevilesco que sostiene esta novela estaría justificado por esa máxima de que la Historia sucede siempre dos veces, la primera en clave trágica y la segunda como comedia?

Esa frase es de Marx y la dijo en el siglo XIX al ser consciente de que la Historia se repite, pero nosotros que ya somos posmodernos a lo que estamos asistiendo es a la repetición de la repetición, por lo tanto el problema es que ahora la Historia está sucediendo por tercera vez y lo peor es que ya no acontece ni como tragedia ni como comedia sino como un jingle, como uno de esos anuncios publicitarios machacones y superficiales donde el mensaje se reduce a consigna.

«Suárez era un desclasado y eso se lo hicieron pagar caro»

«Catalanes todos» incluye, además de la novela que da título al libro, «La dimisión», un vodevil chispeante que convierte el Palacio de la Moncloa en una suerte de cabaret a la hora de evocar los pormenores que rodearon la renuncia de Adolfo Suárez a la presidencia del Gobierno el 29 de enero de 1981. Por allí desfilan personajes históricos (Arias Salgado, Martin Villa, el anterior Rey) y anónimos, a ritmo vertiginoso y haciendo gala de réplicas entre agudas y delirantes, en la mejor tradición de la screwball comedy o del humorismo de los hermanos Marx, los dos referentes que Pérez Andujar ha manejado a la hora de honrar el absurdo del juego de intereses políticos que sostuvo aquella entelequia conocida como Transición.

Sin embargo, pese a su carácter abiertamente disparatado y desmitificador, el escritor barcelonés sostiene que esta pieza teatral está inspirada por el respeto que le procura un personaje como Adolfo Suárez: «No me inspira simpatías en lo ideológico porque nunca dejó de ser un señor de derechas, aquella invención suya del centro político fue una falacia. Pero para empezar era un tío que tenía estilo, que sabía llevar un traje y no como esta corte de gürtelillos que tanto abundan ahora o el mismo Rajoy con la corbata metida por dentro del cinturón. Luego también fue un político audaz, no le tembló el pulso a la hora de enfrentarse a los suyos y poner a rodar cabezas. Pero lo que más me fascina de él es que era un desclasado: hijo de una familia de republicanos represaliados, consiguió penetrar de lleno en la infraestructura franquista y llegado el momento se cargó el régimen desde dentro. Claro que eso se lo hicieron pagar caro luego, porque además él no venía de ninguna familia honorable, ni gastaba uno de esos apellidos ilustres de los que tienen que mandar siempre por cojones. En el fondo Suárez tiene un perfil de perdedor».

J.I.

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